Aquella noche de sufrimiento en Getsemaní y los sucesos que acontecieron son importantes por un sinnúmero de razones.
Uno de los más importantes es el momento de la negación profetizada de Pedro y el canto del gallo, recordándole que acababa de hacer lo que juró que nunca haría, para mí, es uno de los acontecimientos más significativos del Nuevo Testamento.
Tal vez sea porque podemos identificarnos con Pedro cuando se dio cuenta rápidamente que había cometido un error.
Si alguna vez has visto la pintura del Museo de Historia del Arte de Viena titulada “Pedro arrepentido”, habrás podido ver sus ojos enrojecidos, aún llenos de lágrimas, mientras que en el fondo se ve el amanecer. Un sentimiento muy fuerte puede venir a nosotros si nos ponemos a reflexionar en ello.
La iglesia que ahora se encuentra fuera de los muros de Jerusalén, cerca del Palacio de Caifás, que conmemora el lugar de la negación de Pedro, se llama “Gallicantu” del latín que significa “el canto del gallo”.
Y seguramente, para muchos, el sonido del canto de ese gallo indica traición, debilidad, la agonía del fracaso en un momento de dificultad, sin embargo, es mi deseo que ese sonido y ese momento signifique algo diferente para ti.
Primero, déjame llevarte a esa noche.
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Una noche en Getsemaní
Después de que Cristo fue traicionado con un beso en el huerto de Getsemaní, fue llevado ante Caifás, el sumo sacerdote, donde se reunieron los escribas y los ancianos del pueblo. El capítulo 26 de Mateo nos dice que:
“Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los guardias, para ver el fin”.– Mateo 26: 58
Pedro lo siguió en vez de haber huido, mostrando un poco de valor. Puede que tal vez su valor haya comenzado a flaquear cuando vio a los que se habían reunido para escupir en la cara de su Maestro y abofetearlo. Todo esto después de que testigos falsos consideraran que Jesús debía morir como consecuencia de un juicio corrupto y sin fundamento.
Fue justo en aquel momento que una criada vio a Pedro y declaró: “Tú también estabas con Jesús, el galileo”. Quizás en las palabras de aquella mujer también escuchó que él debía recibir lo que aquella afirmación implicaba. Él negó ante todos ellos diciendo: “No sé lo que dices” (Mateo 26: 69-70).
Momentos después dirigiéndose a la puerta, otra criada lo señaló y dijo a los que estaban reunidos: “También este estaba con Jesús de Nazaret”.
Quizás pensando en cómo sobreviviría en este mundo sin su Maestro, esta vez Pedro negó “con juramento” que no conocía al Jesús, enfatizando su primera negación.
James E. Talmage habló de la tercera negación de esta manera en su libro “Jesús el Cristo”:
“Hacía frío esa noche abrileña, y se había encendido un fuego en el patio del palacio. Pedro se sentó con los demás alrededor de la lumbre, pensando tal vez que la osadía sería mejor que el comportamiento sigiloso para evitar que lo conocieran.
Como una hora después de sus primeras negaciones, algunos de los hombres sentados alrededor del fuego lo acusaron de ser discípulo de Jesús, e hicieron mención de que su dialecto galileo era evidencia de que por lo menos era compatriota del Prisionero del sumo sacerdote; pero la amenaza más grande provino de la acusación de un pariente de Malco, cuya oreja Pedro había cortado con la espada, el cual le preguntó en forma directa: “¿No te vi yo en el huerto con él?”
Entonces Pedro llegó a tal extremo, sobre el camino de la mentira que había emprendido, que comenzó a maldecir y a jurar, y declaró con vehemencia por tercera vez: “No conozco al hombre.” Al salir de sus labios esta última mentira impía, el sonoro canto del gallo llegó a sus oídos, y el recuerdo de la predicción de su Señor se desbordó en sus pensamientos”.
La predicción del Señor de que “todos [sus apóstoles] se escandalizarían de él esa noche” se había cumplido. Y pensar que hace unas horas, Pedro se había apresurado a intervenir y a declarar con valentía: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”.
Aun así el Señor sabía lo que sucedería. Pedro lo negaría tres veces esa misma noche antes de que cantara el gallo (Mateo 26: 31-34).
