Cuando la muerte se lleva a un ser querido, con frecuencia nos enfrentamos a preguntas del alma que sólo el evangelio restaurado de Jesucristo puede responder.
La semana pasada, la madre de mi esposa falleció después de una breve batalla contra el cáncer en etapa 4. La noche antes de su muerte, me desperté en medio de la noche con respuestas a algunas de las preguntas que había escuchado hacer a miembros de mi familia.
Creo que los principios contenidos en estas respuestas pueden aplicarse a todos nosotros al enfrentar la muerte de nuestros seres queridos, especialmente aquellos que mueren en la fe.
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¿Por qué tuvo que morir?
La respuesta a esta pregunta es sencilla.
Es por la caída de Adán y Eva. Dios advirtió:
“Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás. No obstante, podrás escoger según tu voluntad, porque te es concedido; pero recuerda que yo lo prohíbo, porque el día en que de él comieres, de cierto morirás”. -Moisés 3:17
Como resultado de su elección, “la muerte ha pasado sobre todos los hombres, para cumplir el misericordioso designio del gran creador” (2 Nefi 9: 6). O, como lo dijo sucintamente el apóstol Pablo, “en Adán todos mueren” (1 Cor. 15:22).
La muerte es inevitable. Eventualmente, todos moriremos debido a la caída de Adán y Eva (DyC 101: 31).
¿Por qué tenía que morir?
Nuevamente, la respuesta es simple. Es porque tenía cáncer.
Las enfermedades, las dolencias y los accidentes físicos son parte de la experiencia mortal provocada por la Caída. A veces asumimos que Dios nos ha impuesto estas cosas, pero eso no es cierto.
Muchas de las pruebas de la vida se producen simplemente por nuestra condición mortal y caída.
De hecho, Dios es quien nos advirtió de estas consecuencias cuando puso a disposición el fruto prohibido. Declaró que el fruto nos traería la muerte y todo el dolor de la mortalidad que la acompaña.
Adán y Eva, que representan a toda la humanidad, eligieron caer y traer estas cosas al mundo. Tenía que ser nuestra elección para que no podamos culpar a Dios por nada de esto. Él nos dijo lo que pasaría y elegimos esto.
Una historia que me contó un amigo ilustra poderosamente este punto. Él había tenido un infarto grave donde casi fallece. Mientras se recuperaba en el hospital, su hijo lo visitó y le dijo:
“¡Papá, esto no es justo! Has servido como obispo y presidente de estaca. Has dedicado tu vida a enseñar el Evangelio en la Iglesia. ¿Por qué Dios te haría esto?”
La respuesta de mi amigo fue directa: “Dios no me hizo esto. Mi cuerpo mortal me hizo esto”.
Lo que mi amigo entendió claramente es que las tragedias provienen de la Caída y no podemos culpar a Dios. De hecho, es Dios quien nos ayuda a superar esas tragedias, y solo a través de Su plan seremos salvos de ellas.
¿Por qué Dios no la sanó?
Creo que esta es la verdadera pregunta que pretenden plantear las dos primeras preguntas. Este es el meollo del asunto. Creemos que Dios tiene todo el poder para sanar y que ama a todos Sus hijos, entonces, ¿por qué no respondió nuestras oraciones y sanó a mi suegra?
Nuevamente, la respuesta es simple. La respuesta es que Él sí la sanará, sólo que no lo ha hecho todavía. Aprendí esta poderosa verdad a través de una experiencia que tuve como obispo.
Recibí una llamada telefónica una noche en la que un hombre de mi barrio estaba en el hospital. Estaba al final de una lucha de años contra el cáncer y su esposa me llamó para darle una bendición del sacerdocio.
Mientras me ponía la corbata, meditaba sobre lo que debería decir en la bendición. En mi mente ofrecí esta breve pero sincera oración: “Padre, ¿qué debo decir? ¿Quieres que lo bendiga para que se sane? ¿Vas a sanarlo?”
Cuando terminé de decir esas palabras, el Espíritu susurró esta respuesta a mi mente y corazón: “Yo lo sanaré”. Hubo una pausa y luego el mensaje continuó, “… en la resurrección”. En ese momento, supe que él iba a morir, pero aún así sería sanado.
Al reflexionar sobre este mensaje, me vinieron a la mente palabras del Libro de Mormón:
“Pues bien, esta restauración vendrá sobre todos, tanto viejos como jóvenes, esclavos así como libres, varones así como mujeres, malvados así como justos; y no se perderá ni un solo pelo de su cabeza, sino que todo será restablecido a su perfecta forma… Te digo que este cuerpo mortal se levanta como cuerpo inmortal, es decir, de la muerte, sí, de la primera muerte a vida, de modo que no pueden morir ya más”. -Alma 11: 44-45
Aunque nunca antes lo había pensado de esa manera, la resurrección nos sanará a todos de todas las aflicciones de la mortalidad. Cada oración por sanidad, cada bendición del sacerdocio, algún día serán contestadas en la resurrección.
Todas las demás curaciones, por milagrosas que sean, son sólo temporales. Incluso Lázaro, a quien Jesús resucitó de entre los muertos, murió más adelante. La sanidad duradera y eterna que buscamos solo puede provenir de la resurrección.
Esa es la sanación milagrosa que todos recibiremos a través de nuestro Salvador Jesucristo. Al hablar en el funeral de este hombre, me sentí inspirado a decir estas palabras:
“No todos podrán levantarse de la cama del hospital, pero todos pondrán levantarse de la muerte. Por el poder de la resurrección de Cristo, todos serán sanados de toda aflicción de la mortalidad”.
