Enseñar Doctrina y Convenios 71 y la historia de Ezra Booth me hizo pensar en la oposición a la obra.
George A. Smith, padre de George Albert Smith, escribió esto sobre Ezra:
Uno de los primeros apóstatas que publicó en contra de esta obra fue Ezra Booth.
Publicó nueve cartas en el Ohio Star, en Ravenna, condado de Portage, usó todos los argumentos e hizo todas las declaraciones falsas que pudo. En ese tiempo, nuestros enemigos creyeron que la apostasía y las revelaciones de Ezra Booth pondrían un final absoluto a la Iglesia. Sin embargo, todo fue sobre ruedas.
Ezra Booth era un predicador metodista. Pero, durante una visita a José Smith, se convenció de la veracidad de la obra del Señor al presenciar un milagro. La Señora Johnson, una anciana que padeció de reumatismo durante varios años y no pudo levantar su brazo durante más de un año, se sanó mediante la imposición de manos que le administró el Profeta. De inmediato, pudo levantar su mano hasta su cabeza, peinarse o hacer cualquier cosa que deseara. Esto convenció a Ezra Booth de que se trataba del poder de Dios.
Ezra Booth fue a predicar la verdad, pero descubrió que, en lugar de vivir en la abundancia, como lo hizo entre sus hermanos metodistas, tenía que trabajar y esforzarse por el bien de Sion, confiar en Dios y en el gran día de cuentas recibir su recompensa; entonces, apostató (Journal of Discourses, Vol.7, p.113, George Albert Smith, 10 de enero de 1858).
Ezra Booth y otros despertaron un rencor considerable con sus declaraciones y es interesante observar cómo el Señor lidió con eso.
He aquí, así os dice el Señor a vosotros, mis siervos José Smith, hijo, y Sidney Rigdon: Ciertamente ha llegado el tiempo en que es necesario y oportuno que abráis vuestra boca para proclamar mi evangelio, las cosas del reino, explicando sus misterios por medio de las Escrituras, de acuerdo con la porción del Espíritu y del poder que se os dará según mi voluntad.
De cierto os digo, proclamad al mundo en las regiones circunvecinas, y también en la iglesia, durante una temporada, hasta que se os avise.
En verdad, esta es una misión que os doy por un tiempo.
Por tanto, obrad en mi viña. Llamad a los habitantes de la tierra, y testificad y preparad la vía para los mandamientos y las revelaciones que han de venir (Doctrina y Convenios 71: 1 – 4).
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Este mandamiento que recibieron José Smith y Sidney Rigdon constituye un patrón divino para responder a nuestros enemigos. A veces, hay otras cosas que se necesitan hacer, pero como regla general, lidiamos con los detractores al predicar el Evangelio.
Hace algunos meses los misioneros de una remota isla del Pacífico del Sur fueron informados de que habría de visitarles durante dos o tres días. A mi llegada, estaban aguardándome ansiosamente para compartir conmigo cierta literatura en contra de la Iglesia, que había sido distribuida en la zona. Se encontraban molestos por las acusaciones y dispuestos para contraatacar.
Los misioneros se sentaron en el borde de sus sillas mientras yo leía las críticas y falsas declaraciones hechas por un ministro religioso, que aparentemente se había sentido amenazado por la presencia de nuestros jóvenes y por su éxito. Al leer el folleto que contenía las maliciosas y ridículas manifestaciones, y para sorpresa de mis jóvenes amigos, no pude menos que sonreír. Cuando terminé, me preguntaron: “¿Qué haremos ahora? ¿Cómo podemos oponernos a tales mentiras?”
A lo que respondí: “No haremos nada. No tenemos tiempo para la contención. Sólo tenemos tiempo para dedicarnos a la obra de nuestro Padre. No contendáis con nadie, conducíos como caballeros, con calma y convicción y os prometo que tendréis éxito”. (Marvin J. Ashton, “No tenemos tiempo para la contención”, Conferencia General de abril de 1978).
