Muchos de nuestros profetas y apóstoles han servido en las fuerzas armadas de sus respectivos países, incluido cada miembro de nuestra Primera Presidencia.
Aquí compartiremos algunas de las experiencias más poderosas que tuvieron durante su servicio militar.
Presidente Russell M. Nelson
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El éxito del presidente Nelson al ayudar a crear una máquina corazón-pulmón en 1951, llamó la atención del Departamento de Salud y Servicios Sociales de los Estados Unidos.
Debido a que los Estados Unidos estaba envuelto en la Guerra de Corea dicho Departamento de Salud y Servicios Sociales decidió aprovechar al máximo el deber militar obligatorio del presidente Nelson.
Lo seleccionaron para formar una unidad de investigación quirúrgica en el Centro Médico del Ejército Walter Reed.
Pocos días después del nacimiento de su segundo hijo, los planes cambiaron para el primer teniente Nelson, que fue transferido al servicio activo. Durante ese verano de 1951, el presidente Nelson recorrió Corea del Sur, visitó las unidades móviles del hospital quirúrgico del ejército y sugirió mejoras.
Durante este tiempo, el presidente Nelson se enfrentó cara a cara con peligros que amenazaban su vida, el miedo paralizante, el dolor, la muerte, las enfermedades y aquellos que perdieron partes de su cuerpo y la esperanza.
Sin duda, la bondad y la compasión del presidente Nelson ayudaron a sanar y elevar a quienes sufrieron en esas terribles condiciones.
En una oportunidad, el presidente Nelson contó la historia de cuando conoció a un joven soldado Santo de los Últimos Días en un hospital. Ese joven ayudó al presidente Nelson a comprender la profundidad de la fe.
“Cuando llegué a un hospital quirúrgico móvil del ejército, uno de los médicos que sabía que yo era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, me preguntó si estaría dispuesto a visitar a un joven mormón que había recibido el impacto de un misil en la columna vertebral.
El joven quedó parapléjico, no volvería a usar sus piernas y cuando me presentaron a este joven, él pudo darse cuenta de que yo no sabía qué decir.
Lo saludé y le expresé mis condolencias y amor lo mejor que pude y me dijo: ‘No se preocupe por mí, hermano Nelson. Sé por qué estoy aquí y no uso mis piernas para trabajar en mi salvación. Yo hago eso con mi fe’.
Aprendí mucho de ese joven. Era menor de edad. Ni siquiera tenía la edad suficiente para ser élder. Sin embargo, allí estaba enfrentando con gran fe un futuro de incapacidad para usar sus extremidades inferiores.
A menudo, me pregunto qué sucedió con ese joven maravilloso que me enseñó mucho sobre la fe”. (Saints at War: Korea and Vietnam, páginas 120-121)
Presidente Dallin H. Oaks
Poco después de graduarse de la escuela secundaria, el presidente Dallin H. Oaks se vio envuelto en una situación inesperada. En “Life Lessons Learned”, explica:
“Cuando era joven pensé que serviría en una misión. Me gradué de la escuela secundaria en junio de 1950.
A miles de millas de distancia, una semana después de esa graduación de la escuela secundaria, un ejército norcoreano cruzó el paralelo 38, y nuestro país estaba en guerra.
Tenía 17 años, pero como miembro de la Guardia Nacional de Utah pronto recibí órdenes de prepararme para la movilización y el servicio activo.
De repente, para mí y para muchos otros jóvenes de mi generación, la misión de tiempo completo que habíamos planeado o asumido no se iba a dar”.
Si bien la unidad del presidente Oaks nunca entró en actividad, explicó en un discurso de la Conferencia General de 1993 las lecciones poderosas que aprendió en su tiempo en el ejército:
“Cuando cumplí diecisiete años, me enrole en la Guardia Nacional de Utah. Allí aprendí que para dirigirse a un oficial, un soldado debe hacerlo utilizando ciertos términos ya establecidos.
