Cuando la hija de mi amiga se quemó las manos en una chimenea de gas, la historia de su recuperación resultó ser una poderosa historia sobre mi propia sanación espiritual.
¿Te has preguntado alguna vez por qué debemos soportar algunas de las cargas que se nos pide que llevemos?
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El accidente
Solía preguntar, “¿Por qué a mí?” hasta que el ejemplo de una joven madre respondió a mi pregunta.
Un domingo, estaba caminando por el pasillo de la Iglesia para dar mi clase a los niños de 5 años cuando una hermana en el pasillo me detuvo. Me dijo que Lucy, la dulce hija de un amiga, de casi un año, había sido llevada al hospital. Nadie sabía exactamente qué había pasado, solamente sabíamos que Lucy estaba herida.
Al final de nuestras reuniones dominicales, la mayoría de miembros se había enterado de la situación. Los almuerzos fueron programados para ser llevados a la casa. El cuidado del hermano mayor de Lucy había sido previsto. Las oraciones ya habían sido susurradas. Algunas lágrimas ya habían sido derramadas.
Por medio de las llamadas telefónicas y las visitas, nos enteramos de lo que sucedió. Lucy había estado jugando en el piso mientras su familia se preparaba para ir a la Iglesia. Se había mudado recientemente a un nuevo hogar, y Lucy estaba explorando la habitación familiar desconocida.
Estaba empezando a caminar y a menudo se agarraba de los muebles y otras cosas para ayudarse a sí misma a ponerse de pie. Esa mañana en particular, Lucy se arrastró hasta la chimenea de gas y se puso de pie, apoyando todo su peso en sus pequeñas manos mientras presionaban contra el vidrio caliente. El calor era intenso, pero Lucy era demasiado joven para darse cuenta de que las palmas de sus manos estaban ardiendo. Ella simplemente se quedó allí, apoyada contra el cristal caliente durante varios segundos hasta que su madre la vio y cruzó la habitación rápidamente.
Los padres de Lucy inmediatamente buscaron atención médica. Fue un largo día lleno de lágrimas, doctores, oraciones y espera.
El Proceso de sanación
Después de unos días en el hospital, Lucy pudo volver a casa, y mi esposo y yo visitamos a la familia. Lucy ya estaba en la cama, y nos sentamos con sus padres, Matt y Stephanie, quienes estaban comprensiblemente exhaustos. Al escucharlos contar su experiencia, me conmovió la fe que tuvieron frente a esta adversidad. Me dolió el corazón cuando me contaron el dolor y el sufrimiento que Lucy había experimentado, y pensé en lo agradecida que estaba de que la odisea haya terminado. Lucy estaba en casa ahora, estaba a salvo y abrigada en la cama.
Entonces su madre me contó sobre el proceso de recuperación de Lucy.
Los doctores habían realizado injertos de piel para salvar sus manos. Luego, para protegerlas mientras sanan, sus manos y brazos estaban envueltas hasta los codos. Durante el proceso de recuperación, las palmas de las manos de Lucy tendrían que estirarse para evitar que la piel cicatrice de manera incorrecta.
Stephanie sonrió con los ojos cansados y húmedos mientras nos explicaba a mi esposo y a mí que este estiramiento tenía que hacerse no una o dos veces al día sino a cada hora.
“¿Duele?” Pregunté.
La respuesta fue un lloroso “Sí, pero es la única forma de que sus manos se sanen correctamente”. Si las palmas no se estiraran, la piel no sanaría con suficiente flexibilidad, y Lucy no podría abrir sus manos completamente con el paso de los años.
“Oh, ¡esa pobre niña!” fue mi primer pensamiento. Soportar no sólo ese dolor y trauma inicial, sino también tener que experimentar ese dolor una y otra vez, ¡que terrible!
El amor del Padre
El domingo siguiente, vi a Stephanie y Lucy en el baño de la Iglesia. Era hora de estirar las manos de Lucy. Vi como Stephanie colocaba a su pequeña niña sonriente en el mostrador mientras hablaba en voz baja con ella. Luego ella tomó suavemente la mano de Lucy. Lucy retrocedió y comenzó a gemir, sabiendo lo que estaba por suceder. Con tranquilidad y suavidad, Stephanie dobló los dedos de Lucy hacia atrás para estirar la piel sana. Lucy lloró.
Stephanie dijo las tiernas palabras de una madre amorosa: “Sé que duele. Lo siento. Ya casi terminamos. Estás haciéndolo muy bien. Mami está aquí. Te amo. Vas a estar bien.”
Aparté la mirada y miré al piso, sintiendo que estaba invadiendo un momento privado entre madre e hija. También estaba tratando de esconder mis lágrimas. Estaba viendo un intercambio doloroso pero tierno entre madre niño e hija. Pero me sorprendió que también estaba presenciando una representación profunda de la relación entre mi Padre Celestial y yo.
Ha habido muchas momentos en mi vida que me han costado pasar, cuando me he sentido cansada y bajo presión. Mis oraciones en mis días de juventud a menudo incluían esta súplica: “Padre celestial, ¿cómo puedes dejar que esto me pase a mí?”. Fue difícil para mí entender cómo sentir tanto dolor podría ser para mi beneficio. Pensaba que si Dios me amaba, Él me salvaría de tanto dolor. Pero la mayoría de las veces eso no sucedió.
En el presente como en el futuro
La pequeña Lucy se lastimó a sí misma, a pesar de que no estaba completamente consciente de lo que estaba haciendo. Ella tenía padres amorosos que la ayudaron a sanar. A pesar de que dolía, ellos sabían que estirar sus manos la llevaría a un uso completo de las mismas en el futuro.
