En su misión a Gran Bretaña, el presidente M. Russell Ballard aprendió la importancia de hacer seguimiento, tener perseverancia y ser constante en oración.
Todos estos principios que le resultaron útiles cuando regresó a casa y se enamoró de una joven llamada Barbara Bowen.
Tres días después de regresar a casa de su misión, Russ Ballard, de 21 años asistió al baile “Hello Day” en la Universidad de Utah.
El baile era una excusa para que se reunieran Russ y sus amigos, compartieran historias de la misión y, si tenían suerte, bailaran con algunas jovencitas.
Fue su amigo, Dick Harris, quien vio por primera vez a una hermosa estudiante de segundo año de universidad, rubia de ojos azules en la pista de baile. Quizo que Russ la conociera.
Dick bailó con al joven y la llevó hasta donde estaba Russ. Dick le presentó a Barbara Bowen y luego los dejó.
El presidente Ballard compartió años después:
“Barbara era jovial y popular, por lo que pude bailar con ella menos de un minuto antes de que otro joven la invitara a bailar. Eso simplemente no era aceptable para mí. Habiendo aprendido la importancia de hacer seguimiento en la misión, obtuve su número de teléfono”.
De su primer encuentro rápido, el presidente Ballard solía decir:
“El mejor día de mi vida fue el día en que conocí a Barbara Bowen”.
Una cita y un anhelo
Para Barbara, aquel momento no pasó desapercibido:
“Mi primera impresión de Russ fue: ‘¡Qué chico tan guapo!’. Él tenía una maravillosa sonrisa y hermosos ojos marrones”.
Al día siguiente, Russ hizo esa importante llamada telefónica. La llamada reveló que Barbara no solo era popular en la pista de baile, sino que además su calendario social estaba repleto.
“Afortunadamente, mi misión me enseñó a ser persistente incluso ante el desánimo”, recordó el presidente Ballard.
Después de su primera cita, Russ estaba listo para la segunda, la tercera y así sucesivamente, pero la competencia por el tiempo de Barbara era feroz y necesitaba esperar su turno.
Muchos jóvenes competían por su atención, incluido un misionero al que ella escribía mientras él estaba en la misión.
El presidente Ballard le pidió salir en una segunda cita y espero su turno.
Lo que realmente lo impresionó fue lo genuina y realista que era Barbara.
“Ella era accesible y amigable con todos. Como resultado, tenía muchos amigos, tanto mujeres como hombres jóvenes, que admiraban su personalidad y su bondad”.
Barbara Bowen
Por otro lado, Barbara fue más cautelosa con sus emociones:
“Estaba impresionada, pero no buscaba una relación seria. Tenía 18 años y todavía me faltaban tres años de universidad”.
Durante su infancia y juventud Barbara Bowen vivió con sus padres y su hermana, Joyce, en un dúplex en Roberta Street en Salt Lake City, donde ella y Joyce compartían una habitación.
Barbara había asistido a Lincoln Junior High y rápidamente se convirtió en una líder entre los estudiantes del lugar. En South High School fue nombrada la mejor estudiante de su clase.
Ella estudiaba inglés en la Universidad de Utah y era miembro de la hermandad de mujeres Chi Omega.
El presidente Ballard expresó, riendo, años después.
“En retrospectiva, fui bastante audaz, al pensar que podía adelantarme a estos otros jóvenes que estaban interesados en ella. Pero en aquel momento, me pareció la cosa más natural del mundo. Ella y yo estábamos hechos el uno para el otro. Para mí, era así de simple”.
Un regalo especial
Para 1950, Russ no tenía ninguna duda de que amaba a Barbara y quería casarse con ella. Cada vez que estaba con ella, se convencía más de ello.
A pesar de la lista todavía considerable de pretendientes que continuaban cortejándola, Barbara estaba cada vez más enamorada del persuasivo y perfectamente encantador, Russ Ballard, especialmente después del regalo de Navidad que le dio.
