La grandeza de Dios está ahí, si solo miras a tu alrededor. Al menos, así ha sido para mí. Nunca he tenido dificultades para reconocer la belleza de la Tierra como una creación y obra de Dios.
El centelleo de las estrellas y el silbido del viento me testifican que hay un Creador.
Puedo ver a Dios a través de la naturaleza. Él creó un paraíso en la Tierra. Ha disminuido la belleza de algunas cosas. Sin embargo, aun así las pequeñas cosas, testifican que hay un Dios.
Para mí, el paraíso es el sol, las estrellas, las montañas, los largos caminos vacíos y los inmensos árboles.
El sol que te despierta todos los días
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Este hecho no sorprende a nadie, aunque algunos lugares tienen menos sol que otros.
La salida del sol es lo único que nunca parece detenerse. Te vas a dormir durante una noche tranquila y oscura. Horas después, es de mañana y vuelve a salir el sol. Es un ciclo constante.
Algunos días, estoy segura de que hay quienes desearíamos que no saliera el sol al menos una vez y que la noche durara un poco más. Sin embargo, también hay quienes no pueden esperar a que termine la noche y que el sol ilumine su vida.
Las estrellas
No veo las estrellas todas las noches. Pero, sé que están ahí. He acampado y me he acostado mirándolas.
Llego a casa, miro el cielo con asombro y medito antes de entrar a mi casa. Al vivir en una ciudad llena de farolas, casas y automóviles, no veo las estrellas con tanta claridad como me gustaría. No obstante, eso me hace atesorarlas aún más.
Puedo tener fe en que están ahí, esperando que las encuentre en un pueblo pequeño, a altas horas de la noche. Me susurran lo pequeña que soy en un mundo tan grande. Veo su belleza.
Las montañas que suben y bajan
Cuando me mudé por primera vez a un pueblo situado en el valle de una montaña, me sentí atrapada. Parecía que las montañas se derrumbaban a mi alrededor.
A medida que crecí para explorarlas y escalarlas, comencé a ver las montañas como una escalera que podía subir, un viaje hacia un destino más elevado y exaltado.
Lo que alguna vez fue una trampa para mí, ahora me da perspectiva y alas para volar. Puedo ver que hay un propósito en lo que me rodea.
Las carreteras vacías que parecen no tener fin
Los pueblos pequeños y las carreteras vacías tienen una belleza especial. Las ciudades ajetreadas son hermosas. No obstante, los pueblos rurales y tranquilos tienen su propia belleza.
Tienen esos caminos largos y vacíos con espacio para caminar, correr, conducir; pero, sobre todo, para pensar.
Un lugar como ese me muestra que este mundo no está tan lleno de gente después de todo, y que hay espacio para que todos crezcamos y aprendamos.
Los árboles altísimos que hay en los bosques
Los bosques parecen asemejarse al misterio y la oscuridad. Sin embargo, para mí, son sinónimo de esos caminos largos y vacíos.
Debajo de los imponentes árboles hay espacio para pensar, escuchar el movimiento de las ramas y el canto de las aves.
Los propios árboles me dicen que hay un Creador. Ellos nos brindan sombra, refugio, soledad y descanso. Los árboles crean hogares y oxígeno, nos dan refugio y aliento. El mismo José Smith buscó refugio en el bosque.
El sol, las estrellas, las montañas, los desiertos y los árboles me dicen que hay un Creador. Existe un Dios que nos creó a ti, a mí y todo lo que nos rodea. Hay belleza por todas partes. Tenemos un paraíso en la Tierra que testifica de Dios.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Lauren Kutschke y fue publicado en ldsdaily.com con el título “5 Ways God Gave Us Paradise on Earth”.