Estaba sentada en mi sofá, lo más probable es que haya estado medio dormida, cuando escuché al Presidente Monson decir: “Me complace anunciar que, entrando en vigor de inmediato, todos los jóvenes dignos y capaces que se hayan graduado de la escuela secundaria o su equivalente, independientemente de dónde vivan, tendrán la opción de ser recomendados para la obra misional a los 18 años en lugar de a los 19.”
Mi corazón saltó hasta mi garganta y me desperté por completo. Acababa de comenzar mi segundo año de la escuela secundaria y sabía que muchos de último año y sus pobres madres se estarían volviendo más locos que yo. Además, tenía amigos cercanos que se irían un año antes de lo que podían.
En medio de mi completo asombro, mi mente se aclaró lo suficiente para escuchar la siguiente parte, “Hoy me complace anunciar que las jóvenes dignas y capaces que tengan el deseo de servir, pueden ser recomendadas para el servicio misional a partir de los 19 años en lugar de los 21.”
Sinceramente, no recuerdo lo que pasó después. Creo que llamé a mi mamá (porque ¿qué se supone que hagas en un momento de pánico?) y pensé en todos mis compañeros de clases. Fui a una escuela secundaria con un porcentaje inusualmente alto de Santos de los Últimos Días y supe que este anuncio estremecería nuestro mundo.
El servicio misional siempre se sintió tan distante, pero en ese momento, nunca se sintió más real y urgente. Podía tener un llamamiento misional en mis manos antes de que terminara mi último año.
“¿Escuchaste sobre el cambio de edad?”
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Las siguientes semanas en la escuela fueron interesantes. Todos hablaban sobre “el cambio de edad” y qué significaba para sus planes para el futuro.
Me sentía bendecida por tener grandes amigos con testimonios fuertes y el tema surgía en nuestras conversaciones casi diariamente. “¿Piensas ir a la misión?” era una pregunta que sentíamos que necesitábamos responder inmediatamente ya que no solo nos la hacíamos el uno al otro frecuentemente sino también los amados adultos y líderes de La Iglesia.
“Tal vez, no lo sé todavía” salía de mi boca más veces de las que recuerdo. El segundo año terminó, el penúltimo año pasó, el último año comenzó y asistía a despedidas de misioneros casi cada domingo durante el verano. Pero, cuando alguien me preguntaba si planeaba servir en una misión, mi respuesta todavía era, “Tal vez, no lo sé todavía.” Me sentía cada vez más ansiosa cuando mis amigos que una vez dijeron “tal vez” comenzaron a decir “sí”.
“No tienes que ir, pero prepárate de todos modos”
Un domingo, mi obispo y yo conversábamos y me preguntó si es que una misión estaba en mi futuro. Le di la respuesta que le daba a todo el mundo y me dio un consejo que apreciaré por siempre.
Me dijo que no tenía que ir, que la decisión era mía y que el Señor la tomaría. Pero, me dijo que me preparara para ir. De esta manera si mi respuesta era “sí,” estaría lista, y si el Señor tenía otros planes para mí, estaría preparada espiritualmente para lo que me esperaba. Así que eso fue exactamente lo que hice.
Oré, leí las Escrituras y escuché los mensajes de la conferencia todos los días, pero evitaba cuidadosamente hacerle al Señor la pregunta para la que necesitaba una respuesta. Sinceramente, me aterraba que mi “tal vez” se convirtiera en un “sí”.
Mi estómago se ataba en nudos solo al pensar en abrir un llamamiento misional y embarcarme en un viaje de 18 meses con tantas preguntas. Algo en mi corazón se sentía un poco apagado cada vez que lo pensaba, pero amo a mi Salvador y haría cualquier cosa por Él. Además, si Él me hubiera dicho que fuera, lo hubiera hecho.
Finalmente, oré y recibí mi respuesta
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Dejo las cosas para más tarde por naturaleza, pero poco después de mi cumpleaños número 18, supe que no podía ignorarlo más tiempo. Me arrodillé al lado de mi cama y le pregunté a mi Padre Celestial si Él deseaba que sirviera en una misión. No sentí nada inmediatamente, pensé, “tal vez esta sea Su manera de decirme que una misión no es para mí.” Escuché historias de un ardor que invadía el alma de alguien tan pronto como sabía que iba a servir en una misión y eso definitivamente no estaba sucediendo.
Me senté ahí por un minuto y me metí a la cama para leer mis Escrituras. Me dirigí a Doctrina y Convenios 11, y leí los versículos 13 – 17:
De cierto, de cierto te digo: Te daré de mi Espíritu, el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo; y entonces conocerás, o por este medio sabrás, todas las cosas que de mí deseares, que corresponden a la rectitud, con fe, creyendo en mí que recibirás.
He aquí, te mando que no vayas a suponer que eres llamado a predicar sino hasta que se te llame.
Espera un poco más, hasta que tengas mi palabra, mi roca, mi iglesia y mi evangelio, para que con certeza conozcas mi doctrina.