Para mí, eso fue otra forma de demostrar respeto por alguien que posee un cargo de mayor jerarquía. Otra cosa que note fue que esa forma especial de expresión servía para recordarle, tanto al soldado como al oficial, las responsabilidades de sus respectivos rangos.
Más tarde comprendí que el mismo razonamiento explicaba por qué siempre debían utilizarse los distinguidos títulos de élder y hermana para dirigirse a los misioneros regulares.
Las palabras que utilizamos cuando nos dirigimos a alguien demuestran la naturaleza de la relación que nos une con esa persona; y a la vez, sirven para recordarle, tanto al que habla como al que escucha, los deberes que ambos tienen en esa relación.
La forma en que dirigimos la palabra a una persona es también una muestra del respeto o el cariño que sentimos hacia ella.
Lo mismo sucede con el lenguaje que utilizamos para orar. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días enseña a sus miembros a utilizar un lenguaje especial cuando oran a nuestro Padre Celestial”.
Presidente Henry B. Eyring
Debido a la Guerra de Corea, el presidente Eyring asistió a la escuela secundaria y se graduó de la universidad cuando el número de misioneros en la Iglesia se restringió en gran medida.
Para cuando se graduó como bachiller, la Guerra de Corea había terminado. Sin embargo, el presidente Eyring ya se había comprometido con una comisión en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
En la biografía del presidente Eyring, “I Will Lead You Along”, se relata esta experiencia:
“El servicio militar de tiempo completo de Hal comenzó inmediatamente después de terminar su licenciatura.
Se graduó de la Universidad de Utah en 1955 con una comisión de la fuerza aérea y una asignación para capacitarse como oficial de armas especiales en la Base Sandia en Albuquerque, Nuevo México. En ese lugar, el ejército de los Estados Unidos estaba desarrollando armas nucleares.
Según el plan para Hal, pasaría seis semanas capacitándose en Albuquerque y luego se desplegaría a otro lugar. Lo más probable era que se trasladara a uno de los lugares remotos y escasamente habitados del mundo donde Estados Unidos alberga sus armas nucleares.
En su segundo domingo en Nuevo México, se le pidió a Hal que se reuniera con el presidente Clement Hilton del distrito de Albuquerque de la Iglesia. El presidente Hilton lo llamó a servir como misionero de distrito.
Hal tenía sentimientos encontrados sobre el llamamiento. Se cumplió una promesa de una bendición que se le dio antes de que saliera de casa.
En esa bendición, su nuevo obispo, Weldon Moore, dijo que el servicio militar de Hal sería su misión. Sin embargo, sus órdenes militares eran claras. ‘Me siento feliz de servir’, le dijo al presidente Hilton, ‘pero me iré en cuatro semanas’.
‘No sé sobre eso’, respondió el presidente Hilton, ‘pero debemos llamarlo a servir’.
Reprimiendo sus dudas, Hal aceptó el llamamiento y se puso a trabajar. Dedicó las 10 horas recomendadas a la semana, se reunió y enseñó a los investigadores.
Hacia el final de sus seis semanas de entrenamiento militar, Hal fue convocado por un alto oficial militar. En lugar de ser trasladado, se enteró de que se quedaría en Albuquerque.
Un oficial de plana mayor falleció inesperadamente, y la educación física y el desempeño de Hal durante el entrenamiento lo llevaron a ser recomendado para ocupar el puesto vacante en la plana mayor.
No solo se quedaría en Albuquerque, sino que también trabajaría con un equipo de oficiales superiores, incluidos coroneles y generales de la fuerza aérea, el ejército, la marina y la infantería de marina.
El beneficio más inmediato de esta asignación inesperada fue la continuación de su labor misional…
Las referencias de misioneros eran comunes y Hal participó en muchas conversiones. Más tarde describió una de esas experiencias:
‘Hace años, llevé a un joven, de 20 años de edad, a las aguas del bautismo. Mi compañero y yo le habíamos enseñado el Evangelio. Fue el primero en su familia en escuchar el mensaje del Evangelio restaurado.
