Nunca antes me pareció que el subir dos pisos por las escaleras pudiera parecer tan largo.
Estaba volviendo a la iglesia después de un largo tiempo de ausencia cuando mi entusiasmo fue reemplazado por temor. Mi desesperación por creer en las doctrinas centrales de la Iglesia – tal como la Expiación de Jesucristo y el poder sellador del templo – me habían impulsado a regresar; a pesar de eso, todavía me preocupaba que con un tatuaje visible y un piercing extra ya no se me permitiera encajar con los JAS (jóvenes adultos solteros).
Si bien mi tiempo fuera de la iglesia tuvo momentos extremadamente oscuros, yo honestamente lo considero como uno de los momentos más importantes de mi vida. Nunca había orado tanto ni me había examinado a mí misma ni a mis creencias de una manera tan profunda; jamás había enfrentado mis inseguridades tan directamente como lo hice en ese entonces.
Una vez que empecé a aceptar mis dudas y dificultades, me di cuenta de cuánto deseaba creer en las cosas que me habían enseñado en la Iglesia, así que decidí regresar.
Rápidamente después de tomar la decisión, empecé a preocuparme por lo que las personas pensaran de mí. Tenía un tatuaje y me preguntaba cómo me juzgarían por eso; me puse a pensar si mis preguntas sobre el evangelio les parecerían tontas a los demás y si sería etiquetado como algo inolvidablemente absurdo y sin importancia.
Cuando llegué a la sala donde la Sociedad de Socorro se encontraba ese primer domingo, me senté en la última fila; reconocí a algunas de las personas allí, pero evitaba el contacto visual porque no quería que me preguntaran sobre donde había estado, sobre mi tatuaje o mi piercing.
Mis amigos perecían tener un perfecto testimonio y me maravillaba al escuchar los comentarios inteligentes que hacían en clase; de pronto sentí que era la única con inseguridades y me preocupaba que ninguno de los miembros pudiera entenderme o aceptarme.
Ese día llegué a casa sin tener que responder muchas preguntas sobre mi ausencia, pero me preguntaba, ¿me sentiría como si tuviera que esquivar a todos y mirar al suelo todos los domingos por el resto de mi vida?, ¿alguna vez mi testimonio crecerá?
Durante ese tiempo, uno de mis objetivos fue acercarme y aprender más acerca del Salvador. Estaba leyendo las escrituras del Nuevo Testamento, además del Libro de Mormón, cuando llegué a la historia en el capítulo 2 de San Marcos en donde Jesús estaba cenando cuando los publicanos y pecadores compartieron la mesa con Él:
“Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y con los pecadores?”
“Y oyéndolo Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar al arrepentimiento a los justos, sino a los pecadores.” (Marcos 2:16-17)
Aquella historia me llegó directamente al corazón. Me di cuenta que si los publicanos –que eran los judíos marginados – y los pecadores podían encajar con Jesús, entonces yo también podía hacerlo y eso era lo único que importaba.
Nunca antes la expiación de Jesucristo había significado tanto para mí, me di cuenta de que Él era el único que sabía exactamente como me había sentido durante mi tiempo de oscuridad y sabía cómo me sentía al regresar a la Iglesia. Todavía me preocupaba como verían mis amigos en la Iglesia cada semana, no obstante traté de enfocarme más en seguir y conocer a Cristo, lo cual hizo que esas preocupaciones disminuyeran.
A medida que me sentía mejor en la Iglesia, me comencé a preguntar si, al igual que yo, otros sentían temor de compartir sus preguntas y experiencias. Pensé que si tal vez hablaba y era más abierta y sensible con los demás, otros también podrían sentirse más cómodos de hacer preguntas.
Fue difícil, pero empecé a hablar de manera honesta acerca de mis dudas y experiencias. Si alguien preguntaba por mi tatuaje, me sentía feliz y abierta a hablar sobre ello. Mi miedo a ser diferente comenzó a desaparecer por completo, y, sin falta, cada vez que hablaba de mis pruebas, preguntas o pensamientos, otra persona siempre aparecía con preocupaciones similares y expresaba su alivio al ver que el tema se hubiera mencionado.
Me sorprendió descubrir que tenía más en común que diferente con los miembros de mi barrio, encontré algunos de los mejores amigos que he tenido. Jamás me había sentido más cerca del Salvador.
Me encanta la cita del Elder Joseph B. Wirthlin: “La Iglesia no es un lugar donde se reúnen personas perfectas para decir cosas perfectas o tener pensamientos y sentimientos perfectos. Más bien es un lugar donde se reúnen personas imperfectas para brindarse ánimo, apoyo y servirse mutuamente, mientras proseguimos nuestro camino de regreso a Nuestro Padre Celestial.” (La Virtud de la Bondad, Conferencia General de Abril 2005).
Ahora más que nunca sé que es verdad.
Para cualquiera que sienta que no encaja en la Iglesia, en verdad sí lo hace. Todos tenemos imperfecciones y todos necesitamos el apoyo mutuo. Nuestras experiencias y fe son una parte necesaria de la Iglesia, nuestras preguntas nos ayudan a descubrir lo que realmente creemos, y el compartirlas en la Iglesia puede ayudarnos a encontrar respuestas. Nuestras pruebas y experiencias nos ayudan a relacionarnos y a crear lazos que enriquecen nuestras vidas, especialmente con nuestra familia del barrio.
Para cualquiera que se pregunte cómo pueden ayudar a las personas a sentir que encajan en la Iglesia, no temas hablar con alguien que veas que puede parecer diferente. Sea cariñoso, tolerante y paciente con aquellos que se ven y actúan de manera diferente.
La vulnerabilidad y la autenticidad son elementos importantes en la formación de relaciones reales y duraderas.
Los mejores amigos que tengo de la iglesia son aquellos que no permitieron que mi tatuaje o preguntas se interpusieran en el camino para realmente llegar a conocerme, esas relaciones me ayudaron a ir a la iglesia en las semanas en que las cosas parecían especialmente difíciles. Siempre estaré agradecida de que mis amigos hayan visto más allá de mis diferencias.
Ninguno de nosotros es perfecto y ninguno de nosotros debería esperar que alguien más lo sea.
La vida es lo suficientemente difícil sin establecer demasiadas expectativas en nosotros mismos o en los demás. Si nos apoyamos, nos aceptamos y nos amamos a pesar de algunas diferencias, seremos más como el Salvador. Todos estamos en el mismo camino con los mismos objetivos de felicidad y de poder regresar con Nuestro Padre Celestial.
Aunque todos nos encontramos en diferentes lugares en el camino, todos tenemos los mismos objetivos y eso nos hace encajar juntos.
Este artículo fue escrito originalmente por Katie Steed y fue publicado por lds.org, con el título: “Why Don’t I Feel Like I Fit In at Church?”