“La Santa Cena, en sí misma, es la realización espiritual de esta segunda ley de la termodinámica. Es a través de su funcionamiento, que podemos ser renovados espiritualmente, reedificados y redimidos cada semana.”
En pocas palabras, la segunda ley de la termodinámica establece que las cosas ordenadas se mueven hacia el desorden, la entropía.
Las cosas calientes se enfrían. Las fibras se deshilachan. Las habitaciones limpias se ensucian. Esta tendencia de que todas las cosas han de caer en desorden puede resultar frustrante, entristecedor y desgarrador; sin embargo, la magia inherente en este universo es que esta entropía puede ser usada y aprovechada para crear fabulosas complejidades.
A esta curiosa característica, que proviene del universo, la veo como una Firma Divina: un estilo creativo. Nuestra ordenanza más importante, la Santa Cena, es la entropía en acción.
Un Universo Poético
Hay cierta poesía en este universo. Una poesía que, por desgracia, rara vez se lee y rara vez se entiende. Tal vez esto se deba a que dicha poesía está enmascarada, ocultándose a plena vista, en vez de ser un pensamiento simple.
Se coloca ante nuestros propios ojos cada segundo de cada día, en cada sílaba, palabra y estrofa escrita en la Tierra que nos rodea. Se encuentra en la forma en que el agua fluye por un río, en la forma en que las olas rompen en la playa o en la forma en que los electrones bailan alrededor de protones y neutrones como si fueran planetas que orbitan alrededor de una estrella.
La segunda ley de la termodinámica es la métrica y la musa con la que toda esta poesía está escrita. Posee la clave para leer, comprender y simplificar el resto del texto cósmico. Es el ritmo y la cadencia por la cual el universo se mueve, baila y se crea eternamente.
Así mismo, esto no sólo se limita al universo físico. Nuestras vidas espirituales dependen de la promesa que se realiza dentro de ella. La Santa Cena, en sí misma, es la realización espiritual de esta segunda ley de la termodinámica. Es a través de su funcionamiento, que podemos ser renovados espiritualmente, reedificados y redimidos cada semana. O algo más al punto, a través de la muerte y la resurrección de Cristo, podemos renacer espiritualmente cada semana.
Pero, ¿cómo funciona esto? ¿Cómo puede la destrucción conducir a la recreación?
El Poema Inherente en Todas las Cosas
Eras atrás, nuestro Sol nació de una nube difusa de gas de hidrógeno, de los restos polvorientos de estrellas muertas hace mucho tiempo. Hoy ese Sol fusiona ese hidrógeno reunido de sus ancestros cósmicos a temperaturas insondables, irradiando su energía estelar hacia el exterior.
Se requieren aproximadamente ocho minutos para que la luz del sol brille a través de nuestra atmósfera. Este polvo de estrellas, en forma de luz, pasa a través de las hojas fotosintéticas de un árbol que utiliza para crear energía en forma de diversos azúcares. Pero, el árbol, sabiendo que sus años están contados, usa esa energía para formar semillas que darán vida a la próxima generación de árboles. Estas semillas se almacenan dentro de casas de azúcar, celulosa y agua. Un paquete perfectamente apetitoso, también conocido como manzana.
Por lo tanto toma esa manzana, está entera. Si la mordemos, perforamos su piel; si la masticamos, aplastamos y magullamos la pulpa, la manzana se deshará por completo.
Una vez en nuestros estómagos, nuestros cuerpos lo degradarán aún a nivel molecular y será asimilado en nuestro propio cuerpo. Ya no es una manzana entera, con violencia total la hemos destruido; pero la destrucción de esa manzana contribuye a nuestra recreación. Vivimos otro día porque una manzana dejó de existir o, lo que es más significativo, la manzana vive en nosotros cuando vivimos otro día. La manzana y yo somos uno.
Este es el ritmo con el cual se mueve todo el universo. Los átomos en tu cuerpo se forjaron en el corazón de una estrella moribunda hace miles de millones de años. Esos átomos te fueron transmitidos por la luz del sol, el árbol y la fruta.
