Hoy compartiremos la historia de conversión de Vinnie, que a sus 18 años decidió mudarse lejos de su familia y tomar sus propias decisiones. Una de esas decisiones fue si permanecer o no en la Iglesia. Para ello, le prometió a su mamá que intentaría asistir a la Iglesia por última vez.
El siguiente es un extracto que ha sido editado para mayor claridad.
Vinnie: Me encontraba en Chicago, perdido, rumbo a la Iglesia. En ese tiempo no existían los teléfonos móviles como los de hoy, no tenía GPS. Así que vi las direcciones e hice una oración: “Sabes, si quieres que vaya a la Iglesia, tendrás que ayudarme porque ya no quiero ir. Estoy cansado. Tengo otras cosas que hacer y ya no quiero hacer esta”.
Terminé de orar y un pensamiento vino a mí. Vi las direcciones y dije, “¿Qué pasaría si giro a la izquierda en lugar de la derecha?” Pasaron 5 minutos y llegué al estacionamiento de la Iglesia. ¡No lo podía creer! Pensaba, “Debes estar bromeando”.
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Así que continué mi camino porque le prometí a mi madre que intentaría asistir a la Iglesia por última vez.
Ingresé y me senté en la parte de atrás del salón sacramental. Escuché un himno que no recordaba y, de repente, sentí algo muy fuerte. Tuve un sentimiento que no había experimentado antes.
Cuando terminó la reunión, un hombre se detuvo a hablar conmigo. “Tú debes ser Vinnie”, me sorprendió que supiera mi nombre. Luego, se presentó y dijo que era el obispo Coleman. Me invitó a pasar al obispado unos minutos. Fue en ese momento en el que tomé la decisión que cambió todo en mi vida.
El obispo me presentó a una mujer muy amable, que me invitó a pasar a la clase de los Jóvenes Adultos Solteros. Quise negarme, pero no pude, ella estaba siendo muy amable conmigo. Fui a la clase y eso cambió mi vida.
Comencé a desarrollar mi testimonio mientras trabajaba y estudiaba en Chicago. Entre el trabajo y la universidad, tenía una hora libre, así que la aprovechaba para leer el Libro de Mormón.
Seguí asistiendo a la Iglesia y leyendo las Escrituras, algo que nunca hice. Pasé tiempo con los JAS y me divertí mucho.
Recuerdo que un fin de semana, mientras estábamos juntos, unos misioneros y hermanas retornados, compartieron sus experiencias de la misión.
No sé si eso lo planearon, pero funcionó. Ni siquiera me preguntaron si iba a servir en una misión, pero de pronto sentí ese deseo.
Durante ese año solo en Chicago, comencé a comprender más la Expiación y lo que realmente significa cambiar tu vida.
Mientras escuchaba a mis amigos hablar de su misión, tuve el profundo sentimiento de que necesitaba compartir lo que había aprendido.
El siguiente domingo fue de ayuno y testimonio. Decidí compartir mi testimonio, algo que no había sucedido desde que era un niño. Hablé sobre mi deseo de servir en una misión. Al final de la reunión, el obispo se acercó y me ayudó a planear todo.
Cuando le conté a mi padre sobre la decisión que había tomado, no le gustó mucho. Él esperaba que terminara la universidad y obtuviera el empleo que me ayudó a escoger. Se sentía decepcionado porque quería que con ese empleo ayudara a mamá. La conversación no terminó bien y no hablamos durante un mes.
Llamé a mamá y le dije, “Voy a ir a la misión”. Se quedó en silencio, sentí como si eso duraría para siempre. Luego, mamá preguntó, “¿Estás seguro?” y le respondí, “Sí, estoy seguro”. Ella simplemente no podía creerlo.
De repente, esas pequeñas decisiones que tomé, incluso las de pequeño para complacer a mamá, hicieron una gran diferencia en mi vida.
Tomé la decisión de salir de casa y hacer algo diferente a mis hermanos. Quería hacer algo diferente y a mi manera. Pero, no imaginé que eso incluyera al Señor.
Ahora me siento agradecido por la maravillosa esposa que tengo y mis seis hijos, que están construyendo sus propios testimonios. Nos estamos esforzando por vivir el Evangelio.
Creo que cada uno debe crear su camino. Si realmente entregas tu corazón a Jesucristo e intentas hacerlo feliz porque has construido un relación con Él. Entonces, tomas las decisiones necesarias, grandes o pequeñas.
Espero con ansias el día en que pueda ver a Cristo y Él abra Sus brazos. Sé que en las Escrituras dice que Él dirá: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21). Sin embargo, no quiero que Él diga ninguna palabra.
Solo quiero abrazarlo porque Él hizo posible que yo fuera perdonado. Él hizo posible que cambiara todo en mi vida y ahora tengo una vida mejor.
Fuente: LDS Living