Al final, todos vencerán al cáncer.
¿Acaso no tenía más obras pendientes en la tierra?
Siempre hay más trabajo por hacer. El presidente Joseph Fielding Smith dijo lo siguiente:
“Ninguna persona justa fallece antes de su tiempo. En el caso de los santos fieles, simplemente son llevados a otras áreas de trabajo.
La obra del Señor continúa en esta vida, en el mundo de los espíritus y en los reinos de gloria adonde los hombres van después de su resurrección”. -Servicios funerarios del élder Richard L. Evans, “Ensign”.
La promesa del Señor a José Smith en la cárcel de Liberty se aplica a cada uno de nosotros. Los límites de nuestros enemigos (que incluye el cáncer y otras enfermedades) “están señalados, y no los pueden traspasar. [Nuestros] días son conocidos, y [nuestros] años no serán acortados” (DyC 122: 9).
Esto no significa que no moriremos jóvenes, José Smith pasó por ello, pero significa que la vida de los fieles se preservará hasta que hayan vivido lo suficiente como para cumplir la voluntad del Señor para ellos. Puede que vivamos mucho más tiempo que eso, pero no antes.
¿Dónde está ella ahora y qué está haciendo?
El Libro de Mormón explica que “hay un intervalo entre el tiempo de la muerte y el de la resurrección” y que “los espíritus de los que son justos serán recibidos en un estado de felicidad que se llama paraíso” (Alma 40: 9,12).
Otro versículo explica además que los fieles “continúan sus obras” en el mundo de los espíritus (DyC 138: 57). Esta obra incluye predicar el evangelio, pero también asumiremos que incluye su servicio en sus familias como madres y padres, hijos e hijas, abuelos y hermanos. Sin duda, ellos también “continúan sus labores” en esa esfera.
Una ilustración de esto se encuentra en la vida del élder Bruce R. McConkie. Poco antes de la muerte de su padre Oscar McConkie, reunió a sus hijos y nietos y dijo:
“Voy a morir. Todavía no sé cuál será mi asignación en el mundo de los espíritus, pero sí sé esto: cuando muera no dejaré de amarlos; no dejaré de preocuparme por ustedes; no dejaré de orar por ustedes; y no dejaré de obrar a su favor”. -“The Bruce R. McConkie story”
Aunque existe un velo que los separa de nosotros, confiamos en que “no están lejos de nosotros y conocen y entienden nuestros pensamientos, sentimientos y movimientos” (“Enseñanzas del profeta José Smith”).
Asumimos de esto que nuestros seres queridos están al tanto de los sucesos importantes en nuestras vidas. En especial, se dice que los matrimonios en el templo se realizan ante Dios, ángeles y testigos.
¿Qué otros ángeles querrían asistir a nuestros sellamientos en el templo a no ser que fueran nuestros seres queridos que han fallecido? Entender esto nos ofrece una poderosa motivación al entrar en el templo y sentir nuevamente la presencia de aquellos que han partido.
¿Qué pasará con ella?
Así como la caída de Adán y Eva provocó la muerte inevitable de toda la humanidad, la expiación de Jesucristo trae una resurrección inevitable.
“Así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor. 15:22). Es necesario que pasemos por la muerte para que podamos resucitar. El élder Bruce R. McConkie explicó:
“Si Adán no hubiera caído, por lo cual viene la muerte, no habría habido expiación de Cristo, por la cual viene la vida” -McConkie, “Ensign”, Mayo 1985
El gozo de la resurrección no sería posible sin el dolor de la muerte. El presidente Russell M. Nelson enseñó esto de una manera poderosa cuando dijo:
“No podríamos apreciar plenamente el gozo de reunirnos después, sin estas tristes separaciones de ahora. La única manera de evitar el dolor de la muerte es evitar amar en la vida”. -“Las puertas de la muerte”
Parte del gozo de la resurrección será el reencuentro que traerá con nuestros seres queridos. El profeta José Smith vio en una visión que los santos fieles resucitan con sus familias. Él explicó:
“Fue tan clara la visión, que vi a los hombres antes que hubiesen ascendido de la tumba, como si estuviesen levantándose lentamente.
Se dieron la mano unos a otros, y exclamaron el uno al otro: “¡Mi padre; mi hijo; mi madre; mi hija; mi hermano; mi hermana!” Y cuando se oiga la voz que ordene a los muertos que se levanten, y suponiendo que estuviese sepultado al lado de mi padre, ¿cuál sería el primer gozo de mi corazón?
Ver a mi padre, mi madre, mi hermano, mi hermana; y si se hallan a mi lado, yo los tomaré en mis brazos y ellos a mí…
Todas sus pérdidas les serán compensadas en la resurrección, si es que permanecen fieles. Por medio de la visión del Señor Todopoderoso, he visto que así sucederá”. -“Enseñanzas del profeta José Smith”
Conclusión
Al ver a mi suegra, mi hijo se volvió hacia mí y me dijo: “Papá, no se siente real. Se siente como si la abuela todavía estuviera aquí”. Ese mismo día había estado pensado sobre lo mismo y le hablé de lo que el Espíritu me enseñó.
Cuando pensé que la muerte no parecía ser real, el Espíritu me susurró: “Eso es porque no lo es”. Reflexioné sobre eso durante todo el día.
La muerte no se siente real porque no es real. La razón por la que parece que todavía están vivos es porque todavía lo están. La razón por la que parece que vamos a despertar y volver a verlos es porque, un día, lo haremos.
Este artículo fue escrito originalmente por MarkA. Mathews y fue publicado originalmente por Meridian Magazine bajo el título “When a loved one dies: Answering questions of the soul”