Una de las cosas que con frecuencia olvidamos es que la perfección no existe. No hay persona en el mundo qué sea perfecta. Es más, gracias a las experiencias que adquirimos a lo largo de nuestra vida, nos damos cuenta de cuán imperfecto somos en realidad.
Cuando caemos en las críticas y juicios hacia los demás, colocamos a una persona en un estándar de perfección que puede que ni nosotros mismos podamos alcanzar.
En lugar de ser bondadosos y caritativos con los demás, podemos adoptar los estándares del mundo para destruir, lastimar y en lugar de fortalecer y elevar.
Lo cierto es que no sabemos por lo que ha pasado una persona, su pasado, quién es ahora y el brillante futuro que le espera. Se nos ha dado el mandamiento de ser más como El Salvador, no de juzgar como si fuéramos Dios.
Caer en las burlas y los chismes puede ser entretenido. Mirar el estilo de vida, la apariencia o incluso las opiniones de alguien y hacer suposiciones sobre todo su carácter también lo es, sin embargo, debemos recordar que es a costa de personas con sentimientos reales.
Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo podemos romper este ciclo de juicio y críticas cuando es tan fácil quedar atrapado en él? Bueno, aquí hay algunos consejos que te pueden ayudar.
1. Trabaja en tus inseguridades
Cuando no no sentimos confiados ni seguros en un área particular de nuestra vida, tendemos a ser propensos a juzgar a otros injustamente y en esa misma área por vergüenza.
Definitivamente he visto que esto juega un papel en mi vida. Muchas veces cuando critico a alguien, o incluso a mí mismo, es porque me siento inseguro o porque me comparo con ellos.
Se nos enseña en Doctrina y Convenios 121:45:
“Deja también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y para con los de la familia de la fe, y deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo”.
¡Y es verdad! Cuando estamos seguros de quiénes somos, en el amor de Dios por nosotros y en el lugar que ocupamos, somos más capaces de vernos a nosotros mismos y a los demás como Él lo hace. Nos preocupa menos lo que piensan los demás. Su punto de vista es el único que realmente importa.
2. Recuerda que solo Cristo puede juzgar
¿Alguna vez has visto a alguien hacer algo con lo que no estás de acuerdo o algo que te molesta? ¿Quizás incluso un miembro de la Iglesia que no está viviendo de la manera en que debería?
Es algo que me ha pasado. Durante esos momentos tengo que contenerme antes de hacer suposiciones sobre su persona. A veces no me doy cuenta a tiempo. Se necesita mucho esfuerzo y práctica, pero es posible dejar de juzgar a otros.
Cuando estoy molesto con otra persona, hago todo lo posible por recordarme a mí mismo que nadie es perfecto y que, en verdad, todos probablemente están haciendo lo mejor que pueden con lo que les ha tocado vivir, incluso si no siempre podemos ver que así es.
Como lo dijo la hermana Becky Craven:
“Invito a cada uno de nosotros a buscar la guía del Espíritu Santo para saber qué ajustes debemos hacer en nuestra vida a fin de estar más cuidadosamente alineados con nuestros convenios. También les suplico que no critiquen a otras personas que se hallan recorriendo el mismo sendero. “… el juicio es mío, dice el Señor”. Cada uno de nosotros está en el proceso de crecimiento y cambio”.
3. La expiación de Jesucristo es para todos
Jesucristo, un Ser perfecto, hizo el sacrificio más grande por todos nosotros, personas imperfectas. Cuando me pongo a pensar en ello, me doy cuenta que no puedo comprender en lo más mínimo todo lo que Él sufrió por nosotros.
Solo pensar en el hecho de que mi Salvador estuvo dispuesto a asumir los desafíos aparentemente insoportables que enfrentamos, desafíos que son consecuencia de nuestros propios errores o que surgen de cosas que están fuera de nuestro control, me llena de gratitud.
Dondequiera que te encuentres en la senda del discipulado, ya sea que estés aferrado firmemente a la barra de hierro en un periodo lleno de niebla y oscuridad, o que te hayas alejado de la senda estrecha y angosta y estés tratando de encontrar el camino de regreso, debes saber que el poder sanador y redentor del Salvador es real.
No hay una sola persona en esta tierra que haya llevado una vida perfecta, aparte de Él. Pero al igual que Pedro, que comenzó a hundirse después de caminar sobre las aguas, podemos confiar en que el Salvador nos levantará nuevamente.
Todos necesitamos la compasión y la comprensión de los demás más que sus juicios y críticas. ¡La vida ya es bastante difícil sin tales ataques!
Cuando amamos a los demás tal como son, tal como lo hace el Salvador, podemos cambiar nuestro corazón y el de ellos para mejor. Y, en última instancia, puede ayudar a acercarnos a los demás y mantenernos firmemente en este camino estrecho y angosto.
Después de todo, todos queremos ser salvos, todos queremos regresar un día a nuestro hogar celestial.