Recuerdo perfectamente cuando un viernes por la tarde recibí una llamada inesperada. Reconocí que la llamada provenía de Utah.
Cuando respondí, uno de los presidentes del CCM de Provo me dijo dos cosas: (1) Nuestro hijo iba a ser enviado a casa del CCM y (2) Mi esposa y yo debíamos tomar un avión lo más pronto posible para recogerlo.
Sentí una montaña rusa de emociones en ese momento. Unas horas después, estaba en un avión junto a mi esposa desde Portland a Salt Lake City. De pronto, surgieron muchas preguntas en mi cabeza sobre el regreso tan temprano de mi hijo a casa.
Pronto nos enteramos de que sufría de ansiedad. Los factores estresantes del servicio misional llegaron a su tope hasta el punto de tener que relevarlo.
La historia de mi hijo no es la única. Los misioneros de tiempo completo vuelven a casa temprano por distintas razones: problemas de salud mental, transgresiones, enfermedades físicas y problemas familiares.
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Esperamos que los misioneros, que se esforzaron por vivir según su fe, sean bienvenidos a casa con los brazos abiertos, así como aquellos que regresaron a casa en el tiempo programado.
Posiblemente, aquellos misioneros cuyo servicio se vio interrumpido, ya soportan una carga de dolor y vergüenza, no debemos aumentar su dolor con nuestras acciones o comentarios.
Al hablar de pruebas difíciles, especialmente las de salud mental, el élder Erich W. Kopischke declaró:
“Muchos, sintiéndose agobiados porque no cumplen con esa percepción de las normas, creen erróneamente que no hay lugar para ellos en la Iglesia”.
Nuestra comprensión y empatía, puede ayudar a sentir a los demás que la Iglesia es un espacio para todos. Especialmente, para aquellos que se han equivocado. Sin embargo, ¿qué sucede cuando no satisfacemos las expectativas? ¿Cómo podemos lidiar con eso?
“Percepción de las normas”
Aprecio la referencia del élder Kopischke, “percepción de las normas”, ya que lo mencionado me parece algo diferente a los estándares reales.
Todos vemos el mundo de una forma distinta. Una parte importante de la vida es aprender a alinear nuestra mente y nuestra voluntad con la de nuestro Salvador.
Si percibimos las cosas incorrectamente, podríamos enfrentar sentimientos de vergüenza y culpa que de otra manera no tendríamos.
El élder Lawrence W. Corbridge expresó:
“La gente dice: ‘Debes ser fiel a tus creencias’. Si bien eso es cierto, no puede ser mejor de lo que se sabe.
La mayoría de nosotros actuamos según nuestras creencias, especialmente según lo que creemos que es de nuestro propio interés.
El problema es que a veces nos equivocamos.
Cuando actúas mal, puedes pensar que eres malo, cuando en realidad te equivocas. Simplemente, estás equivocado.
El desafío no es tanto cerrar la brecha entre nuestras acciones y creencias. Más bien, el desafío es cerrar la brecha entre nuestras creencias y la verdad.
Ese es el verdadero desafío”.
Cerrar la brecha entre nuestras creencias y la verdad nos ayudará a comprender mejor la voluntad de nuestro Padre Celestial. En especial, cuando se trata de asuntos de “percepción del fracaso”.
El Señor es misericordioso. El Señor acepta nuestros mejores esfuerzos. El Señor está dispuesto a cambiar los planes para beneficiar a Sus hijos.
Recuerda, el plan de salvación existe para nuestro bien. Todo el propósito de nuestro Padre Celestial es llevar a cabo nuestra inmortalidad y vida eterna (véase Moisés 1:39).
Cuando sentimos que fallamos, podemos acudir al Señor y tratar de comprender cómo se siente Él con respecto a nuestro desempeño.
Al saber de su increíble misericordia, amor y aceptación, me cuesta creer que Él nos desprecie. De hecho, sé que no lo haría.
Cuando hacemos nuestro mejor esfuerzo, Su gracia es suficiente.
Como ha enseñado el hermano Brad Wilcox, no estamos aquí para cerrar de alguna manera la brecha entre la tierra y el cielo a través de nuestras obras.
Más bien, estamos aquí para usar nuestras obras a fin de cambiar nuestra naturaleza para que nos sintamos cómodos regresando a la presencia de Dios.
Comprender la perfección
Uno de los principales propósitos de esta vida es desarrollar características celestiales.
Debemos convertirnos en nuevas criaturas. Para ello, debemos despojarnos del hombre natural y convertirnos en hombres de Cristo.
Este proceso se describe en el mandamiento del Salvador:
“Por tanto, quisiera que fueseis perfectos, así como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. (3 Nefi 12:48)
La mala interpretación de este mandamiento ha causado mucho dolor a los discípulos de Jesucristo. Ya que, como seres imperfectos, nos equivocamos.
Al equivocarse, los discípulos de Cristo se sienten insuficientes.
Para algunos, la búsqueda de la perfección se convierte en una persecución frenética e implacable que no trae alegría en absoluto, sino ansiedad y tristeza continuas.
Ese no es nuestro propósito.
Nuestra propia existencia está diseñada para que tengamos felicidad y gozo (véase 2 Nefi 2:25). Entender correctamente el camino a la perfección es fundamental en nuestro desarrollo espiritual.
Una vez más, las verdades de las Escrituras nos ayudan a corregir nuestras percepciones y alinearlas con la doctrina precisa.
Ammón enseñó:
“Sí, yo sé que nada soy; en cuanto a mi fuerza, soy débil; por tanto, no me jactaré de mí mismo, sino que me gloriaré en mi Dios, porque con su fuerza puedo hacer todas las cosas” (Alma 26:12).
Moroni instruyó:
“Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con todo vuestro poder, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo, de ningún modo podréis negar el poder de Dios” (Moroni 10:32).
La doctrina es clara. No logramos la perfección solos. Hacemos nuestro mejor esfuerzo y nos asociamos con Cristo para magnificar nuestros esfuerzos. El élder Jeffrey R. Holland enseñó:
“Hermanos y hermanas, todos nosotros aspiramos a una vida más cristiana de la que frecuentemente logramos vivir.
Si admitimos con sinceridad que estamos tratando de mejorar, no somos hipócritas, somos humanos…
Si perseveramos, en algún momento de la eternidad nuestro refinamiento habrá terminado y será completo, que es lo que en el Nuevo Testamento significa la perfección”.
En cierto modo, no cumplir con las expectativas es una parte usual en la vida.
No se suponía que logremos todo sin fallas y sin ayuda.
Esa es la esencia de la necesidad de la expiación del Salvador.
Con pleno conocimiento de que fracasaríamos con regularidad, nuestro Padre Celestial nos proporcionó los medios no solo para arrepentirnos de los pecados, sino también para recibir fortaleza en la debilidad.
Fallar no es algo a lo que debamos temer o de lo que debamos escapar.
Si podemos aprender a aceptar el fracaso como una parte inevitable de la vida, junto con un deseo constante de mejorar y ser más fuertes, encontraremos una mayor alegría. Además, en última instancia, lograremos nuestro destino perfecto.
Fuente: LDS Living