Él pidió ser bautizado. El testimonio del Espíritu le hizo querer seguir el ejemplo del Salvador, que fue bautizado por Juan el Bautista aunque no tenía pecados.
Cuando saqué a ese joven de las aguas del bautismo, me sorprendió al arrojar sus brazos alrededor de mi cuello y susurrarme al oído, con lágrimas corriendo por su rostro: ‘Estoy limpio, estoy limpio’.
Ese mismo joven, después de que pusimos nuestras manos sobre su cabeza con la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec y le conferimos el Espíritu Santo, me dijo: ‘Cuando dijiste esas palabras, sentí que algo tan intenso como el fuego descendió desde la coronilla de mi cabeza hasta mis pies’.
El compañero con quien Hal sirvió más tiempo, más de un año, fue Jim Geddes.
Entre sus actos de servicio más memorables se encontraba una solicitud para dar una bendición a una niña que resultó gravemente herida.
La llamada telefónica se produjo durante un día laborable, mientras Hal y Jim estaban trabajando en la base militar. La niña y sus padres se encontraban en el hospital de la base militar, lo que permitió a los dos compañeros de misión llegar allí en cuestión de minutos.
En el hospital, los padres describieron la situación de su hija. Había sido atropellada por un auto que iba a alta velocidad mientras cruzaba la calle. La fuerza del impacto le aplastó el cráneo. Los médicos les dijeron que era muy poco probable que sobreviviera.
Los padres le pidieron al élder Eyring y al élder Geddes que le dieran una bendición a su hija. Pero, antes de que la pareja ingresara a la unidad de cuidados intensivos del hospital, el padre les pidió que oraran con él y su esposa.
En la oración, expresó su seguridad de que los médicos estaban equivocados, que a través del poder del sacerdocio su hija sería sanada. El élder Eyring y el élder Geddes dejaron en claro que invocarían un milagro.
Incluso los llamados pueden haber sentido cierta aprensión. Sin embargo, cuando ven a través de los ojos de la fe el desafío tal como realmente es, la confianza reemplaza al miedo porque se vuelven a Dios.
Al entrar a la habitación de la niña, los élderes la encontraron acostada en una carpa de oxígeno, rodeada de médicos y enfermeras. Unas vendas cubrían su cabeza y rostro.
Al parecer, se había informado a los profesionales médicos que atendían a la niña, que iban a llegar los misioneros.
Se retiraron, pero no sin expresar su desprecio por los dos jóvenes intrusos, que carecían de los tradicionales adornos del clero. El médico principal gruñó: ‘No sé qué planean hacer, pero será mejor que lo hagas rápido’.
El élder Geddes le cedió al élder Eyring la voz en la bendición. Para su sorpresa, Hal se sintió impresionado al prometer a la niña gravemente herida que viviría.
Cuando pronunció esas palabras, el equipo médico murmuró su desaprobación. Sin embargo, después de varios días tensos, pareció que la promesa se cumpliría.
Los médicos admitieron que la niña no moriría. Aun así, se mantuvieron firmes en un pronóstico de parálisis. ‘Su hija’, les dijeron a sus padres, ‘no volverá a caminar’.
Nuevamente, la pareja angustiada pero confiada llamó a los misioneros. Una vez más, la bendición de Hal contradijo el pronóstico médico. La niña siguió mejorando, lento pero seguro.
Antes de que terminara el servicio militar y misional de Hal, ella volvió a caminar y asistió a las reuniones de la Iglesia con un hermoso vestido amarillo que se lo compraron para celebrar el milagro de su recuperación.
Hal sirvió exactamente dos años como oficial de la fuerza aérea y misionero de distrito, profundamente agradecido por ambas oportunidades”.
Fuente: LDS Living