Gracias al llamamiento que actualmente tengo en la Iglesia, recientemente me reuní al obispo de mi barrio. En el transcurso de nuestra conversación, hablamos brevemente sobre diferentes personas.
Nuestra conversación se centró en una pareja de casados de mediana edad. El obispo compartió conmigo lo que esta pareja le había dicho en una ocasión.
Después de un día de trabajo, esta familia hizo el largo viaje al lugar designado para unirse a los miembros del barrio que estaban acampando para una actividad. Cuando llegaron, el día ya había oscurecido.
En el lugar, vieron un letrero que indicaba que no se permitían perros. Aquello representaba un problema para ellos, ya que habían llevado a su pequeño cachorro.
Rápidamente hablaron con el obispo, quien reafirmó las reglas del campamento. Esta pareja se dirigió a su vehículo y condujo de regreso a su casa.
Antes de irse, el obispo les dijo: “Me temo que los hemos ofendido”.
Este buen hermano, hablando en nombre de sí mismo y de su familia, respondió:
“Obispo, si nos ofende, igual volveremos… Las personas podrán tratar de ofendernos todo lo que quieran, pero igual volveremos”.
Después de compartir esto, el obispo me miró directamente a los ojos y dijo:
“Ojalá todos los miembros de nuestro barrio dijeran lo mismo”.
Inmediatamente estuve de acuerdo.
Esta pareja sirve en el barrio donde actualmente sirvo. ¡Son una pareja genial! Sirven con gozo en cada llamamiento que reciben. Aceptan los cambios sin murmuraciones. Están ahí cuando necesitamos de ellos y brindan su apoyo a causas que benefician a todos.
¡Qué posición tan poderosa han tomado frente a las circunstancias!
“Si nos ofendes, aun así volveremos”.
Si hieren sus sentimientos, ellos lo superan. Si hay algo que no es exactamente lo que esperaban, se adaptan y siguen adelante. Si la situación es menos que ideal, de todas maneras lo intentan. Si no conocen una norma o regla, la obedecen y siguen viviendo sus vidas.
Ellos no permiten que las ofensas, con o sin una intención, los alejen de sus convenios sacramentales, de su comunión con los hermanos y hermanas, de su oportunidad de hacer contribuciones significativas en el reino de Dios y de su progreso espiritual.
Ellos eligieron no ofenderse.
Una perspectiva diferente
Cuando servía como presidente de estaca, el élder Bednar acompañaba regularmente a los obispos de barrio a las casas de los miembros que en ese momento se habían alejado de la Iglesia.
Hizo cientos de visitas y, mientras lo hacía, observó algo en común, aquellas personas se habían sentido ofendidas y, como resultado, tomaron la decisión de dejar de asistir a la Iglesia.
Después de escuchar sus razones para alejarse, el élder Bednar les expresó algo similar a esto:
“Permítame llegar a entender bien lo que le ha ocurrido. Por motivo de que alguien en la Iglesia le ha ofendido, usted no ha sido bendecido mediante la ordenanza de la Santa Cena y se ha apartado de la compañía constante del Espíritu Santo.
Debido a que alguien en la Iglesia le ha ofendido, se ha separado de las ordenanzas del sacerdocio y del Santo Templo; además, ha interrumpido su oportunidad de prestar servicio al prójimo y de aprender y de progresar.
Está dejando barreras que impedirán el progreso espiritual de sus hijos, de los hijos de sus hijos y de las generaciones que les seguirán”.
En muchas ocasiones, las personas se quedaban pensando por un momento y, en seguida, respondían:
“Nunca he pensado en ello de esa manera”.
¡Esta es una buena manera de ver las cosas!
Un mal espiritual
Si elegimos sentirnos ofendidos y como consecuencia nos distanciamos de nuestros convenios hay mucho que nos estaríamos perdiendo: La reconciliación significativa de cada domingo con el Ser Supremo que nos da la Gracia, la pérdida de un Dios que pueda consolarnos, inspirarnos y enseñarnos, el poder del sacerdocio, las bendiciones del templo, las oportunidades necesarias para nuestro crecimiento, entre otras.
El élder Bednar hizo esta sabia observación:
“En muchos casos, el escoger sentirse ofendido es síntoma de un mal espiritual mucho más profundo y más grave”.
En momentos en los que he contemplado la idea de sentirme ofendida o, lo que es más trágico, en momentos en los que he optado por ofenderme, al buscar en mi alma de una forma incómoda y retrospectiva, siempre he encontrado un mal espiritual que necesita mi atención.
Este mal solo puede ser erradicado con el arrepentimiento sincero, la gracia redentora de Cristo y Su perdón.
La pareja de casados a la que mencioné anteriormente asiste a la Iglesia por ellos mismos, no por el obispo ni por nadie más, esa es la razón por la que no se ofenden.
Entran con propósito y significado por las puertas de la capilla cada domingo para tener una experiencia espiritual que sus almas anhelan.
Están interesados en renovar sus convenios, en ser edificados e instruidos y fortalecer su testimonio.
Si se llegaran a ofender, los seguirías encontrando en los asientos de la Iglesia cada domingo.
Admiro profundamente a estos Santos, ellos me inspiran.
Algo puedo asegurarles, a nuestros obispos les encantaría escuchar estas palabras: “Si nos ofenden, aun así volveremos”.
*Imagen de cover: Adrianna Geo, Unsplash
Fuente: Meridian Magazine
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