Las propias palabras de Pedro debieron resonar con una hipocresía punzante en su mente al darse cuenta de lo que había hecho. Estoy seguro de que realmente creyó en su propia declaración de que se mantendría fiel, de la misma manera en que salió de la barca para caminar sobre las aguas hacia su Señor.
Pero en ambos casos, Pedro dudó cuando fue llevado por el miedo.
Con estos pensamientos sin duda en su mente, sintiendo el abismo entre todo lo que esperaba ser y lo que era en ese momento, salió y lloró amargamente.
Aprender de nuestros errores
Eso no es lo último que sabemos de Pedro. Cuando escuchamos su nombre o pensamos en él, no creo que su error o la negación que hizo sea lo primero que venga a nuestra mente. No, conocemos a Pedro por su valentía, por su poderoso testimonio y por su inquebrantable devoción a la misión que Jesús le dio.
Él no hubiera podido lograr ninguna de esas cosas de no haber sido por esa noche, cuando afrontó su debilidad e inseguridad y decidió entregárselas al Señor.
Fue en esta oscura noche de decepción que el presidente Gordon B. Hinckley dijo algo que desde entonces se ha citado con frecuencia:
“Una de las grandes calamidades que presenciamos diariamente es la tragedia de hombres que teniendo altos ideales no logran nada en la vida. Sus motivos son nobles, sus ambiciones son dignas de alabanza y su capacidad para lograrlas es incalculable; sin embargo, les hace falta disciplina, se dejan llevar por la apatía y el apetito destruye su determinación”.
Todos podemos vernos reflejados en aquella cita del profeta. Incluso si no te consideras una persona con ambiciones, es probable que te hayas trazado metas de mejorar tus hábitos espirituales, ser una mejor persona o servir a los demás, y, sin embargo, podrías haber fallado en el intento.
Quizás Pedro no entendió eso hasta la noche en que el Hijo del Dios viviente necesitó más de su lealtad y él no se la brindó. Quizás antes de eso, Pedro se apoyaba demasiado en su propia fuerza, quizás todos los milagros que había presenciado le hicieron creer que él también era algo más que un simple hombre.
Pero el canto del gallo le recordó que no era así y, a pesar de todo, Cristo le daría la oportunidad de arrepentirse de sus actos.
De pescador a pastor
Después de Su resurrección, Jesús visitó a Sus apóstoles en Galilea. Cuando Juan le dijo a Pedro que era el Señor quien se dirigía a ellos desde la orilla, Pedro saltó de la barca para llegar a Él. Guardaron lo que pescaron y cenaron junto al mar.
Mientras comían, Jesús le dijo a Pedro:
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?” Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos”. -Juan 21: 15
El Salvador del mundo repitió lo mismo dos veces. Cuando analizamos este momento, a menudo hablamos de que fue una amonestación a Pedro para que saliera y predicara el evangelio, que Pedro “ya no sería más un pescador, sino más bien un pastor, el que cuidaría del rebaño del Maestro”.
El Señor le estaba dando a Pedro la oportunidad de ser redimido de su error de una manera directa en una hermosa referencia a la negación que realizó.
El mismo Pedro llamó a la prueba de su fe, “mucho más preciosa que el oro, el cual perece” (1 Pedro 1: 7) y seguramente eso es lo que esa noche fue para él, aunque él no haya pensado en aquella experiencia como preciosa en aquel momento.
La valentía con la que testificó desde ese instante en adelante no fue la misma con la que se enorgullecía de su propia fuerza o de su capacidad para hacer lo que otros no podían, sino de la fuerza de su Dios. Como dijo Richard Lloyd Anderson:
“Después de la crucifixión, [Pedro] testificó con valentía durante un tercio de siglo, emulando a Jesús en su manera de vivir y morir… El mensaje más grande de Pedro fue una vida de compromiso y valentía”.
Imagina a Pedro llorando en la noche en que negó a Jesús, amargamente decepcionado por su propia cobardía, al enterarse de que un día su gran legado sería su valentía.
Eso es lo que quiero que signifique el canto del gallo, no un símbolo de decepción, sino un recordatorio de que los momentos difíciles de nuestras vidas no nos definen, no marca el final de nuestro camino.
Por el contrario, el sonido del canto del gallo significa que si nos humillamos y nos ponemos en las manos del Señor, Él hará posible que tengamos un legado de valentía cuando sintamos que hemos fracasado y que es posible levantarnos y volver a empezar.
Fuente: Meridian Magazine