En un mundo donde los compromisos parecen cada vez más frágiles, el matrimonio eterno sigue siendo una promesa sagrada y una aspiración divina para los hijos de Dios. Sin embargo, la realidad del divorcio (dolorosa y muchas veces inevitable) también toca a muchas familias dentro del pueblo del Señor. ¿Cómo reconciliamos esta experiencia con la esperanza del evangelio?
El presidente Dallin H. Oaks, en un discurso poderoso ofrecido en la Conferencia General de abril de 2007, habló con claridad, sensibilidad y fe sobre los efectos del divorcio en las relaciones eternas. Sus palabras, resaltadas recientemente por el canal “Called to Share”, cobran nueva fuerza para nuestra generación.

El matrimonio no es una carga, es un camino hacia lo divino
Vivimos en una época donde el matrimonio muchas veces se ve como un contrato opcional o como un obstáculo para la autorrealización. Frente a esta visión, el presidente Oaks recordó que, bajo el plan de felicidad del Padre Celestial, el matrimonio no es una trampa, sino una bendición eterna.
“El tipo de matrimonio que se requiere para la exaltación, de duración eterna y de calidad divina, no considera el divorcio”, enseñó.
Los convenios hechos en el templo son reales y eternos, pero requieren de esfuerzo diario, perdón constante y una mirada puesta en Jesucristo.
Cuando la separación parece inevitable
No todos los matrimonios prosperan, y el Señor lo sabe. Hay miembros fieles que han sido heridos profundamente por la traición, el abandono o la violencia. A ellos, el presidente Oaks ofreció palabras de consuelo
“Sabemos que muchos de ustedes son víctimas inocentes… Cuando un matrimonio está muerto y no tiene esperanza de renacer, es necesario tener un medio para darle fin”.
La Iglesia no promueve el divorcio, pero reconoce que en algunos casos es el camino necesario hacia la paz y la dignidad. La promesa del Señor es clara: ningún alma fiel perderá las bendiciones eternas por las decisiones ajenas, mientras se mantenga firme en el convenio y el amor por Dios.
¿Y si el problema soy yo?

Muchos conflictos matrimoniales no nacen de diferencias irreconciliables, sino de corazones endurecidos. El presidente Oaks invitó a reflexionar
“Para la mayoría de los problemas matrimoniales, el remedio no es el divorcio sino el arrepentimiento”.
Ser amable, perdonar, dejar de guardar agravios y buscar la guía del Espíritu puede cambiar el rumbo de un matrimonio moribundo.

Él compartió el testimonio de un obispo que, al aconsejar a matrimonios en crisis, vio que aquellos que eligieron seguir los mandamientos, orar juntos y trabajar en sus propios errores siempre lograron sanar la relación.
Piensa en los hijos
El impacto del divorcio sobre los hijos es profundo. Estudios y experiencias confirman que los niños sufren cuando se rompen los lazos familiares. Por eso, el presidente Oaks suplicó a los matrimonios que consideren seriamente las consecuencias antes de tomar decisiones drásticas. “Los hijos son las primeras víctimas”, advirtió con ternura y firmeza.

La sanación de un matrimonio no solo bendice a la pareja, sino que también construye un legado de fe y estabilidad para generaciones futuras.
El Señor camina con nosotros
Al final, lo más importante es recordar que no estamos solos. El Salvador comprende nuestras heridas, nuestras luchas y nuestras esperanzas. Él puede sanar corazones rotos, fortalecer lazos debilitados y darnos la paz que sobrepasa todo entendimiento.

Como dijo el apóstol Pablo:
“A los que aman a Dios, todas las cosas obrarán juntamente para su bien” (Romanos 8:28). No importa cuán difícil haya sido el camino, las bendiciones eternas están al alcance de aquellos que aman al Señor y guardan sus mandamientos.
Preguntémonos, ¿qué estamos haciendo hoy para nutrir los lazos eternos en nuestras vidas? Tal vez la oración en pareja o una conversación sincera podría ser el primer paso hacia una renovación sagrada.
Fuente: Artículo: El Divorcio | Youtube: El Divorcio
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