Alivio del dolor o sanación: ¿Qué estamos buscando de Cristo?

Cristo

Debo haber pasado por el obispado por lo menos 10 veces esa noche. Para mi cerebro de 15 años, se sintió como si hubiera pasado por ahí como 100 veces. Sin embargo, seguí pasando por ahí a pesar de que había dejado Mutual por un tiempo.

Tratando de parecer indiferente, caminé hacia el vestíbulo una vez más para ver si la puerta del obispado estaba abierta, tal como lo estuvo la semana anterior y la anterior a esa.

La puerta del obispado no estuvo abierta ninguna de las otras semanas, pero esta noche podría ser diferente. Con las palmas sudorosas, dolor de estómago y cabeza baja, me escabullí una vez más por el edificio de la Iglesia.

obispo

La puerta estaba abierta.

“James, ¿eres tú? Pasa”, la calidez de la voz de mi obispo me sorprendió al igual que su sonrisa.

Dudé. Intenté muchas cosas para solucionar el problema por mí mismo, pero el dolor de mis malas decisiones era abrumador. Solo quería que el dolor desapareciera. Estaba muy decepcionado de mí mismo y sabía que Dios también estaba decepcionado de mí. Debía haber sido mejor, más fuerte y más sabio.

Era miembro de la iglesia de Cristo. Iba a mis reuniones del domingo. Era un niño explorador. Tenía conocimiento y sabía que eso me haría mejor que el pecador promedio. Pero, no lo era y eso dolía… mucho.

La sanación en Betesda

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El hombre en el estanque de Betesda se encontraba en una situación similar a la mía en el obispado. Antes de esperar al borde de Betesda, probablemente intentó varias cosas para encontrar el alivio a su dolor.

Sin embargo, finalmente, el hombre descubrió el milagro de las aguas curativas de Betesda, que se creía que aliviaban el dolor. Se sanaría por medio de un evento espiritual.

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Luego, el hombre conoció a Jesucristo. El relato de las Escrituras nos dice, “Cuando Jesús vio a este acostado y supo que ya hacía mucho tiempo que estaba así, le dijo: “¿Quieres ser sano?” (Juan 5: 6). El hombre, sin saber quién era Jesús o lo que Él realmente tenía que ofrecer, respondió: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua, porque entretanto que yo voy, otro desciende antes que yo” (Juan 5:7). Pensaba que Cristo se estaba ofreciendo a ayudarlo a completar su plan limitado para aliviar su dolor, pero Cristo tenía más para dar.

¿Puedes imaginar la sorpresa del hombre ante la respuesta de Cristo? En lugar de hablar con él sobre cómo meterse al estanque o simplemente alejarse, el Salvador respondió con un mandamiento muy simple.

Imagino que Cristo observó detenidamente al hombre, observó cada parte de su condición. Luego, lo miró a los ojos y pronunció las palabras que no solo le darían alivio al hombre, sino las palabras que también cambiarían su vida de la manera más profunda: “Levántate, toma tu lecho y anda” (Juan 5: 8).

Cristo

 

¿Con qué frecuencia buscamos a Cristo solo para ver nuestros planes en lugar de los Suyos?  ¿Con qué frecuencia intentamos decirle qué hacer solo porque no entendemos realmente quién es Él?

El hombre en el estanque necesitaba cambiar su situación por completo. Necesitaba que el Hijo de Dios cambiara lo que le ya le había sucedido y lo que le iba a pasar en el futuro. Necesitaba que Cristo le ayudara a cambiar su alma. Él necesitaba lo que solo la Expiación podía proporcionar.

El hombre en el estanque de Betesda necesitaba más que un chapuzón en el agua para estar sano, al igual que nosotros necesitamos más que una sola confesión para cambiar verdaderamente nuestros corazones y nuestra vida.

La sanación en nosotros

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Cristo, a través de Su Expiación infinita, nos ofrece a cada uno de nosotros lo mismo: Levantarnos e irnos completamente sanos. Su Expiación significa que podemos experimentar más que solo el alivio del dolor de las heridas espirituales de la vida.

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Podemos curarnos completamente de nuestros dolores en su raíz para que tengamos que lidiar con el miedo y el daño espiritual. Sin embargo, esto requiere más de nosotros que un evento dramático de arrepentimiento de una sola vez.

