“No todos los hombres y niños tienen un problema de deshonestidad y falta de responsabilidad, sin embargo es importante conocer las razones detrás de este problema.”
Debe quedar claro que la deshonestidad, la manipulación y redirección de la culpa hacia otros no son problemas exclusivamente de los hombres. Todos conocemos a mujeres y niñas que actúan de la misma manera.
Asimismo, también existen muchos hombres honestos que aceptan sus errores. Sin embargo, una queja frecuente de muchas mujeres es que sus novios y esposos a menudo mienten para “salir del problema”.
Estos hombres evitan asumir la responsabilidad de sus actos al justificar, minimizar y culpar a otros por tales acciones. Las madres y los padres a menudo observan un comportamiento similar en sus hijos.
La buena noticia es que puedes ayudar a los hombres y niños en su vida a ser honestos y responsables de sus actos creando un ambiente donde se elimine la vergüenza, se acepte la imperfección, y se promueva su crecimiento personal no por control sino por “longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero” (Doctrina y Convenios 121: 41).
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Por qué algunos hombres y niños tienen desafíos con la honestidad y la responsabilidad de sus actos
No todos los hombres y niños tienen un problema de deshonestidad y falta de responsabilidad, sin embargo es importante conocer las razones detrás de este problema.
Desde una edad temprana, la sociedad le enseña a los niños a desarrollar una fuerte aversión hacia los sentimientos de vergüenza.
Como regla general (claro que hay excepciones), las niñas aprenden que el ser vulnerables las acerca a las personas, mientras que los niños aprenden que la vulnerabilidad los aparta.
Por ejemplo, muchas niñas son consoladas cuando lloran, mientras que a los niños a menudo se les dice que “dejen de llorar” porque “los hombres no lloran”. De esta, y de muchas otras maneras, se transmite a los niños el mensaje de que la “debilidad” es inaceptable, y que, en consecuencia, los lleva a la vergüenza.
Esto se perpetúa en la escuela. El ser los últimos en ser elegidos en un partido de fútbol, por ejemplo, hace que se sientan terriblemente humillados (lo sé, porque me pasaba todo el tiempo). Perder en cualquier evento competitivo puede hacerles sentir una vergüenza abrumadora; de hecho, ganar es muy importante porque elimina el estigma de perder.
Si insultas a un joven o a su madre, puedes estar seguro de que ellos te contestarán algo, porque el poner al ofensor en su lugar elimina la vergüenza del insulto, así como la debilidad percibida de simplemente alejarse de la situación. Es nuestra la tarea de enseñarle a nuestros niños que “dar la otra mejilla” (Mateo 5: 38-39) es en realidad una gran muestra de valor.
El miedo a parecer débil, y la humillación que lo acompaña, impulsa los comportamientos masculinos estereotipados de no pedir direcciones cuando están perdidos, negarse a leer las instrucciones de un objeto y otras instancias en donde los hombres deben parecer, en todo momento, en control, ‘sabiendo’ lo que están haciendo.
Admitir que no saben algo, o que han cometido un error, a menudo los lleva a sentir temor de que otros piensen menos de ellos.
Es por eso que muchos hombres justifican sus acciones, culpan a otras personas, minimizan la gravedad de sus errores y hablan deshonestamente. Mienten a sus seres queridos (o dicen verdades a medias) por temor a que la admisión de tal error o culpa los lleve a sentir decepción, desaprobación y vergüenza.
Cómo podemos ayudar
Si bien no es responsabilidad de nadie “cambiar” a alguien (la persona tiene que tomar esa decisión por sí misma), puedes ayudar creando un ambiente donde la imperfección no sea algo de lo que deben avergonzarse. Si eres hombre o mujer, puedes dar un buen ejemplo al hacerte responsable de tus errores.
Muéstrales que sin importar lo que hagan los demás, nosotros somos responsables de cómo elegimos pensar o actuar. Esfuérzate por mejorar tus malos hábitos y repara el daño que le hiciste a quienes has herido. Tu ejemplo tendrá un mayor impacto que cualquier cosa que digas.
Dicho esto, las palabras que empleamos también son importantes. Si bien es bueno (y en ocasiones necesario) expresarle tu dolor o decepción a los hombres y niños en tu vida cuando sus palabras o acciones han sido hirientes o inapropiadas, esto siempre debe dirigirse explícitamente a sus acciones y comportamiento, no a la persona. Esto significa que no debe haber insultos, ni usos de las frases “tú siempre” o “tú nunca”.
Cuando los hombres confiesan un error o se disculpan por haber actuado mal, están siendo vulnerables contigo, lo que probablemente sea un gran riesgo para ellos (recuerda, muchos han sido moldeados por la sociedad para que creean que la vulnerabilidad aleja a las personas).
Refuerza su honestidad y sentido de responsabilidad al reconocer abiertamente el valor que se necesita al decir la verdad y hazles saber cuánto significa para ti que se hagan responsables de sus acciones.
Asegúrate de expresar amor por la persona. El Señor nos alentó a corregir a nuestros seres queridos “en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo” (Doctrina y Convenios 121: 43). Ellos necesitan saber que los respetas más por decir la verdad y porque tratan de enmendar sus acciones.
Es sorprendente lo fácil que se vuelve la honestidad y la responsabilidad para ellos cuando ven que el resultado los acerca a otras personas.
Ahora, por supuesto, no estoy sugiriendo que no habrá repercusiones. Las consecuencias son a menudo una parte necesaria del crecimiento y mejora personal. La culpa (la cual se dirige al comportamiento) puede alentar un cambio positivo en las personas, pero la vergüenza (la cual se dirige a la persona) a menudo desencadena una actitud defensiva, manipulación y deshonestidad.
Recuerda, puedes ayudar a tus seres queridos, hombres y niños, a que se hagan responsables de sus acciones al eliminar la vergüenza y reforzar la honestidad sin quitar las consecuencias de dichos actos.
Este artículo fue escrito originalmente por Tad Walch y fue publicado originalmente por deseret.com bajo el título “Latter-day Saint Therapist: Why Some Men Struggle with Honesty and How to Help Them Be More Accountable”