Debido a los recientes disturbios en los Estados Unidos por el caso de George Floyd, del que casi todos ya hemos escuchado, me sentí muy triste y me pregunté cuál era mi posición al respecto.
Hace casi un año conocí a una gran amiga, la reverenda Theresa Dear, en una convención de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP, en inglés).
En esa convención, ambas escuchamos el discurso del reverendo Amos C. Brown, un ex alumno de Martin Luther King Jr. y pastor de la Tercera Iglesia Bautista de San Francisco. Habló sobre NAACP y La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días:
“Tenemos más en común que lo que puede dividirnos superficialmente”.
“Puede estar bien, en esta nación, que nos unamos. No como negros y blancos, no como La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días o los bautistas, sino como hijos de Dios que aman a todos y traen esperanza, felicidad y salud a todos los hijos de Dios”.
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Ambas frases han resonado en mi mente ahora más que nunca, en especial desde que leí una columna que la reverenda Dear escribió para Deseret News.
En dicha columna se detalló la muerte de una persona negra a manos de un policía blanco, se reconoció que las imágenes del lamentable evento registraron los “traumas psicológicos” en la conciencia de nuestra nación.
“Mucha gente no quiere hablar sobre el racismo en estos términos tan crudos. ¿Es doloroso para los blancos y los negros hablar sobre este tema? Por supuesto que lo es. Sin embargo, si no hablamos al respecto, nos convertimos en participantes pasivos de una cultura inmoral e injusta”, dice en la columna.
Con ella condeno el odio, la intolerancia y la violencia. Estuve de acuerdo con todo lo que escribió. Sin embargo, me sentí incómoda.
Quizás no porque una conversación acerca de la raza sería dolorosa, sino porque simplemente no sé cómo sería una ni lo que diría. O, tal vez, me sentí incómoda debido a mi creencia de que las principales relaciones raciales fueron un problema mayor para mis padres que para mí. Eso, de alguna manera, me hace parte del problema.
Al ver las noticias sobre las revueltas desencadenadas por el caso de George Floyd, me di cuenta de que sí, soy parte del problema.
He viajado por todo el mundo por mi trabajo y nunca tuve una mala experiencia relacionada con la raza. De hecho, la mayor parte de mi carrera la he pasado entrevistando a Santos de los Últimos Días de muchas nacionalidades y razas unidos por su creencia en Jesucristo y en Su Iglesia.
Entonces, mientras veía los disturbios en las calles cercanas a la sede de la Iglesia y a la Manzana del Templo, quise comprender a qué se refería la reverenda Dear con “conversación”.
Tengo familiares y amigos que podrían enseñarme algo sobre la raza, pero nunca les pregunté cómo su raza ha definido su identidad y sus experiencias.
De todas las entrevistas que he hecho, solo he preguntado sobre la raza dos veces, ambas cuando entrevisté a líderes afroamericanos recién sostenidos. Ahora me cuestiono si el tono que utilicé en esas preguntas fue de disculpa.
Incluso durante conversaciones importantes con la reverenda Dear, no recuerdo haberle preguntado sobre sus propias experiencias como mujer afroamericana y nos conocimos en un evento de NAACP.
Ojalá supiera por qué.
Tal vez sea porque en todos mis esfuerzos por mostrarles a mis hijos y, a mí misma, que soy tolerante, me he negado a hablar sobre la raza.
He tenido tanto miedo de causar dolor, o de incomodarme a mí misma u otra persona, que dejé pasar lo que podría haber sido una bendición para mi vida y la de los demás al profundizar mi comprensión de una parte muy real de la experiencia humana.
En una entrevista reciente, el Presidente Nelson habló de la responsabilidad que los padres tienen de ayudar a sus hijos. Dijo que las familias fuertes se reflejarán en comunidades y naciones fuertes.
Las conversaciones sobre la raza deben comenzar en nuestros hogares. A partir de ahí, fluirán hacia nuestras comunidades y elevarán nuestras naciones.
“En última instancia, nos damos cuenta de que solo la comprensión de la verdadera Paternidad de Dios puede brindar una apreciación plena de la verdadera hermandad de los hombres y las mujeres. Esa comprensión nos inspira con un deseo ferviente de construir puentes de cooperación en lugar de muros de segregación”. (Evento “Sed Uno”, 2018)
Las palabras que la reverenda Dear utilizó en la columna que escribió, disiparon mi incomodidad y la reemplazaron con el deseo de saber más y actuar mejor.
Su columna enfatizó las palabras del Presidente Nelson, que nos da a todos un lugar seguro para comenzar esta conversación sobre la hermandad de la familia humana.
“No tenemos que ser iguales ni parecernos para amarnos unos a otros. Ni siquiera tenemos que llegar a un acuerdo para amarnos unos a otros. Si tenemos alguna esperanza de reclamar la bondad y el sentido de humanidad que anhelamos, debe comenzar con cada uno de nosotros, una persona a la vez”. (Presidente Nelson, Convención de NAACP, julio de 2019)
Fuente: Church News