Y entonces, he aquí, conforme a tus deseos, sí, de acuerdo con tu fe te será hecho.
El alivio instantáneamente me invadió. Estaba asumiendo prematuramente que una misión de tiempo completo era parte de mi camino antes de que incluso le preguntara a Dios cuál era Su plan para mí. Además, la frase “conforme a tus deseos” realmente calmó mi ansiedad.
Podía tomar la decisión de servir o no, y después de un largo par de años. Finalmente, pude admitir que mi camino no incluía una misión y el Padre Celestial no me amaba menos.
Sentí más paz de la que tuve en bastante tiempo y en ese invierno de mi último año, mi respuesta fue confirmada (nuevamente) cuando conocí a un misionero retornado. Nos enamoramos profundamente, muy rápido, y nos comprometimos una semana después de mi graduación de la escuela secundaria.
Iba a las despedidas de mis amigos de la mano de mi prometido y me sentía tan segura de que este era mi camino y que el Padre Celestial estaba feliz con mi elección de recibir mi investidura y sellarme con mi esposo por la eternidad. Mi testimonio sobre la revelación personal y la mano de Dios en mi vida se multiplicaron durante esta experiencia.
Aprendí una o dos cosas durante este largo proceso que quiero compartir con todo aquel que no haya servido en una misión, está decidiendo si debería o no, o solo quiere saber cómo fue la vida de una estudiante de secundaria después del “cambio de edad.”
1. Cada situación es diferente
Todos somos hijos de Dios y Él tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros, ninguno de los cuales se ve igual. Él nos guía a todos en diferentes direcciones, vamos por caminos distintos, y cada uno escucha Su voz y ve Su mano en su vida de manera diferente. Pero, Él siempre está ahí y nos ama con un perfecto amor que ni siquiera podemos comprender.
Cuando alguien decide no servir en una misión, no significa automáticamente que sea malo, indigno o reacio. Solo significa que está en otro camino que desempeñará un papel importante en su vida, así como lo haría una misión en la vida de alguien más.
2. La misión y el matrimonio son importantes, pero no olvides todo lo que hay en medio.
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Servir en una misión de tiempo completo es una seria responsabilidad de amor y compromiso que admiro en tantos de mis amigos y familiares que sirvieron. El matrimonio también es increíble, tener que pasar cada día con la persona que amas más es desafiante y gratificante. Pero, no olvides a los adultos jóvenes, especialmente mujeres, que no están haciendo ninguna de esas cosas.
El porcentaje de mujeres que fueron a la misión se incrementó significativamente cuando se anunció el cambio de edad. Una vez que nos graduamos y todas tomamos caminos diferentes, mis amigas que estaban solteras y no eran misioneras retornadas expresaron que se sentían fuera de lugar y como si no estuvieran progresando, lo que no podría estar más lejos de la verdad. Estaban haciendo cosas maravillosas como ir a la universidad, trabajar, participar en barrios de JAS, viajar, tener roles de liderazgo y encontrarse a sí mismas.
Las misiones y el matrimonio son importantes, pero las personas que no sirven en una misión también están progresando y llegando a ser más como Cristo a su propia manera diseñada divinamente. Todos trabajamos para construir el reino de Dios sin importar en qué parte de nuestro viaje nos encontremos.
3. Servir en el templo es lo más importante que podemos hacer.
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Llegar al templo es lo más importante que pueden hacer los jóvenes adultos, ya sea que en su futuro se encuentre una misión, un matrimonio, la universidad, bebés, una carrera, una enfermedad o cualquier cosa que esté en medio. La vida es difícil y puede ser especialmente difícil para los jóvenes adultos que intentan descubrir su camino aquí en la tierra. Lo sé por experiencia.
Boyd K. Packer lo dijo mejor en la revista Ensign de octubre de 2010: “En el templo, la polvareda de la distracción parece disiparse, la niebla y la bruma parecen levantarse, y podemos “ver” cosas que antes no podíamos ver y encontrar un camino a través de nuestros problemas que no conocimos previamente.”
Me siento tan agradecida por los misioneros que salen y llevan a las personas la felicidad del Evangelio. El mensaje que difunden no tiene precio. Soy bendecida con un esposo fiel que sirvió en una misión. Su conocimiento de su misión bendice mi vida todos los días. Y, me siento agradecida por el camino de mi vida, a pesar de que no incluyó una misión de tiempo completo.
Amo el Evangelio por muchas razones, pero una de mis favoritas es que podemos recibir revelación personal de Dios todos los días. Podemos orar y Él responderá porque Él se preocupa mucho por cada uno de nosotros. Su plan es perfecto, así que si el tuyo incluye o no una misión, recuerda que Él está orgulloso de ti, te ama, te conoce y te guiará por un camino que finalmente te dirigirá de regreso a Él.
Artículo originalmente escrito por Lindsey Miller y publicado en ldsliving.com con el título “How Deciding Not to Serve a Mission Impacted My Testimony.”