Cada uno de nosotros, con nuestros pecados, arrepentimiento y ansiedades, está esperando en su propio estanque figurado de Betseda. Al principio, venimos en busca de alivio del dolor.  Queremos que el dolor de nuestros pecados y arrepentimiento del pasado desaparezcan. Queremos saber que nuestro  futuro será menos doloroso que nuestro pasado porque Jesucristo nos sanará. Sin embargo, Cristo quiere hacer más que aliviarnos.

Él no solo quiere aliviar nuestro dolor (aunque, definitivamente, lo hace y siempre está dispuesto a hacerlo). No solo quiere que nos sintamos mejor, sino que también quiere que nos levantemos, tomemos nuestro lecho y andemos con Él hacia una vida nueva (Romanos 6: 4). Cristo nos pregunta si simplemente estamos buscando alivio del dolor o si queremos ser sanados por completo.

El verdadero significado de la sanación

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“¿Quieres ser sano?” es una de las preguntas más conmovedoras, directas y enigmáticas de Cristo. Por supuesto, todos queremos ser sanados, pero ¿qué significa eso?

Esta es una pregunta que a menudo me hago mientras examino mi vida. Al reflexionar, me he dado cuenta de que esta pregunta tiene implicaciones trascendentales. No solo nos pregunta acerca de lo que queremos en este momento, sino que también plantea otras preguntas como, ¿Quién quiero ser realmente? ¿Qué estoy dispuestos a hacer para llegar ahí? O, incluso, de manera más exacta, ¿qué estamos dispuestos a cambiar para llegar ahí?

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Hubo ocasiones en mi vida en las que busqué al Señor solo para que me aliviara del dolor, sin comprender la oferta o el proceso que conduce a la sanación. Sentado ahí con mi obispo en el obispado a los 15 años, definí el gozo como la ausencia del dolor y la rectitud como la ausencia del pecado. No estaba particularmente interesado en la sanación. Ni siquiera sabía qué significaba eso.

Quería aliviarme del dolor. Quería consuelo y felicidad otra vez y no tener que trabajar demasiado para conseguirlo. Más adelante en mi vida, en mis momentos de reflexión, pensaba que el arrepentimiento me hacía más completo, como si tuviera una vida mejor… una vida con experiencias que me hicieran sabio.

4 regalos del Salvador

Sin embargo, ninguna de mis definiciones estuvo cerca de la gloria de nuestro Salvador.

Cristo define la sanación como mucho más. Él nos dice que se trata de la abundancia de la vida. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10: 10). La sanación para Él significa abundancia. No solo tener suficiente, sino tener más que suficiente.

La sanación a través de Él significa que nos puede curar, limpiar, darnos esperanza y, de hecho, llenar el vacío que con frecuencia nos atormenta durante nuestra vida terrenal.

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Él sana las microfracturas espirituales que provienen de vivir como personas caídas en un mundo caído. A través de Él, podemos vernos a nosotros mismos como más que la suma de nuestros casi accidentes y pecados perdonados.

Cristo nos permite amar tanto nuestro posible yo del futuro y perdonar a nuestro yo del pasado que cometió errores – y lo más importante, estar en paz con nuestro yo real e imperfecto del presente.

¿Ves la diferencia entre la Expiación abundante que Cristo nos ofrece y la única versión del alivio del dolor que muchos de nosotros usamos? Sin siquiera darnos cuenta, ponemos un límite a la gracia de Dios, permitimos que se extienda a los remordimientos del pasado y no a nuestra vida diaria. Esta es una versión más pequeña del amor de Cristo y mucho menos de lo que Él desea que tengamos.

Piénsalo de esta manera: cuando accedemos completamente a la Expiación de Cristo, no solo sentimos el alivio del dolor de nuestros pecados pasados y nuestras preocupaciones sobre el futuro, sino que también sentimos felicidad en una escala eterna en el presente.

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No solo queremos alivio de nuestros temores y tristezas para poder evitar más dolor; queremos que Cristo nos sane para que podamos sentir paz y gozo supremos hoy.

Podemos hacer más que solo esperar al borde del Evangelio y esperar que nos alivien del dolor. Podemos recibir sanación.

Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por James Skeen y fue publicado en ldsliving.com con el título “Pain Relief or Healing: What Are We Seeking from Christ?

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