En 2014, después de volver de la casa de mis padres y pensar en cómo continuar con mi vida, decidí dejar de esconderme.
Más tarde, ese día, mi amiga Diana y yo nos dirigimos a una actividad para JAS, al norte de Tucson. De pronto, sentí la impresión de confesarle que era gay. Entonces, le conté que Laura, una amiga que ella también conocía, me llamaba “Ben, el mormón gay”.
Diana se sorprendió y me preguntó: “¿Por qué Laura te dice así?” y le dije: “Porque soy ambas cosas”.
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Diana parecía un poco aturdida por esta revelación. Durante mucho tiempo, quise confesárselo y, finalmente, lo hice y me alegré de decírselo.
En gran medida, ella reaccionó bien al respecto. Sin embargo, se lamentó de haberse ilusionado conmigo y de siempre haberse ilusionado con chicos gay.
Me sorprendió que su reacción inicial fuera centrarse en sus malas decisiones en lugar de centrarse en mí y en nuestra amistad.
Diana nunca había tenido un amigo gay, así que no sabía qué decir. Al principio, evitó el tema mientras conducíamos hacia la actividad de JAS. Puse un poco de música y comenzamos a cantar para bajar el ambiente tenso.
Unos días después, mientras íbamos al templo, me hizo una pregunta sobre ser gay y eso rompió la barrera que nos había impedido hablar sobre el tema realmente.
Conversamos sobre mis experiencias el resto del viaje.
Cuando volvimos al auto, dijo que había estado pensando en mí todo el tiempo que estuvimos en el templo y tenía muchas preguntas. Hablamos sobre la fe y la orientación sexual durante todo el viaje a casa.
A partir de ese día, Diana se comprometió a acompañarme en este viaje.
Quise tener esta discusión semanas antes, pero Diana no estaba lista. Y, eso estaba bien.
Aprendí que al igual que a mí me tomó años estar listo para explorar esta realidad en mi propia vida, necesitaba ser paciente con los demás y darles tiempo para procesar sus sentimientos también.
Seis meses después, decidí asistir a una conferencia de la Iglesia para Santos de los Últimos Días gay. No quería ir solo, así que decidí preguntarle a Diana si quería acompañarme. Antes de que se lo pidiera, ella se ofreció a ir conmigo. ¡Ese fue un gran regalo!
Mientras estábamos en la conferencia escuchando los discursos de los Santos de los Últimos Días gay, Diana se inclinaba hacia mí y me preguntaba: “¿Te sentiste así?” y yo respondía: “Sí”. Unos minutos más tarde: “¿Puedes identificarte con lo que está diciendo?”, “Con seguridad”. Ella se ponía en mis zapatos.
Después de la conferencia, mientras estábamos en el estacionamiento, Diana comenzó a llorar.
Dijo que amaba la Iglesia y sus doctrinas, y que apoyaba a nuestros líderes que nos enseñan la importancia eterna del matrimonio entre un hombre y una mujer.
Asimismo, dijo que se preocupaba por mí y que solo deseaba que pudiera casarme con quien deseara casarme.
No le pedí a Diana que apoyara el matrimonio entre personas del mismo sexo. Tampoco esperaba que cambiara sus creencias. Ni siquiera le pedí que caminara en mis zapatos.
Todo lo que quería ese día era no estar solo. Sin embargo, ella caminó en mis zapatos y eso expandió su corazón.
Cuando decidí comenzar un grupo de apoyo para los Santos de los Últimos Días LGBTQ en Tucson, ni siquiera tuve que preguntarle a Diana si le gustaría apoyar. Sabía que ella sería mi aliada.
Ella estuvo allí en la primera reunión cuando solo éramos nosotros y otras dos personas LGBTQ.
A medida que el grupo crecía, mi casa y la casa de Diana se convirtieron en el centro de Santos de los Últimos Días LGBTQ en Tucson.
Diana siempre estaba dispuesta a abrir su casa para las reuniones. Pero, con frecuencia, se lamentaba en broma de que su casa siempre estuviera llena de chicos, pero que ninguno de ellos fuera heterosexual.
Diana ha sido una aliada increíble, ya que ha apoyado a sus amigos LGBTQ y ha ayudado a otras personas a comprender lo que vivimos.
Diana está tan comprometida con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como cualquier persona que conozco.
Creo que se debe a su compromiso con el evangelio restaurado. Cuando escuchó el llamado a su puerta, respondió. Luego, ayudó a otros a ver lo que ella había visto. Su fe la impulsó a ayudar con amor e invitar a otros a entrar.
Al igual que Diana, muchas personas han respondido a mi llamado y han tratado de comprenderme a mí y a mi vida.
Caminar en mis zapatos ha llevado a varios de mis amigos y seres queridos a disculparse por las cosas que dijeron o hicieron en el pasado.
Por lo general, no recuerdo por qué se disculpan, pero ellos lo recuerdan y se sienten obligados a decirme que lo sienten.
Aunque las disculpas individuales rara vez han sido necesarias, la cantidad colectiva de ellas me ha quitado un peso de encima, porque puedo imaginar un día en el que ya no nos digamos cosas hirientes.
Ahora, cuando veo a alguien decir o hacer algo que podría justificar con un “lamento lo que dije”, pienso: “Cuando comprendan mejor, harán las cosas mejor”.
No digo esto para excusar a las personas que hieren intencionalmente, sino para reconocer que todos estamos en un viaje. Quiero agradecer a otros que, como yo, todavía están lejos de la perfección. Me alegra perdonar a cualquiera que quiera ser perdonado.
Hay personas llamando a la puerta en este momento y no son solo personas LGBTQ. Son personas casadas o solteras. Personas con hijos y personas sin hijos.
Personas que están abrumadas con todo lo que tienen que hacer y personas que están solas en casa deseando tener más que hacer.
Personas que tienen dudas sobre sus creencias. Personas de diferentes orígenes étnicos y culturales.
Tanta gente que solo quiere ser escuchada y comprendida. Si vamos a construir Sion, debemos crear un lugar donde los corazones y las mentes se unan y donde todos pertenezcan.
Esto sucede cuando respondemos escuchamos el llamado a la puerta, la abrimos y damos la bienvenida a la gente.
Fuente: LDS Living