No es un club social. Tampoco una actividad extracurricular del colegio o de la universidad. Mucho menos un pasatiempo.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es una organización religiosa que se sostiene por nuestra fe en Cristo; y no por simples gustos en común, lazos amicales o deseos de socializar.
Por supuesto que podemos disfrutar de las diferentes actividades recreativas, deportivas, culturales o, incluso, académicas que impulsa la Iglesia. Pero ninguna de ellas debería ser el motivo (principal) por el que participamos de nuestras reuniones sagradas.
Me ha pasado –y también a muchos amigos a los que aprecio–, y es por eso que el artículo de hoy explora 6 razones incorrectas por las que —a veces— estamos yendo a la Iglesia y tergiversamos el verdadero significado de pertenecer a la familia de Cristo.
1. Por encontrar a una pareja
Gracias a los programas como los “Jóvenes Adultos Solteros” (JAS), muchos Santos de los Últimos han podido hallar a su compañero o compañera eterna.
Sin embargo, si cada domingo te concentras en buscar a una pareja en lugar de reflexionar en las promesas divinas que has hecho con Dios, ninguna persona recta se va a fijar en ti. Doctrina y Convenios 88:40 lo explica así:
“La inteligencia se allega a la inteligencia; la sabiduría recibe a la sabiduría; la verdad abraza a la verdad; la virtud ama a la virtud; la luz se allega a la luz”.
Si Jesucristo no es tu prioridad, entonces ningún o ninguna joven fiel a sus convenios te va a elegir, por más duro que suene. Además, como exhortó el élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, estas relaciones se construyen y no se hallan casualmente:
“Ustedes no encontrarán un matrimonio feliz; ustedes lo crearán como un agente, no lo encontrarán como un objeto”.
2. Por la vida social y el chisme
Si bien la diversidad de valores, actividades y programas que compartimos en la Iglesia nos ayudan a construir un sentido de pertenencia y comunidad entre miembros; en ocasiones, esta confianza puede propiciar que mucha de nuestra vida personal sea un tema “de conversación” en nuestro círculo eclesiástico.
En otras palabras, comenzamos a chismear sobre asuntos privados de los demás. A tal grado de convertir a los miembros de la Iglesia en los protagonistas de una novela. Y el asistir a una reunión o actividad es nuestra forma de estar ‘al día’ de los nuevos capítulos o, incluso, el preestreno de un próximo drama.
Aunque se cree que esta es una práctica exclusiva de las hermanas mayores, las redes sociales y la tecnología han hecho que las nuevas generaciones también sean amigos del chisme: “No te creo, ¡pásame el screenshot!”, es una frase bastante frecuente entre jóvenes. Doy mi testimonio de ello.
Pero, sean reales o ficticias las historias que compartimos o escuchamos, el chisme es un vicio maligno y totalmente ajeno a las enseñanzas del Salvador:
“Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Santiago 1:26).
3. Por lucir ropa elegante
Cuando tuve el privilegio de servir una misión, una preocupación genuina de muchas personas que invitamos a la Iglesia era sentirse rechazados por su vestimenta.
Pues a los Santos de los Últimos Días se nos ha popularizado como un grupo que se reúne en edificios grandes e imponentes, e incluso lujosos cuando se refieren al templo, además de lucir prendas elegantes o de gala.
Y aunque siempre explicaba a las personas que la ropa era un elemento secundario e insignificante para Dios en comparación con los deseos que albergaban sus corazones, no podemos negar que se ha vuelto bastante habitual en la Iglesia ‘exhibir’ nuestras mejores prendas y las últimas colecciones de nuestro armario.
Las conferencias o devocionales especiales se vuelven ocasiones en las que, antes de pensar en cómo podemos prepararnos espiritualmente para recibir respuestas, estamos armando el outfit que vamos a estrenar.
Ojo, querer usar nuestra mejor ropa para rendir alabanzas a Dios es una muestra válida de nuestro amor y respeto hacia Él; no obstante, cuando los atuendos se vuelven nuestra prioridad los días domingos, definitivamente ya no es a nuestro Padre Celestial a quien estamos rindiendo culto.
En el Libro de Mormón, el profeta Jacob advirtió:
“Y porque algunos de vosotros habéis adquirido más abundantemente que vuestros hermanos, os envanecéis con el orgullo de vuestros corazones, y andáis con el cuello erguido y la cabeza en alto por causa de vuestras ropas costosas, y perseguís a vuestros hermanos, porque suponéis que sois mejores que ellos” (Jacob 2:13).
4. Por complacer a tu familia
Si creciste dentro de un hogar donde se te inculcaron los principios y valores básicos de la Iglesia, puede suceder que no es hasta la mayoría de edad —o incluso después— cuando empiezas a adquirir un testimonio personal.
