La gente de todo el mundo anhela saber de Dios; quieren sentirlo en sus vidas, saber quién es y tener una relación personal con Él. Pero, ¿cómo podemos hacer eso?
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La gente de todo el mundo anhela saber de Dios; quieren sentirlo en sus vidas, saber quién es y tener una relación personal con Él.
Pero a veces creo que lo hacemos más difícil de lo que en verdad es. La verdad es que llegar a conocer a Dios no es tan difícil. Requiere esfuerzo de nuestra parte, pero, honestamente, no necesitas ser una lumbrera para poder lograrlo.
Aquí está el asunto: tener una relación con Dios no es tan diferente que tener una relación con alguien más. Por ejemplo, ¿quieres hacer un nuevo amigo o mantener una relación con un viejo amigo? Entonces debes dedicar tu tiempo a hablar y a compartir con ellos, conocerlos y pasar tiempo con ellos.
El secreto no tan secreto es que hacemos exactamente lo mismo para tener una relación con Dios.
Hablar con Él
Para desarrollar una relación genuina y amorosa con alguien, nos comunicamos abiertamente con esa persona. Compartimos detalles personales y momentos de nuestras vidas; Hablamos de nuestras esperanzas, miedos, sueños y metas. Nuestros amigos quieren saber cosas sobre nosotros, y nosotros también queremos saber cosas sobre ellos.
Lo mismo es cierto para nuestro Padre Celestial. Él ya sabe lo que está pasando en nuestras vidas, ¡pero quiere escucharlo de nosotros! Lo pienso de esta manera: imagínate si descubrieras que tu mejor amigo se va a casar, pero no lo sabías. Te alegrarías por tu amigo, pero también te sentirías triste porque querías que te lo hubiera dicho de manera personal.
El Padre Celestial puede ya saber lo que está sucediendo en nuestras vidas, pero Él ama cuando nos tomamos el tiempo para hablar con Él al respecto; para contarle sobre nuestras alegrías, éxitos, tristezas y luchas. Él está allí y listo para darnos consejos, guiarnos y animarnos, pero quizás nunca sintamos eso si no hacemos el esfuerzo de hablar con Él.
En Alma 34, Amulek nos exhorta a hablar con Dios (y a pedirle Sus bendiciones) con respecto a todos los aspectos de nuestras vidas:
“Sí, humillaos y persistid en la oración a él.
Clamad a él cuando estéis en vuestros campos, sí, por todos vuestros rebaños.
Clamad a él en vuestras casas, sí, por todos los de vuestra casa, tanto por la mañana, como al mediodía y al atardecer.
Sí, clamad a él contra el poder de vuestros enemigos.
Sí, clamad a él contra el diablo, que es el enemigo de toda rectitud.
Clamad a él por las cosechas de vuestros campos, a fin de que prosperéis en ellas.
Clamad por los rebaños de vuestros campos para que aumenten.
Mas esto no es todo; debéis derramar vuestra alma en vuestros aposentos, en vuestros sitios secretos y en vuestros yermos.”
Al igual que con nuestros verdaderos y más confiables amigos, no estamos limitados en lo que podemos hablar con nuestro Padre Celestial, y cuando se trata de desarrollar y preservar una relación con Él, debemos hablar con Él con frecuencia.
Aprender más sobre Él
La amistad verdadera es una calle de doble sentido, no un camino de una sola vía que estamos acaparando. Si tratamos de hablarle A nuestros amigos en lugar de hablar CON ellos, es probable que nuestros esfuerzos de amistad no den muchos frutos.
Es lógico, entonces, que si hablamos a Dios todo el tiempo (especialmente cuando pedimos bendiciones), probablemente no sentiremos ni alcanzaremos el tipo de cercanía que debemos tener con Él.
El Presidente Gordon B. Hinckley comentó sobre esto, y lo pienso a menudo cuando rezo y he descubierto que me ayuda a ser más consciente. Él enseñó:
“El problema con la mayoría de nuestras oraciones es que las hacemos como si estuviéramos levantando el teléfono y haciendo un pedido de comestibles: hacemos el pedido y colgamos. Es necesario que meditemos, contemplemos y pensemos sobre lo que estamos orando.”
Necesitamos pasar tiempo pensando en nuestras conversaciones con Dios, al hacerlo, escucharemos al Espíritu durante y después de nuestras oraciones, aprenderemos más acerca de Él.
Si bien la oración es vital para conocer a nuestro Padre Celestial, hay otro recurso que nos ayudará a aprender de Él mejor que cualquier otra cosa: Su palabra, tal como se encuentra en las escrituras antiguas y modernas.
Alma hizo exactamente esto cuando describió que las Escrituras “han traído a [las personas] al conocimiento de su Dios para la salvación de sus almas”. Las Escrituras permiten que las personas conozcan a Dios y que, por lo tanto, quieran ser como Él y vivir con Él nuevamente.
