Estoy convencido de que la mejor manera de convertir a alguien al mormonismo es no tratar de convertirlo en absoluto. Todo lo que hagamos por los demás no tiene que ser una “oportunidad misional.” Si solo hacemos el bien con el fin de hacer el bien. Entonces, creo que tendremos oportunidades más efectivas para mostrar a los demás de qué se trata el evangelio restaurado.
No creo que exista una persona en la tierra que tenga el poder de convertir realmente a otra. El cambio proviene del interior con el poder convincente del Espíritu. Incluso Cristo, con todos sus milagros, no pudo convertir a Pedro y los otros apóstoles a la verdad de su divinidad. Las escrituras describen a Cristo como alguien que “anduvo haciendo el bien.” Otros lo observaron…y quisieron aprender más de lo que Él creía. Una vez que estaban interesados comenzaba a hablarles con preguntas y reflexión. Además del sermón del monte, hubo muy poco de “prédica.”
Entonces, ¿Por qué tanto intentamos convertir a los demás? ¿Por qué fastidiamos, nos entrometemos e incitamos a los demás a hacer lo que creemos que deben hacer en vez de ir a la iglesia, bautizarnos, o “reactivarnos?” No tengo duda que la mayor parte del tiempo, se hacen esos esfuerzos con un espíritu de preocupación sincero por ellos. Sin embargo, los actos de hermandad planificados raramente funcionan… y si lo hicieran, generalmente no permanecerían en ese efecto.
Las correlaciones de barrio, metas, KPIs (Indicadores Clave de Rendimiento) y otros programas calculados que tengo en mente son una distracción para lo que es más importante. Sufrimos de implementación programática del evangelio en nuestras vidas y según, Boyd K. Packer, “No se pueden forzar las cosas espirituales. No puedes forzar al Espíritu a responder más de lo que puedes forzar a un frijol a brotar o a un huevo a eclosionar antes de su tiempo.”
Entonces, ¿cómo se supone que cumplamos con las metas de bautismo de barrio? No sé si el Señor ha preparado 1 o 1000 personas para escuchar el evangelio y convertirse. ¿Puedes imaginarte a Amón y sus hermanos dirigiéndose a los Lamanitas y haciendo KPIs de cuantas personas iban a bautizar?
Por favor, entiendan que no estoy en contra de establecer metas. Son una parte importante en mi vida pero plantear tus propias metas… para ti mismo. No poner metas que estén fuera de tu control.
Puedo controlar lo que hago. No puedo controlar a otros. Eso nunca funciona. Hubo una gran guerra en los cielos por eso.
Estoy casi seguro de que Amón y sus hermanos apenas tenían una meta y un programa. De hecho, las escrituras dicen que Amón deseaba “morar entre este pueblo [los Lamanitas] por algún tiempo; sí, y quizá hasta el día que muera.” Es decir, lo que fuera necesario. Amón solo quería conocer y ser un ejemplo para el pueblo con la esperanza de que algún día pudiera compartirles lo que le trajo tanto gozo a su vida. Solo deseaba amar, servir y descubrir qué les sucedía.
No sabía cuánto tenía que quedarse y no le importó. No tenía horarios ni cuadros para marcar. Un informe que entregar. Si tenía la oportunidad de compartir el evangelio, lo hacía pero lo último que intentaba era “forzar las cosas espirituales.” No iba a intentar bautizar a alguien el 31 de diciembre para cumplir con sus metas del 78 a.C. Iba a hacer lo que le guiara el Espíritu en el tiempo del Señor.
Recuerdo que cuando estaba en el CCM me pidieron que hiciera una escenificación de uno de los temas. Me esforcé, traté de recordar todo lo aprendido y di mi propio testimonio, tan puro y honesto como pude. El instructor me detuvo en medio de la lección y dijo, “Vamos…no estás enseñando con el Espíritu.”
“Amigo… ¿qué quieres que haga? ¿Necesito llorar para ser más convincente? Y realmente… ¿cómo puede estar seguro de que estoy o no enseñando con el espíritu?” eso pensé cuando me senté desconcentado.
Si hay algo que he aprendido en este corto tiempo en la iglesia es que mientras más intentes convertir a alguien al evangelio, más lo alejas. Mientras más fuerces las cosas espirituales, más cosas se ponen difíciles. Pero, si eres realmente entusiasta sobre el evangelio, habrá innumerables personas que querrán conocer lo que crees y por qué lo haces.
Los programas arbitrarios, los patrones de compromiso, las preguntas de “tú…,” las frases de “te invito,” “bendiciones prometidas,” y demás hacen las cosas raras. Generalmente, eso da la impresión de ser forzado y no natural, pocas veces ayuda a las personas a sentir el espíritu o las une a la iglesia.
