Cuando vi por primera vez el calendario de Pascua de este año, me sentí un poco decepcionado cuando me di cuenta que caía en el fin de semana de la Conferencia General. No me malinterpreten, vivo para la conferencia, es como una mini Navidad para mí; sin embargo, adoro asistir a la Iglesia en domingo de Pascua.
Me gustan todas las fotos que las familias se toman afuera de la capilla y que luego suben a Instagram. Me gusta ver a todas las niñas en sus mejores vestidos y a los niños con corbatas que combinan con la de sus padres. Me encanta que mis hijos sean enviados a casa con los mini huevos de pascua que les dieron en la primaria.
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A pesar de todas esas cosas (incluidas las golosinas de regalo), lo que más me gusta de asistir a la Iglesia en Pascua es la reunión sacramental. A través del patrón regular de la Reunión Sacramental, siento que tengo la oportunidad de revivir simbólicamente el primer fin de semana de Pascua.
Al comienzo de la reunión, revivo el Jueves y el Viernes Santo. Todos los miembros reunidos, como los apóstoles reunidos en un aposento alto de Jerusalén, cantando un himno con reverencia mientras nos reunimos alrededor de la mesa en la última cena del Señor Jesucristo.
Pensamos en Él y le acompañamos mientras los sacerdotes en el altar lo lastiman, porque “Por la humanidad Él padeció; de muerte y dolor nos rescató” (Himno 105). Nos arrodillamos con los apóstoles, por así decirlo, al pie de la cruz en el Calvario. Juntos, como congregación de discípulos, derramamos una lágrima o dos por la muerte de nuestro amado Jesús.
Cuando la ordenanza de la Santa Cena concluye y el sacerdocio cubre la mesa de la Santa Cena con el lienzo blanco, siento que me estoy uniendo a José de Arimatea, a Nicodemo y a otros fieles discípulos que tiernamente bajaron su cuerpo de la cruz y lo envolvieron suavemente en lino grueso y especias antes de su entierro. Desde el momento en el que entro a la capilla y veo el lienzo blanco cubrir los símbolos de Su cuerpo, siento que he sido invitado a Su sepulcro. Juntos lloramos y juntos nos lamentamos por el gran sufrimiento de nuestro Redentor.
Luego vivimos el domingo con alegría. A través de los discursos de Pascua y los himnos de alabanza de Pascua, juntos cantamos y celebramos la victoria de Jesús sobre la muerte y el pecado.
Como si fuéramos María en el sepulcro, escuchamos Su voz a través de la palabras discursadas y nuestros corazones bailan con los himnos de hosanna y aleluya. Los ángeles mortales se ponen de pie y declaran que “Cristo ha resucitado” y la esperanza inunda la habitación como los rayos de la mañana del primer Domingo de Pascua.
Hay una gran seguridad en esa reunión de que, debido a que Jesús murió un viernes, para luego romper las ligaduras de la muerte aquel domingo, de que todo va a estar bien. Corazones y hogares pueden ser curados. La fe y las familias pueden ser restauradas. Hay segundas oportunidades para todos. Hay reuniones venideras y todas nuestras lágrimas pueden ser borradas.
¡Hay motivo para celebrar!
Este año, aunque voy a extrañar la revivificación del domingo de Pascua este fin de semana, sé que todavía tengo dos cosas que esperar. La primera es el patrón único que se revive cada año y que nunca cambiaré, al igual que el Domingo de Pascua hace más de 2000 años atrás, nos reuniremos como santos y escucharemos los testimonios de Sus testigos especiales, Sus santos apóstoles y mujeres fieles, que dan testimonio al mundo de que Jesucristo se levantó de la tumba. Ellos compartirán las buenas nuevas del Domingo de Pascua en el domingo de Pascua como si acabaran de regresar de visitar el sepulcro.
La segunda, por supuesto, es que todos revivamos la alegría de la temporada de Pascua cada semana mientras nos reunimos alrededor de la mesa, conmemoramos Su muerte, celebramos Su redención y resurrección y participamos libremente de Su gracia.
”Este artículo fue escrito originalmente por David Butler fue publicado por ldsliving.com el título: “Powerful Easter Insights That Will Help You See the Sacrament in a New Way”