La Navidad suele presentarse como una época que debería sentirse alegre por naturaleza. Luces, música, reuniones y mensajes de felicidad constante llenan diciembre. Sin embargo, para muchas personas, estas fechas no traen paz, sino incomodidad, tristeza o agotamiento. Y eso no significa que algo esté mal contigo ni con tu fe.

La experiencia humana nunca ha sido uniforme, y el Evangelio lo reconoce.

En las Escrituras encontramos hombres y mujeres fieles que atravesaron temporadas difíciles, incluso mientras confiaban en Dios.

 El Libro de Mormón enseña que “es necesario que haya una oposición en todas las cosas” (2 Nefi 2:11). Eso incluye nuestras emociones y nuestras estaciones espirituales.

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A veces, el mayor peso de la Navidad no es la fecha en sí, sino la presión de “sentirse bien”.  Sin embargo, el Señor nunca pidió emociones forzadas. En Doctrina y Convenios se nos recuerda que Dios “conoce todas las cosas, porque todas están presentes ante sus ojos” (Doctrina y Convenios 38:2). Él sabe exactamente cómo te sientes, incluso si no encaja con lo que otros esperan de ti.

En los Salmos, David expresó tristeza, miedo y cansancio delante de Dios sin disfrazarlos de alegría.

“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?” (Salmos 42:5).

Esa pregunta honesta también puede ser una oración válida hoy.

Luces y decoraciones navideñas en exhibición en la Manzana del Templo.
Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Muchas veces lo que cuesta no es Jesucristo, sino la Navidad cargada de expectativas irreales. El nacimiento del Salvador no ocurrió en medio de comodidad, abundancia ni perfección familiar. Ocurrió en humildad, silencio y vulnerabilidad.

El ángel anunció a los pastores:

 “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11). 

No dijo que todo sería fácil, sino que Él había llegado.

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Recordar esto puede aliviar la presión. Celebrar el nacimiento de Cristo no exige una experiencia emocional específica. Exige recordar que Dios se acercó a la humanidad en medio de un mundo quebrado.

No hay un solo modelo correcto para vivir la Navidad. Tal vez este año no sea para grandes reuniones, sino para espacios tranquilos. O para servir en silencio. O simplemente para descansar.

El Señor enseñó:

 “Mirad a mí en todo pensamiento; no dudéis, no temáis” (Doctrina y Convenios 6:36). 

Mirar a Cristo no siempre implica actividades externas; a veces implica cuidar el alma, poner límites y reconocer nuestras propias cargas.

Representación de la Natividad. Imagen: LDSDaily

Jesús mismo se apartaba para estar a solas, orar y descansar (Marcos 1:35). Si el Hijo de Dios necesitó espacios de silencio, nosotros también podemos necesitarlos.

Jesucristo no vino solo para los momentos felices. Él vino para sostener a los afligidos. En Mateo 11:28, Él invita:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.

Ese descanso no siempre llega como alegría inmediata. A veces llega como consuelo, paciencia o simplemente la fuerza para seguir adelante un día más.

El presidente Oaks nos recuerda el milagro del nacimiento de Cristo y nos invita a buscar Su paz esta Navidad. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

El profeta Alma enseñó que el Salvador tomaría sobre Sí “los dolores y las enfermedades de su pueblo” para saber cómo socorrernos según nuestras debilidades (Alma 7:11–12). Eso incluye el cansancio emocional y la tristeza que pueden intensificarse en estas fechas.

Tal vez esta Navidad no sea buena. Tal vez no la disfrutes. Y aun así, Dios sigue obrando. La esperanza cristiana no niega el dolor presente; confía en que no es eterno.

El Señor prometió:

“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18).

Esa promesa no depende del calendario ni de una emoción específica.

Si no te gusta la Navidad, no estás fallando. Estás viviendo una etapa de tu vida. Y Cristo, el mismo que nació en circunstancias humildes, camina contigo también ahí.

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