Una de mis citas favoritas sobre este tema proviene de Charles Penrose, que dijo:
“Ahora, no tenemos ninguna guerra personal incluso contra nuestros enemigos. Aquellos que difaman y abusan, que intentan irritarnos para hacernos responder y tomar represalias, dejen que hagan eso y fracasen. Dejen que sigan con sus obras malvadas. Daniel vio en la visión de los últimos tiempos, que ‘los malvados actuarán con maldad, y ninguno de los malvados entenderá’. Pero, los sabios entenderán, dice, ‘los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que lleven a muchos a la rectitud, como las estrellas, por toda la eternidad’. Por tanto, dejen que continúen con su obra malvada. Pero, realicemos nuestra obra de luz, verdad y rectitud” (C.R., octubre de 1906).
Si nos sumergimos en la obra de “luz, verdad y rectitud”, no podemos fracasar, porque como el Señor les prometió a Sidney Rigdon y José Smith cuando estaban a punto de comenzar la misión que se les encomendó en DyC 71, “no hay arma forjada en contra de vosotros que haya de prosperar” (versículo 9).
Todavía vendrán problemas. La vida sigue siendo una prueba. Aproximadamente tres meses y medio después del término de su misión, una muchedumbre atacó a José y Sidney en Hiram, Ohio, esa muchedumbre fue organizada por Ezra Booth, Simonds Ryder y otros.
En este tiempo, la atracción se pudo centrar en el hecho de que el 25 de marzo de 1832, el Profeta José y Sidney Rigdon fueron atacados violentamente por el populacho formado por apóstatas y personas cuyas pasiones se elevaron por los artículos falsos y difamatorios que escribió Ezra Booth para el periódico. Pero, no hay revelaciones ocasionadas por ese evento. No existen denuncias contra los agresores que tenían sed de la sangre de los siervos de Dios.
En la revelación dada inmediatamente después de ese evento, el Señor dice, “Dejadme a mí el juicio, porque es mío, y yo pagaré” (véase 82: 23). El Espíritu de Cristo nunca se manifestó en mayor grado. El ataque ocurrió el sábado por la noche, el profeta y sus amigos pasaron muchas horas curando sus heridas. Pero, a la mañana siguiente, predicó el Evangelio como de costumbre y entre la audiencia, se encontraban algunos que formaron parte del populacho, incluido Simonds Ryder. (Smith y Sjodahl, Doctrine and Covenants Commentary, Sec. 81, p.487).
Me encanta la siguiente cita del Presidente Packer, que habló acerca de la determinación de los judíos de continuar reconstruyendo Jerusalén a pesar de sus enemigos.
“Eso es lo que deberíamos hacer con nuestra obra: fortalecer los barrios y las estacas, los quórums, las familias y cada uno de los miembros. Tenemos una obra que realizar. ¿Por qué debería cesar mientras luchamos contra nuestros enemigos? Hermanos, observemos, oremos y realicemos la obra del Señor. No retrocedan para responder a los enemigos. En una palabra, ignórenlos (Boyd K. Packer, “Come, All Ye Sons of God,” Ensign, agosto de 1983).
A finales de 1966 o principios de 1967, se enviaron misioneros a inaugurar la ciudad de João Pessoa en el noreste de Brasil. Los líderes de un grupo religioso de la comunidad estaban tan asustados por su llegada que proporcionaron a un periódico una serie de artículos que contenían ataques implacables contra la Iglesia.
El material era tan distorsionado y mordaz, tan abiertamente tendencioso y perjudicial que varias personas de la ciudad invitaron a los misioneros a su casa para que pudieran escuchar la verdad.
Uno de los misioneros que servía ahí dijo que la publicidad gratuita ayudó a impulsar la obra en ese lugar. Los misioneros enviaron una nota a los ministros para agradecerles por su ayuda en la difusión de la palabra. Los artículos cesaron.
