En cualquier camino de fe, siempre llega el momento en que surgen dudas. Algunas son pequeñas, como un detalle en las escrituras. Otras tocan temas sensibles de la historia, del liderazgo o de la organización de la Iglesia. Y, de pronto, una persona puede sentirse dentro de una nube de preguntas sin saber qué hacer con ellas.

Sin embargo, quienes han recorrido este proceso han descubierto algo importante. La paz no suele llegar cuando todas las dudas quedan resueltas, sino cuando el corazón vuelve a mirar a Cristo. Él es la base segura, la roca estable en medio de cualquier inquietud.

Volver al momento en que el corazón reconoció a Cristo

Hombre con los brazos abierto mirando al cielo
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Cuando alguien se siente confundido, una de las invitaciones más poderosas es recordar esos momentos sagrados:

  • Cuando su alma se llenó de asombro por la bondad del Salvador.
  • Cuando sintió Su amor de manera inesperada.
  • Cuando una oración trajo luz reconfortante.
  • Cuando vio Su mano guiando decisiones importantes.

Esos momentos son un recordatorio de que Jesús ya ha estado ahí, incluso antes de que surgieran las preguntas. Esa relación personal con Él es la verdadera base sobre la cual se construye la fe.

Dios no exige que se entienda todo ahora

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A veces, las personas esperan respuestas inmediatas para cada duda, como si la fe funcionara bajo sus propios términos y tiempos. Las escrituras enseñan algo diferente:

Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos” – Isaías 55:8.

El Señor tiene Su ritmo y Su propósito. Y en lugar de exigir que cada pregunta se resuelva, Él invita a confiar primero en la relación con Él. A veces Dios no responde todavía porque quiere formar en Sus hijos un corazón más firme, más humilde y más capaz de reconocer Su voz.

Jesús guía aun cuando no comprendemos todo

hombre orando
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Hay una escritura que, adaptada, ilumina este principio:

No podéis entender todas las cosas ahora, pero alegraos, porque Yo os guiaré” – DyC. 78:18.

No se trata de ignorar las dudas ni de vivir una fe superficial. Estudiar, analizar y aprender puede ser valioso. Pero la seguridad espiritual no proviene únicamente de entender cada detalle doctrinal. Proviene de sentirse abrazados por Cristo, aun en medio de lo que todavía no se comprende.

Jesús nunca condicionó Su amor a la capacidad intelectual o al nivel de estudio religioso. De hecho, advirtió contra la autosuficiencia que muchas veces acompaña al “mucho saber”.

Los sabios y los ricos que se envanecen… Él no los recibe” – 2 Nefi 9:42.

Lo que Él pide es humildad, disposición para aprender, un corazón confiado y sincero.

La fe crece cuando se prioriza lo esencial

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Quienes han sentido el amor de Cristo en la Restauración suelen reconocer que Su cercanía pesa más que cualquier incertidumbre. Por eso, cuando llegan dudas, la invitación es clara: recordar lo que se ha vivido con Él antes de enfocarse en lo que no se entiende.

Imaginar esto ayuda: si alguien recibiera un regalo invaluable del cielo, ¿realmente se iría porque el empaque tiene una esquina arrugada? Las preguntas pueden ser válidas, pero no deberían eclipsar el milagro de estar en una relación real con Jesús.

Las personas no siempre obtendrán respuestas completas y perfectas en esta vida, y eso está bien. Jesús mismo es la respuesta a lo que más importa.

En Su amor hay dirección. En Su ejemplo hay claridad. En Su camino hay luz, aun cuando otras áreas permanecen en sombra. Mientras llega la comprensión plena, Él promete caminar a nuestro lado, sostenernos, guiarnos y enseñarnos de manera personal.

Al final, lo que transforma y salva no es la claridad doctrinal absoluta. Es Jesús.

Fuente: Meridian  

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