Es muy difícil describir el dolor que uno siente cuando pierde a una persona que ama, en especial si es tu esposo, tu compañero de vida y de eternidad.
A mi esposo le diagnosticaron cáncer de pulmón y 10 meses después falleció.
No puedo explicar el dolor que sentí al verlo luchar contra esa terrible enfermedad, dar todo de sí para vencer en la batalla y luego, apagarse poco a poco.
Como Santos de los Últimos Días sabemos que llegará el día en que todos trascenderemos de este plano terrenal y que cuando Jesús venga, resucitaremos y volveremos a estar con nuestras familias por siempre.
Pero, cuando el momento de partir llega, este no deja de ser un inmenso dolor.
Después de perder a mi esposo, me sentía muy extraña, sentía que no encajaba con mis amigos ni en la Iglesia.
Sentía que mi presencia incomodaba a todos a mi alrededor porque parecía que no sabían que decirle a una persona que cargaba una profunda pena.
Iba a la Iglesia y escuchaba en la reunión sacramental mensajes sobre sanaciones milagrosas, oraciones respondidas, lecciones sobre las pruebas y la fe, y en medio de todo escuchaba el susurro del enemigo que me decía que nadie entendía lo que estaba atravesando.
Hubiera sido muy fácil quedarme estancada en esa mentira y aislarme del mundo. Sin embargo, 10 meses después, decidí seguir los consejos de mis padres y líderes de la Iglesia, y encontré un lugar dónde servir.
Aprendí que el servicio es el mejor antídoto para el dolor y realmente lo necesitaba.
La promesa que Cristo extiende a todos los que sufren
Acepté dos llamamientos, uno como misionera de servicio en la oficina de misión local y otro como maestra de Seminario.
En la primera lección de Seminario, estudiamos Salmo 136, cuando Cristo nos recuerda que “Su misericordia es para siempre”. Esa frase se repite a lo largo del capítulo.
Esa promesa me recordó que Él aparece en los lugares menos esperados para traer esperanza y liberación a Su pueblo. Asimismo, entendí que Él también me extendería Su misericordia.
Así como nosotros, Cristo se sintió solo, sin amigos, olvidado y juzgado. Por esa misma razón, Él comprende cómo nos sentimos.
Nunca estamos solos porque Él nos invita una y otra vez a llevarle nuestros problemas y preocupaciones, ya que Su “yugo es fácil” y Su “carga es ligera” (Mateo 11:30).
Para mí, unirme al yugo de Cristo fue orar fervientemente, ser paciente en la espera y ejercer humildad para decir: “Necesito que te encargues de esto, no puedo hacerlo sola”.
Además de centrarme en el Salvador para no caer en las mentiras de Satanás, encontré consuelo en dos verdades fundamentales:
Dios tiene un plan para nosotros y envía a Sus ángeles para ayudarnos
La vida terrenal está llena de desafíos y pruebas, y aunque Dios no hace que sucedan esas cosas, Su plan es ayudarnos a aprender y crecer a través de ellas.
Él envía ángeles de ambos lados del velo para brindarnos consuelo y fortaleza.
Él nos habla a través de las Escrituras y los profetas. Además, por medio de la expiación de Jesucristo, Él nos envía paz.
Su plan incluye una vida llena de alegría y dolor con bendiciones y consecuencias.
Nuestras experiencias aquí, tanto buenas como malas, nos brindan oportunidades para llegar a ser como Él.
A medida que realizamos y guardamos convenios sagrados, y tratamos cada día de ser más como Él, podemos sentir Su influencia y la paz que Él promete.
Confía en Él, Él conoce el final desde el principio
Mientras me sentía extraña debido a mi nueva realidad y luchaba por encontrar mi lugar en el mundo, sentí que el Espíritu susurraba que estaría bien.
Dios conoce el final desde el principio y algún día todo tendrá sentido para nosotros.
En los momentos difíciles, el Padre Celestial nos transmite una paz que “sobrepasa todo entendimiento”, una paz que solo es posible a través de Él (Filipenses 4:7).
Así como Nefi, podremos “sufrir aflicciones” y “ser altamente favorecidos por el Señor” (Nefi 1:1).
Algo que me fortaleció mucho en medio del dolor y me recordó el deseo del Señor por sanar lo que está roto, fue una cita del élder Patrick Kearon:
“Jesús es especialista en lo aparentemente imposible. Vino a hacer posible lo imposible; a hacer lo irredimible, redimible; a sanar lo insanable, a remediar lo irremediable, a prometer lo imprometible; y lo hace muy bien. De hecho, Él es perfecto en ello”.
Sé que Dios nos ama y desea que seamos felices. Cuando nos concentramos en las verdades que conocemos, nos liberamos de las mentiras de Satanás y descubrimos el poder de sentir paz.
Fuente: LDS Living