Un 14 de septiembre, el Tabernáculo de la Manzana del Templo recibió la asistencia de casi 10,000 personas. No fue como parte de una Conferencia General, sino como respuesta, en humildad y oración, a los atentados del 11 de septiembre.
Dos servicios conmemorativos se dieron ese día como parte de la petición del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, de un Día Nacional de Oración y Remembranza.
Aquel 11 de septiembre de 2001, muchos murieron o resultaron heridos en el atentado terrorista, cuando cuatro aviones secuestrados se estrellaron contra el World Trade Center en la ciudad de Nueva York; el Pentágono en Washington, D.C.; y un campo en Pennsylvania.
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El presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de aquel entonces era el presidente Gordon B. Hinckley y estaba acompañado por sus consejeros, el presidente Thomas S. Monson y el presidente James E. Faust.
La presencia del profeta de la Iglesia, escribió Gerry Avant, “pareció brindar una sensación instantánea de calma, un recordatorio visible de que el Señor siempre está al tanto de Sus hijos y no los dejará sin guía o solos”.
El presidente Monson inició el servicio con una oración, donde reconoció que la “mano poderosa” del Padre Celestial está con Su pueblo en tiempos difíciles.
Al finalizar su oración, el presidente Hinckley subió al púlpito y se dirigió a los miembros en ese momento de incertidumbre a causas de las circunstancias.
Habló sobre el pesar que sentía a causa de la pérdida de muchas vidas, pero también le recordó a los Santos que el Hijo de Dios dio Su vida para que todo el género humano tuviera vida eterna, y que podrían mantener la vista en Él en esos momentos de oscuridad.
Para octubre de ese mismo año, los Santos volverían a escuchar las palabras del profeta en la Conferencia General de octubre.
“La paz se nos puede ser negada por un tiempo… Pero Dios nuestro Padre Eterno velará por esta nación y todo el mundo civilizado que a acuda a Él … Vivamos dignos de las bendiciones de los cielos, cambiando nuestras vidas en donde sea necesario y con la vista puesta en Él, el Padre de todos nosotros. Él ha dicho: “Estad tranquilos y sabed que yo soy Dios””
El presidente Boyd K. Packer, presidente en funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, compartió con la audiencia el Salmo 23: “Jehová es mi pastor”.
Seguido a ello, el presidente Faust ofreció una oración pidiendo que “este sea el momento de redefinir nuestros propósitos divinos como pueblo y nación” y pidió que los Santos pudieran tener esperanza, permanecer unidos y avanzar con fe y confianza en Dios a pesar de las dificultades.
El élder Henry B. Eyring leyó pasajes de la Biblia, Job 19: 25-26 y Juan 11: 25-26, que testifican del Salvador y que la vida no finaliza en esta tierra, que aún hay esperanza.
Después de que el Coro del Tabernáculo interpretara sus dádivas en himnos, el presidente Hinckley ofreció una bendición.
En ella expresó su amor por su nación, y le pidió al Padre Celestial que “la preservara, la fortaleciera para que siempre sea ‘el hogar de los valientes y la tierra de los libres’”.
El servicio concluyó ese día, pero el sentimiento de reverencia permaneció en los miembros. Nadie pareció moverse, el ambiente era apacible.
Después de una pausa de unos momentos, los líderes de la Iglesia se levantaron. Fue sólo entonces que los miembros de la congregación procedieron a hacer lo mismo, con el mismo silencio que los acompañó momentos antes.
A pesar de lo sucedido, de las vidas perdidas de los hijos del Padre en aquel día, un día que jamás olvidarían, los miembros salieron al mundo con una fe renovada, sabiendo que su Padre Celestial los guiaría, les brindaría paz, consuelo y esperanza.
Fuente: Church News