Cuando mi familia y yo nos encontramos cerca de la línea de control de seguridad en el Aeropuerto Internacional de Salt Lake en diciembre del año pasado, vi a una joven con una hermosa sonrisa y zapatos que se veían muy resistentes.
Estaba rodeada por su familia y eso me recordó a mi hija mayor, que acababa de regresar recientemente de la Misión Tegucigalpa, Honduras.
Mientras la joven se despedía de su familia, mi esposo y yo pasamos con nuestros hijos el control de seguridad del aeropuerto.
Unos minutos después, volvimos a ver a la joven, caminando sola por el terminal del aeropuerto.
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Nuestras hijas corrieron hacia la joven y le preguntaron lo qué ya sabían: “¿Eres una misionera?”.
Ellas se enteraron de que viajaría al Centro de Capacitación Misional de Guatemala y que serviría en la Misión Tegucigalpa de Honduras, la misma misión en la que nuestra hija mayor había estado sirviendo hacía solo dos semanas.
Aquella misionera, que haría una escala en California en su camino a Centroamérica, también estuvo en nuestro vuelo.
Un momento especial
La Iglesia cuenta con 67,000 misioneros que sirven en 399 misiones en todo el mundo, pero de alguna manera, mi familia y esa joven cruzaron caminos.
Mientras esperábamos sentados nuestro vuelo en la terminal, mi esposo y yo vimos a nuestras hijas hablar con su nueva amiga sobre la obra misional, sobre Honduras y sus testimonios.
Me sentí llena del conocimiento del amor del Señor por Sus misioneros. Mi hija mayor había extrañado muchísimo su misión y en ese momento compartía con entusiasmo sus experiencias.
Nuestra segunda hija esperaba ansiosamente su cumpleaños número 19 y la oportunidad de poder salir a servir. Y nuestra nueva amiga misionera ya no estaba sola en el primer paso de su viaje.
Por un mágico momento, la obra misional del pasado, presente y futuro se conectaron.
Mi mente ha recordado esta maravillosa experiencia en muchas ocasiones en las últimas semanas.
Todavía podemos servir
Pocos días después de que el presidente de estaca de nuestra segunda hija presentara su recomendación misional a las oficinas de la Iglesia, la crisis mundial de COVID-19 se intensificó.
Ante el aumento de los riesgos para la salud y las naciones, hasta el punto de cerrar sus fronteras, los líderes de la Iglesia comenzaron a regresar a los misioneros a sus países de origen. En un momento, unos 30,000 misioneros se encontraron regresando a casa.
No pasó mucho tiempo antes de que nuestras hijas recibieran un correo electrónico por parte de su amiga en la Misión Tegucigalpa de Honduras.
“Con todo lo que sucede debido al Coronavirus, todos los misioneros de mi misión están regresando a sus países de origen, y ahora estoy en casa con mi familia. Es bueno verlos, pero extraño la obra misional. Estaré aquí por un período de cuarentena de dos semanas y luego me reasignarán para servir en algún lugar dentro de los Estados Unidos.
Estoy muy agradecida por los tres meses que pude servir en Honduras, y me siento triste al no poder quedarme allí predicando el Evangelio. Pero sé que la voluntad del Señor es que sirva en otro lugar, y que todavía puedo cumplir mi objetivo de ayudar a otros a venir a Cristo en donde sea que sirva. Mi corazón siempre estará en Honduras, con las personas que amo.”
Un llamamiento misional
Esta semana, nuestra segunda hija, que ahora está tomando sus clases de BYU vía online y que recientemente ha concluido su trabajo en la sala de correos del Centro de Capacitación Misional de Provo, recibió su propio llamamiento misional del presidente Russell M. Nelson.
“Hermana Weaver, por la presente se le ha llamado a servir como una misionera de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.”
La asignación de mi hija a la Misión Brasil Fortaleza Este llegó al final de la carta. El llamamiento también contenía un párrafo que recalcaba que según las circunstancias se podría requerir una reasignación para servir en su país de origen.
Cuando escuché a mi hija leer esas palabras, mi mente regresó a aquel momento en el Aeropuerto Internacional de Salt Lake, cuatro meses atrás, cuando observé los zapatos que usaba otra fiel misionera que se dirigía a Honduras.
Esa misionera estaba dispuesta a usar esos zapatos en las calles de Honduras; sin embargo, ellos no la acompañaron durante la temporada de lluvias.
Pensé haberla visto en una foto de misioneros reunidos en la acera del aeropuerto de Tegucigalpa, de pie junto a sus equipajes, con una máscara sobre sus rostros mientras esperaban su vuelo de regreso a casa en la página de Facebook de la misión de Honduras.
Me puse a pensar cómo se hubiera sentido mi hija mayor si es que su misión hubiera sido interrumpida por la pandemia.
Oré por nuestra amiga misionera y los otros 67,000 misioneros de la Iglesia, los que están en casa, los que están en cuarentena en el campo misional, los que sirven en una nueva misión en su país de origen y los que esperan ser reasignados, todos portando el nombre del Salvador, representándolo.
A dónde me mandes iré
El Élder Dieter F. Uchtdorf, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo recientemente que esos “preciados misioneros son los pioneros de nuestros días”.
El Élder Uchtdorf enfatizó que hay dos momentos clave en la vida de cualquier misionero: la decisión de servir en una misión y el aceptar el llamamiento misional extendido por el profeta de Dios.
Todo lo que sucede después de eso a menudo está influenciado por circunstancias que no están dentro de la decisión del misionero, agregó.
“Se prepararon, aceptaron el llamamiento y dieron lo mejor de ustedes. Eso es lo que cuenta. Eso es lo que hace toda la diferencia. Eso es lo que hace a un misionero”.
En las próximas semanas, compraremos nuestros propios zapatos, resistentes para la misión.
Esperamos que mi hija los use en Fortaleza, Brasil, la ciudad que ya se ha convertido en parte de nuestras oraciones diarias. Pero si no los usa ahí, igual está bien.
Es el mensaje que aprendimos de una joven misionera que conocimos en el Aeropuerto Internacional de Salt Lake en un día especial, cuando una misionera retornada, una nueva misionera y una futura misionera se encontraron.
En aquel entonces, nuestra familia pensó que éramos nosotros los que la estábamos ayudando. Pero es su testimonio, y los testimonios de otros 67,000 misioneros, lo que ahora nos sostienen.
“Todavía puedo cumplir mi objetivo de ayudar a otros a venir a Cristo donde sea que sirva”, escribió.
Es muy claro para mí tal como lo fue en ese entonces que conocernos no fue una coincidencia.
En una concurrida terminal de un aeropuerto, notamos los zapatos resistentes de una misionera y escuchamos a nuestras hijas hacer una pregunta muy importante: “¿Eres misionera?”.
En respuesta, el Señor nos mostró Su amor por todos los que toman la decisión de servirle y aceptan Su llamamiento: pasado, presente y futuro.
Fuente: thechurchnews.com