El Élder Packer relató un incidente de 1962, el año después de que fuera llamado como Autoridad General:
Recuerdo que no hace muchos años mientras conducía hacia la oficina una mañana y encendía la radio mientras anunciaban con entusiasmo que alguien había colocado una bomba en el templo. Volaron las puertas delanteras del templo. ¿Recuerdan eso? La mayoría de ustedes no porque no es muy importante, no vale la pena recordarlo.
En ese entonces, usábamos el estacionamiento al norte del edificio de la Sociedad de Socorro y mientras iba a la oficina, observé la calle. Había mucha acción alrededor del templo: personas, carros de policías, camiones de bomberos y todo. Pero, estaba llegando tarde a una reunión, así que tuve que resistir la tentación de ir y ver lo que estaba sucediendo.
Estuve en reuniones con diferentes hermanos todo el día. Cuando regresé esa noche, aproximadamente a las 6:30 o 7:00, había algunas láminas de madera en el lugar en el que habían estado las puertas. Entonces, me di cuenta. Durante todo el día en reunión con los hermanos, ni una sola vez, por un segundo, se mencionó eso. ¿Por qué? Porque había trabajo que hacer, ya sabes. ¿Por qué preocuparse por eso? (“To Those Who Teach in Troubled Times,” Discurso para educadores religiosos, verano de 1970).
Uno de nuestros patriarcas de estaca regresó de servir en una misión en el área de Palmyra con su esposa. Hace dos o tres semanas y habló en nuestro barrio acerca de los apóstatas y los detractores que se reunieron en el Cerro Cumorah en la temporada del desfile para entregarles a los asistentes un periódico en contra de la Iglesia.
Una noche, el hermano Seastrand repartió los periódicos en la empresa del Presidente Hinckley y expresó su preocupación por sus actividades. Se preguntó si se podía hacer algo para detenerlos. Nos dijo que, en respuesta, el profeta leyó el siguiente versículo:
“Y toda nación que luche contra ti, oh casa de Israel, se volverá la una contra la otra, y caerán en la fosa que cavaron para entrampar al pueblo del Señor. Y todos los que combatan contra Sion serán destruidos, y esa gran ramera que ha pervertido las vías correctas del Señor, sí, esa grande y abominable iglesia caerá a tierra, y grande será su caída” (1 Nefi 22: 14).
Al igual que muchos de ustedes, visité el Cerro Cumorah durante la temporada de desfiles y escuché mensajes mordaces transmitidos por altavoces a los asistentes. La última vez que estuve ahí, asistí con un amigo no miembro y me interesó observar lo molesto que estaba por las acciones de aquellos que se oponían a la obra. Sospechaba que su respuesta se debía en parte a su disposición de pedir y aceptar un Libro de Mormón para su estudio personal.
Debido a la naturaleza de nuestra obra y el rencor implacable de nuestro mayor enemigo, Lucifer, no podemos esperar un acceso sin oposición a los corazones y las mentes de los investigadores y los amigos. Pero, nuestra obra no es, ni nunca podrá ser atacarlos como nos atacan.
En Doctrina y Convenios 123, el Señor aclaró nuestra obligación con nuestros detractores:
“Es una obligación imperiosa que tenemos para con la generación que va creciendo y para con todos los puros de corazón; porque todavía hay muchos en la tierra, entre todas las sectas, partidos y denominaciones, que son cegados por la sutil astucia de los hombres que acechan para engañar, y no llegan a la verdad solo porque no saben dónde hallarla; por lo tanto, consumamos y agotemos nuestras vidas dando a conocer todas las acosas ocultas de las tinieblas, hasta donde las sepamos; y en verdad estas se manifiestan de los cielos; de manera que se debe atender a estas cosas con gran diligencia” (Doctrina y Convenios 123: 11 – 14).
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Ted Gibbons y fue publicado en latterdaysaintmag.com con el título “A Divine Pattern for Responding to Our Enemies”.