“Enseñen principios correctos,” le gustaba decir a José Smith, “y dejan que decidan por ellos mismos.” Cuando citamos D&C 43:9 sobre “obligarnos a obrar” no se refiere a tener que poner a los demás en un patrón de compromiso siempre que deseemos que participen en nuestro programa.
Las personas se unirán a la iglesia por tu ejemplo, la doctrina y el espíritu que sientan. No se unirán a la iglesia porque es tu “deber” regresarlos a la iglesia o porque tienes que hacer un informe. Las personas no desean ser tus metas o frases. Desean ser tus amigos y tener la paz que solo el Salvador puede dar.
Compartir el evangelio es como servir una fruta. No importa cuán dulce y perfecta sea, si la servimos inapropiadamente, es muy probable que no quieran recibirla. Mientras más cuidado y preocupación pongamos en servir esa fruta, más aceptada, aprovechada y disfrutada será. Sacar un puñado de frambuesas aplastadas de tu bolsillo con tus manos sucias no tendrá el mismo resultado que tomar las mismas frambuesas y presentarlas impecablemente en un plato.
Eso hacemos a veces. En nuestras conversaciones, amistades y especialmente en las reuniones de la iglesia donde los misiones llevan a sus investigadores esperando una fruta presentada impecablemente para que los edifique. Pero, en lugar de eso, aplastamos la fruta en su cara hasta que lo que alguna vez hubiera sido dulce y hermoso para ellos se vuelve un irreconocible feo desastre.
Creo que es divertido (más penoso que divertido) el hecho de haber estado en varias reuniones con muchos investigadores en la congregación listos para escuchar un poderoso mensaje sobre Jesucristo y desperdiciamos toda la reunión hablando de cómo hacer la obra misional y cómo traer más investigadores a la iglesia. Esto sucedió hace algunos años cuando el alcalde de la ciudad estuvo en una de nuestras reuniones. ¿Pueden adivinar de qué hablamos durante casi 2 horas? Programas sobre como traer más amigos a la iglesia.
Quería gritar desde atrás… ”¡Oigan! ¡Tenemos 5 investigadores y al alcalde de nuestra ciudad sentados aquí! ¡Sírvanles una fruta!” en cambio, los alejamos con 5 tácticas para traer más investigadores a la iglesia.
Tenemos el evangelio más valioso en nuestras manos. Tenemos la doctrina más poderosa en nuestros corazones. Sin embargo, desperdiciamos oportunidades de oro por instrucciones” y “programas.” Debemos dejar de hablar sobre cómo hacer la obra misional y convertir a los demás porque parece no estar ayudando. Parece que mientras implementamos más programas, más números perdemos.
¿A qué se debe?
Si nos paráramos en el púlpito, trajéramos a Amón y los Hijos de Mosía, contáramos su historia con la doctrina correspondiente, comenzaríamos a ver una luz en los miembros. Sin embargo, ¿con qué frecuencia ves que realmente se enseña de las escrituras?
¿Historias, clichés, 5-10 minutos de liderazgo halagador y un testimonio de agradecimiento? Con suerte, unos versículos de las escrituras. Las personas se distraen, entran a Facebook, revisan su saldo bancario o “descansan sus ojos” (duermen).
En una reciente reunión de capacitación, un matrimonio misionero se dirigió a la congregación. El Elder se levantó y dijo algo que no recuerdo. Luego, su esposa se levantó y abrió el Nuevo Testamento, nos enseñó sobre Cristo en el punto que trataban de enseñar. Fueron los mejores 10 minutos de la capacitación. Fue poderoso porque abrió las escrituras y dejó que el Salvador nos enseñara.
Tenemos que volver a los inicios, hablar del Libro de Mormón y la Biblia. Si no sabemos cómo hacer la obra misional hasta ahora… existe una pequeña esperanza de que un programa lo haga.
Como ex inactivo de 20 años, no existía programa, táctica, estrategia que fuera lo suficientemente efectiva que me regresara a la iglesia y llevara a la misión. No fue hasta que leí el Libro de Mormón por completo y presencié la emoción de alguien que ya había servido en una misión, que algo cambió para mí con respecto a la conversión. Una vez que comenzaron a enseñarme la doctrina, hizo que “pusiera mi mano en el arado y nunca miré hacia atrás.” (Lucas 9:62)
Vivir el evangelio y demostrar amor como Cristo no es una ciencia. Sin embargo, a veces se siente como si la convirtiéramos en una ciencia. El Salvador lo hizo simple. ¡Deja tu luz brillar! Dondequiera que vayas. Solo eso. Deja tu luz brillar y los demás se sentirán atraídos a esa luz. Una vez que sean atraídos a tu luz, puedes exponer lo que sabes sobre Cristo y sus enseñanzas.
Este artículo fue originalmente escrito por Greg Trimble y publicado en www.gregtrimble.com con el título “Why We Need To Stop Trying So Hard To Convert Everyone.”