Hace diez años, el dulce Elder Robert D. Hales dio una charla sobre cómo llegar a conocer a nuestro Padre Celestial y Salvador. En él, dijo:
“Hermanos y hermanas, tal vez ya sepan, en lo profundo de su alma, que Dios vive; quizá todavía no sepan todo acerca de Él y no entiendan todas Sus vías; pero la luz de la creencia está en ustedes, esperando que el Espíritu de Dios y la Luz de Cristo, que reciben al momento de nacer, la aviven y la intensifiquen.
Por eso, vengan; crean en el testimonio de los profetas; aprendan de Dios y de Cristo; el modelo para hacerlo lo enseñan claramente los profetas antiguos y los de la actualidad.
Cultiven el deseo diligente de saber que Dios vive. . . .
Con corazones ablandados estamos preparados para dar oído al llamado del Salvador de “[escudriñar] las Escrituras” y de aprender de ellas con humildad.”
A través de las Escrituras, aprendemos acerca de nuestro Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo y el Espíritu Santo. Aprendemos sobre Sus atributos y amor por nosotros, y lo que Ellos esperan que hagamos para ser como Ellos.
A medida que estudiamos con diligencia y con seriedad las palabras de las Escrituras y las aplicamos a nuestras vidas, nuestra relación con Ellos se profundizará significativamente, y sé que eso es cierto porque lo he visto una y otra vez en mi propia vida.
Pasar tiempo con ellos
Si bien el hablar con Dios y aprender sobre Él a través del estudio son vitales para desarrollar una relación con Él, hay otra “respuesta importante” que explica el pasar tiempo con ellos: El ir a la Iglesia y al templo, y cumplir con nuestros llamamientos.
En esta época, podemos chatear y conocer más a nuestros amigos a través del Internet, mensajes de texto y llamadas telefónicas, pero aún así, las mejores, y generalmente las más profundas relaciones, se desarrollan cuando pasamos tiempo juntos en persona.
Pasar tiempo con nuestro Padre Celestial implica ir a donde Él va, y estar donde Él está (y también a donde nos ha pedido que estemos). Y en los domingos, eso significa asistir a la Iglesia, incluso si prefieres quedarte en pijama y pasar un momento agradable en tu sofá o en tu cama. Nuestro Padre Celestial quiere que vayamos a la Iglesia, fortalezcamos y elevemos a nuestros hermanos y hermanas, y pasemos tiempo renovando nuestros convenios con Él al tomar la Santa Cena.
Pasar tiempo con Él significa pasar tiempo sirviendo a nuestro prójimo, ya que, como dijo el rey Mosíah, “cuando [estamos] al servicio de [nuestros] semejantes, sólo están al servicio de [nuestros] Dios”.
En ese sentido, me pasé muchos domingos sintiéndome dolida, pensando después de la Iglesia, “¡Nadie inició una conversación conmigo!” Sin embargo, aunque con toda honestidad probablemente debieron haberlo hecho, mi perspectiva cambió totalmente cuando Bonnie L. Oscarson dio su discurso “Las necesidades antes nosotros”, donde ella dulcemente amonestó:
“Otra esfera para centrarnos en nuestro servicio puede ser en la familia que es nuestro barrio. De vez en cuando sus hijos preguntarán: “¿Por qué tengo que ir a la Mutual? ¡En realidad no me beneficio en nada!”.
Si como padre tuviera un momento inspirado, respondería: “¿Qué te hace pensar que vas a la Mutual por lo que tú te beneficias?”.
Mis jóvenes amigos, les garantizo que siempre habrá una persona en cada reunión de la Iglesia a la que asistan que está sola, que está pasando por desafíos y necesita un amigo, o que siente que no encaja. Ustedes tienen algo importante que contribuir a cada reunión o actividad, y el Señor desea que miren a su alrededor, a sus compañeros y luego ministren como Él lo haría.”
A medida que vamos a la Iglesia (y al templo, cuya importancia se explica bellamente en esta lección) y pasamos el tiempo haciendo lo que Dios mismo haría si es que estuviera allí, llegaremos a conocerlo más profundamente y sentiremos como Su presencia en nuestras vidas incrementa.
Nuestra relación con Dios es la relación más influyente de nuestras vidas, y afortunadamente, el proceso para desarrollar una relación con Él no es complicado. Haz el hablar con Él una prioridad en tu vida a través de la oración, aprende más sobre Él leyendo las Escrituras y pasa tiempo con Él asistiendo a la Iglesia y al templo.
Hay una razón por la que esas respuestas son “las respuestas principales” en la Iglesia, es porque funcionan. Aplícalas con diligencia y observa cómo tu relación con Dios se fortalece cada día.
Este artículo fue escrito originalmente por Amy Keim y fue publicado originalmente por thirdhour.org bajo el título “Having a Relationship with God Isn’t Rocket Science”