El presidente compartió en 2020:
“Durante mi último viaje a Edimburgo, Escocia, en la misión, caminaba por esta calle llena de tiendas que vendían estos hermosos suéteres de cachemira, una especialidad escocesa.
De repente, vi este delicado suéter rosa y me gustó. Lo miré con atención, incluso me percaté del tamaño. Pero luego me pregunté: ‘¿Para quién estoy comprando esto?’”
Cuando llegó a casa le mostró el suéter a su madre. “¿Ahora qué vas a hacer con esto?” Le preguntó.
Siempre confiado, Russ respondió: “¡Voy a encontrar a la chica que le quede el suéter y me voy a casar con ella!”.
Entonces, cuando Russ le dio el suéter rosa a Barbara como regalo de Navidad en 1950, una acción arriesgada considerando que ni siquiera estaban saliendo constantemente en ese momento, no le sorprendió en absoluto ver que le quedaba a la perfección.
A Barbara le encantó el suéter y le conmovió la historia de cómo y cuándo lo compró. Estaba empezando a sentir más aprecio por Russ, sin duda, pero no estaba segura de que fuera el momento adecuado para casarse.
“Sentí que él sabía qué era lo que quería. Ciertamente tenía confianza y sabía lo que deseaba en la vida y cómo poder lograrlo”, expresó ella.
Barbara se sintió conmovida por la devoción de Russ al Señor y se sintió muy atraída por su amor por el Evangelio así como por su personalidad.
“Quería casarme con alguien que honrara el sacerdocio y que fuera a la Iglesia conmigo, que llevara a nuestros hijos a la Iglesia”.
Cuanto más tiempo pasaban juntos, más cerca se sentía de él. Pero no estaba segura de que casarse con Russ fuera la respuesta correcta para ella, al menos no de inmediato. Aún no tenía 20 años y estaba emocionada por continuar con sus estudios.
El compromiso
Luego estaba el asunto de su madre.
No es que a Afton Bowen no le agradara Russ. A ella le agradaba lo suficiente, pero sentía que Barbara era demasiado joven para casarse y no ocultó ese hecho.
Russ vio la perspectiva de la hermana Bowen como un obstáculo que necesitaba ser superado y, como era su costumbre, decidió enfrentar este problema.
Un día, cuando Barbara no estaba en casa, Russ visitó a Afton y pasó una tarde hablando con ella, respondiendo sus preguntas, conociéndola y ayudándola a conocerlo un poco mejor.
Ella se interesó en el hecho de que los padres de Russ no participaban activamente en la Iglesia, lo que parecía darles algo en común.
Después de tres horas de conversación, Russ emergió con gran amor y aprecio por la madre de Barbara, y con una aliada en el cortejo de Barbara.
Pero aún faltaba algo más. El presidente Ballard expresó:
“Ya había tomado mi decisión. Sabía lo que quería que sucediera y creí que era lo correcto tanto para Barbara como para mí, pero no era suficiente para que yo lo supiera. Bárbara necesitaba tener su propio testigo de esto.
Ella tenía que saber por sí misma que esta era una buena decisión para ella, independientemente de cualquier sugerencia o revelación que yo hubiera recibido”.
El presidente sugirió que ambos pasaran un fin de semana separados para dedicarlo al ayuno personal y la oración para que Barbara recibiera una respuesta sobre la decisión más importante que tomaría en su vida.
Barbara estuvo de acuerdo y pasaron el fin de semana sin verse, ayunando y orando.
Cuando Russ llegó a la casa Bowen el domingo por la tarde después de su ayuno, Barbara irrumpió por la puerta principal, bajó corriendo las escaleras, abrazó a Russ y le dijo que tenía su respuesta.
Le dijo que había recibido la confirmación segura del Señor de que serían a ser compañeros eternos. Ellos se comprometieron el 6 de abril de 1951.
Fuente: ldsliving