El dolor temporal la llevaría a una recuperación completa más adelante. Sus padres sabían esto, así que estiraban sus manos para su beneficio, a pesar de que se les rompía el corazón al hacerlo.
Debido al profundo amor que tienen por su hija y la comprensión de cuán necesario era el estiramiento para ella, no sólo permitieron que Lucy sintiera dolor, sino que actuaron voluntaria y amorosamente como los instigadores del dolor. Se necesitó mucho valor y fuerza emocional para administrar esta terapia, pero hicieron lo que era difícil ahora para ayudar a Lucy en el largo plazo.
Hubiera sido más fácil para ellos decir: “No, no queremos que Lucy sufra más. Ella ha tenido suficiente. Queremos protegerla. No vamos a estirar las manos.” Pero estaban mirando la situación a través de los ojos de padres amorosos. Estaban mirando y amando no sólo a la pequeña Lucy sino también a la Lucy del futuro: Lucy, la futura pianista; Lucy, la futura madre, Lucy, la futura artista; Lucy, con el uso pleno de sus manos. Entendieron la difícil verdad de que Lucy tendría que soportar el dolor ahora para alcanzar un mayor potencial después.
Se nos dice que el propósito de nuestra existencia mortal es que podamos tener gozo (2 Nefi 2:25), pero nuestras vidas en la mortalidad también están marcadas por todo tipo de pruebas y tribulaciones. Durante estos tiempos difíciles, podemos sentirnos bajo mucha presión; podemos sentir dolor e incluso sufrimiento. Podemos llorar como lo hizo Alma, cuando fue atado, encarcelado y golpeado, “¿Cuánto tiempo, oh Señor, sufriremos estas grandes aflicciones?! (Alma 14:26).
Cuando nos sentimos ‘estirados’ y estamos sufriendo, puede que deseamos que nuestro Padre Celestial dijera: “No, no quiero que te vuelvas a hacer daño. Ya has atravesado muchas cosas. Quiero protegerte. Ya no te ‘estiraré’ más.” Si se le concediera ese deseo, momentáneamente estaríamos libres de dolor o incomodidad. Podríamos sentir alivio y felicidad. Podría parecer una forma más fácil de finalizar la prueba, pero no creceríamos.
Alma tuvo fe, incluso en medio de sus aflicciones. Su súplica para saber cuánto duraría el sufrimiento fue seguido por: “¡Oh Señor!, fortalécenos según nuestra fe que está en Cristo hasta tener el poder para librarnos” (Alma 14:26). Alma entendió que la fe era necesario para poder hacerle frente a la adversidad. Sabía que el Señor tenía un propósito y un plan para él, y se dirigió a Dios en busca de guía y ayuda.
Nuestro Padre Celestial nos ama perfectamente. Él no encuentra ninguna alegría en nuestro sufrimiento; pero Él no nos está cuidando y amando solamente en el presente, Él también está cuidando y amando a nuestro futuro yo. Él sabe que a veces la sanación duele. Él sabe que para que crezcamos, necesitamos ser estirados. Él sabe que para que nosotros podamos llegar a ser como Jesucristo, tenemos que cambiar, y a veces el cambio viene sólo a través de la adversidad.
Como un padre amoroso, Alma más tarde testificó de este principio a su hijo. Él dijo: “Y he sido sostenido en tribulaciones y dificultades de todas clases, sí, y en todo género de aflicciones… y pongo mi confianza en él, y todavía me librará.” (Alma 36:27).
“Vas a estar bien”
Qué ejemplo tan poderoso fue la familia de Lucy, para mí y para toda la congregación, de la influencia del amor de los buenos padres, y de nuestro Padre Celestial. Me recuerda que hay un propósito para mi sufrimiento. También me ayuda a comprender que mi Padre Celestial me permite sufrir porque Él me ama, y que no es algo fácil para Él. Me da esperanza de que pueda ser sanada, de. que el dolor es sólo temporal. Me ayuda a saber que mi amoroso Padre Celestial está a mi lado durante todos mis desafíos y sanación.
Me acuerdo de las amables palabras que Lucy escuchó de su amorosa madre durante el estiramiento doloroso: “Sé que duele. Lo siento. Ya casi terminamos. Estás haciéndolo muy bien. Mami está aquí. Te amo. Vas a estar bien.”
Ahora, cuando estoy sufriendo, sintiéndome estirada y creciendo, imagino esas palabras como un eco terrenal del amoroso mensaje de mi Padre Celestial para mí: “Sé que duele. Lo siento. Ya casi terminamos. Estás haciéndolo muy bien. Estoy aquí. Te amo. Vas a estar bien.” Sabemos que somos amados no porque nuestra vida es fácil, sino porque Él está allí para ayudarnos cuando es difícil.
Ese es el poder de mi palabra favorita: perspectiva.
La perspectiva nos ayuda a encontrar consuelo en la verdad de que Dios no nos dará más de lo que podemos manejar con Su ayuda. La perspectiva nos ayuda a comprender que, aunque sólo vemos una parte del panorama general, aún podemos tener fe en Aquel que lo creó. La perspectiva nos asegura que no estamos solos en nuestras pruebas y nos permite encontrar el propósito en nuestras vidas y en nuestro dolor.
Este artículo fue escrito originalmente por Michelle Wilson y es un extracto del libro “Does This Insecurity Make Me Look Fat?” fue publicado por ldsliving.com bajo el título de “What a One-Year-Old’s Tragic Accident Taught Me About My Own Spiritual Healing”