A veces no estamos corriendo por avanzar, sino por miedo. Miedo a quedarnos atrás, a que las cosas no salgan como esperábamos, a perder oportunidades o a no ser suficientes. Y en esa prisa interna, empezamos a tomar decisiones apuradas, como si estuviéramos solos en el camino. Pero el Evangelio nos enseña algo muy diferente: el Señor no solo está al frente guiándonos, también va detrás cuidándonos.
Una escritura del Antiguo Testamento nos ofrece una imagen clara de eso:
Porque no saldréis apresurados, ni iréis huyendo; porque Jehová irá delante de vosotros, y vuestra retaguardia será el Dios de Israel – Isaías 52:12
En pocas palabras, el Señor va delante y también detrás. Él guía nuestros pasos, pero también nos cuida cuando sentimos que nos quedamos atrás.
Cuando nos adelantamos a lo que el Señor está haciendo

La escritura nos sitúa dentro de un campamento en movimiento, una imagen que representa nuestra travesía hacia la exaltación. Avanzamos, poco a poco, en dirección a lo eterno. Pero a veces, sin darnos cuenta, salimos del campamento. Pero hay dos formas de quedarnos fuera.
- Una es el pecado. Cuando caemos y no nos arrepentimos, dejamos de avanzar con el resto. El campamento sigue su curso, y si no corregimos el rumbo, podemos quedar fuera de la protección divina. La buena noticia es que el arrepentimiento siempre nos abre la puerta para volver.
- La otra forma es más sutil: adelantarnos al campamento. Querer ir por nuestra cuenta, fuera del tiempo del Señor. Nos impacientamos, queremos que las respuestas lleguen ya, que los planes se cumplan a nuestra manera. Pero en ese apuro, dejamos atrás la guía divina y nos encontramos solos.
Tal vez pensamos: “¿Y si esto nunca pasa?”, “¿Y si me estoy quedando atrás?”, “¿Y si nunca logro cambiar?”. La ansiedad nos lanza hacia el futuro, como si quisiéramos controlar todo desde ahora. Pero el Señor nos pide quedarnos con Él, avanzar, sí, pero a Su ritmo.
Cuando la prisa nos desconecta de Dios

Hoy más que nunca es fácil vivir acelerados. Las redes sociales, las noticias, las expectativas del mundo… todo parece empujarnos a correr, a compararnos, a actuar sin pensar. El hermano Belnap explica que este ritmo no favorece la reflexión ni la guía del Espíritu. Recompensa la reacción rápida, no la sabiduría.
Y cuando vamos con esa velocidad, perdemos de vista lo que realmente importa. Dejamos de mirar a nuestro alrededor, de valorar lo que ya hemos vivido y de reconocer la compañía del Señor en el camino.
Incluso hay quienes creen que pueden llegar solos, sin el apoyo del “campamento”. Pero el plan de Dios no es una carrera en solitario. Es una jornada compartida, donde la protección y la guía vienen al permanecer unidos y pacientes.
Apreciar el camino que ya recorrimos

Imagina estar subiendo una montaña, enfrentándote a una serie de curvas empinadas. Si solo miramos hacia arriba, lo que falta parece inalcanzable. Pero si nos detenemos un momento y vemos hacia atrás, descubrimos todo lo que ya hemos avanzado. La vista es hermosa. Incluso en medio del esfuerzo, hay belleza.
Ese es uno de los secretos para calmar el alma: agradecer lo que ya hemos recorrido. Apreciar los cambios sutiles que hemos vivido. Reconocer que, aunque no estemos donde queremos, tampoco estamos donde empezamos.
El Señor conoce el camino, y ya está ahí

La promesa de Isaías nos enseña que no estamos avanzando solos ni por nuestra cuenta. El Señor ya está delante de nosotros. Él también va detrás, nos rodea con Su amor, no tenemos que correr para alcanzarlo, ni temer quedarnos atrás. Solo necesitamos quedarnos en el campamento. Ahí, donde hay protección, guía y consuelo.
A veces, lo más valiente no es avanzar más rápido, sino decidir quedarnos con Él. Confiar en Su dirección, escuchar más que exigir y esperar con fe. Porque sí, el futuro puede ser incierto pero el Dios que lo gobierna es fiel.
Y como Él mismo promete: “No saldréis apresurados”. El ritmo del cielo no es caótico ni desesperado. Es firme, suave, seguro. Y si estamos con Él, todo estará bien.
Fuente: LDS Living
Video relacionado