La respiración en tus pulmones ha sido respirada por innumerables criaturas grandes y pequeñas. La sal en tus lágrimas ha viajado a través de la tierra, el mar y el cielo para estar de pie como testigo de tu sufrimiento y alegría. Cada comida que has consumido alguna vez estuvo viva con la misma Gracia que late en tu corazón hoy. A través de tu mortalidad, vuelves a experimentar la vida y ellos, a través de ti, continúan viviendo.
Tú y el universo son uno. Este es el poema de Dios. Esta es la segunda ley de la termodinámica.
La Conclusión Poética de Dios
La conclusión de la poesía de Dios es esta: a través de la muerte tenemos vida, es decir, mediante la destrucción, hay recreación. Este distintivo se encuentra en casi todos los procesos físicos del universo, desde los ciclos de vida de las estrellas hasta el consumo de una comida sencilla.
Marcado en el estilo de las cosas, Dios nos da un sutil indicio de lo que vendrá y esta sugerencia se convierte en una declaración completa con la vida de Jesucristo. Su vida, muerte y resurrección es la realización completa de esta poesía universal.
Es curioso que antes de su muerte, Jesús introdujera la ordenanza ritual más importante a través de una comida. Comer es la actividad más común y corriente de las actividades que hacemos. Todos los humanos entienden la importancia de comer. Es un acto universal. Es tan universal y tan común que puede volverse mundano, algo que hacemos sin pensar; sin embargo cada semana, Dios ha designado que la ordenanza ritual más importante que realicemos sea con una comida.
Así mismo es el ejemplo más fácilmente disponible de la segunda ley de la termodinámica. Mordimos, masticamos y digerimos, rompiendo las cosas enteras a sus partes más constituyentes. La magia de nuestros cuerpos pone en acción este tema poético al utilizar la destrucción para fines creativos. Un proceso violento pero hermoso.
Este domingo, observa nuevamente como el sacerdocio prepara la Santa Cena. Observa cómo parten el pan y separan el agua en porciones consumibles. Luego, medita al masticar cada pieza, al descomponer aún más el pan, el Cuerpo de Cristo. Siente como tu boca está humedecida y tu garganta enfriada por el agua, la Sangre de Cristo. Pronto tu cuerpo estará trabajando con fuerza eliminando moléculas una por una.
La Santa Cena nutrirá tu cuerpo y sostendrá tu vida corporal.
La Santa Cena hace más que simplemente alimentar nuestros cuerpos. Si el pan y el agua son símbolos del cuerpo y la sangre de Jesús, entonces a medida que mi cuerpo se restaura con esa materia, me estoy restaurando con Su vida divina.
El Elder Christofferson dijo: “Comer Su carne y beber Su sangre es una manera contundente de expresar cuán completamente debemos traer al Salvador a nuestra vida —a nuestro mismo ser— para que seamos uno.”
¿Como sucede esto? Con décadas de participar de la ordenanza de la Santa Cena, lentamente, pieza por pieza, molécula por molécula, recibiendo la imagen de Cristo. Recibiendo una Nueva Vida, Su Vida, dada por Su Gracia.
A través de esta entropía espiritual, nos convertimos, en cierto sentido, en “pequeños Cristos”.
Este es el ritmo por el cual se mueve el Evangelio. Tu nueva vida espiritual se forjó en el sufrimiento en el Getsemaní. Cada nuevo aliento que tomas es porque Jesús sopló el Suyo en la cruz del Calvario y cada momento de esperanza que tu corazón bombea fue ganado en una Tumba.
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A través de Jesucristo, podemos volver a ser creados espiritualmente. A medida que Cristo vive a través de nosotros y nosotros vivimos a través de Él. Él y nosotros somos uno. Ese es el poema de Dios. Esa es la segunda ley de la termodinámica.
Este artículo fue escrito originalmente por Madison y fue publicado por mormonhub.com bajo el título: “Finding Renewed Meaning in the Sacrament through the 2nd Law of Thermodynamics”