Pero no deberías esperar a que la vida te independice para preguntarte por qué estás yendo a la Iglesia. Porque si no has adquirido experiencias espirituales propias en los años anteriores, difícilmente podrás permanecer en la senda de los convenios cuando el mundo y sus infinitas voces te invadan de dudas y dilemas.
¿Realmente te levantas los domingos por la mañana por un deseo genuino de conectar con tu Padre Celestial? ¿O tan solo se ha vuelto una costumbre impuesta por tu familia y no quieres decepcionarlos?
No está mal querer hacer felices a nuestros padres, abuelos, tíos o hermanos, pero ellos serían mucho más felices si ven que tenemos una intención sincera de participar de las reuniones dominicales para recibir el Espíritu Santo y su compañía.
El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó con claridad y autoridad la necesidad de ‘emanciparse’ de nuestra familia:
“No debemos ser bebés que necesitan que se les mime y se les corrija todo el tiempo. No, Dios quiere que seamos adultos maduros y que nos gobernemos a nosotros mismos.
Aunque Dios desea que andemos por el camino de los convenios, Él nos concede la dignidad de escoger”.
5. Por buscar superioridad moral
No tomar alcohol o abstenernos del tabaco o las drogas no nos convierte, de ninguna manera, en personas de mayor valor que otras. La afiliación a una religión y vivir valores morales tampoco.
Si bien la Iglesia puede ser el lugar en donde aprendemos y cultivamos los principios y enseñanzas de Cristo; estos los podemos adquirir en cualquier otro sitio. La Iglesia, en primer lugar, es donde efectuamos las promesas eternas con Dios que nos ayudarán a regresar a Su presencia.
Y dentro de esas promesas que realizamos con nuestro Padre Celestial, se encuentra el tomar el nombre de Cristo sobre nosotros; es decir, vivir como Él lo haría. Y Jesús, dentro de Su ministerio terrenal, fue el ejemplo perfecto de humildad y misericordia.
Cuando los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio para que sea apedreada, tal como lo establecía la ley de Moisés, no solo la protegió de sus opositores, sino que expresó tiernamente: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11).
Ir a la Iglesia, lejos de otorgarnos un estatus moral más elevado, representa un compromiso mayor de amor y empatía. Así lo declaró la hermana Reyna I. Aburto, quien sirvió como consejera en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro:
“Sigamos la senda del Salvador; mostremos más compasión y dejemos de juzgar y de ser los inspectores de la espiritualidad de los demás”.
6. Por tener un llamamiento “importante”
Las oportunidades de servicio que nos ofrece la Iglesia son una de sus características más distintivas.
Entregar 24 o 18 meses de tu juventud para compartir el Evangelio de Jesucristo a absolutos desconocidos en una cultura, muchas veces, diferente a la tuya es una de las muestras de servicio y amor sincero más grandes que pueden existir.
Porque, precisamente, en amor se basan cada una de estas asignaciones. Los llamamientos no son formas de adquirir prestigio o popularidad dentro de la Iglesia, sino de compartir nuestros dones y talentos con nuestro prójimo.
Recordemos que la Iglesia no es una monarquía donde el profeta es el rey y seguimos una línea jerárquica. O una empresa donde podemos aspirar a ascender hasta el puesto de gerente general y dar órdenes a nuestros inferiores.
Tu “meta” en la Iglesia no puede ser llegar a ser obispo o presidenta de la Sociedad de Socorro. Porque un llamamiento no define tu nivel de espiritualidad ni dignidad, sino —insistimos— es una oportunidad de servicio. Ninguno es más importante que otro y, mucho menos, te da mayor valor que a otros.
Dios no nos pedirá una lista con nuestros llamamientos para que podamos acceder a Su divino trono, Él únicamente va a mirar nuestro corazón (1 Samuel 16:7).
Nadie es perfecto. Este artículo no pretende juzgar a ninguno de nuestros hermanos y hermanas, sino ayudarnos a reconocer cómo podemos mejorar en este arenoso camino de regreso a los dulces brazos de nuestro Amoroso Padre.
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@masfe.org La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no solo enseña la doctrina y el evangelio puro de Jesucristo, sino que también cuenta con centros de reuniones con ambientes que ayudan al desarrollo de diversas actividades para los que participen de ella. ¡Si estás buscando un lugar en dónde congregarte, esta es la señal que estabas buscando! No encontrarás perfección en sus miembros, pero sí encontrarás personas reales como tú con muchas ganas de superarse día a día con la ayuda de Dios 😉 #iglesia #congregarse #iglesiadejesucristo #sud #mormones #cristianos #humorcristiano #expectativarealidad #predicar #domingo #masfe