Vivimos en una época de información sin precedentes al alcance de nuestras manos. Todo lo que tenemos que hacer es decir “Ok, Google” o “Siri, dime…” y nuestros dispositivos electrónicos responderán a nuestras preguntas.
En ocasiones puede ser algo bueno, en otras no. Sin embargo, incluso los últimos milagros de la tecnología tienen sus límites. Uno de los cuales es la espiritualidad.
Ahora bien, nunca le pedí a Google o a Siri que me hablaran sobre la fe, porque hablar sobre la fe y aprender sobre la fe son dos cosas diferentes. Hablar de la fe no requiere más que definir el término utilizando varios diccionarios en línea, pero aprender sobre la fe requiere un esfuerzo real.
Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, se nos enseña sobre la fe y cómo practicarla. Pero aprender lo que es la fe requiere una prueba de fe. A veces incluso una crisis de fe.
Algunas pruebas pueden parecer poco importantes, mientras que otras pueden dejarnos con preguntas sobre las doctrinas básicas de la Iglesia.
Me parece que fue ayer que pasé por mi propia crisis de fe, pero en realidad han pasado algunos años. Mi crisis de fe fue tan real para mí como lo son otras crisis de fe para quienes las experimentan.
Los detalles no son lo más importante sino cómo los abordamos o, más precisamente, el tiempo que dedicamos a abordarlos, porque aprender sobre la fe lleva tiempo. Durante ese tiempo, tenemos que permanecer con nuestras dudas y eso no siempre es algo cómodo para las personas.
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¿Acaso Dios se olvidó de mí?
Mi crisis de fe puede parecerle tonta a algunas personas, pero fue dolorosa para mí. Siempre quise tener al menos 6 hijos. Tuve 4 con pocos problemas, pero luego pasé por abortos espontáneos y, al final, mi cuerpo tuvo suficiente.
Confiaba en que solo necesitaba estar más saludable y ocuparme de lo que resultaron ser graves problemas de tiroides, y que solucionado eso podría tener más hijos.
Tuve fe, oré, le pedí ayuda al Padre Celestial. Lo único que sabía era que si tenía suficiente fe, tendría más hijos.
Pero los meses se convirtieron en años y comencé a dudar de mí misma. Dudaba de que el Señor me amase. Dudaba de que siquiera supiera quién era yo. Debía haberse olvidado de mí. Porque se nos ha mandado tener hijos, ¿verdad? ¿Multiplicar y henchir la tierra? ¡Y yo lo estaba intentando!
Sentí enojo y fastidio con mi cuerpo y con Dios. ¿Por qué me haría pasar por esto? ¿Por qué mi cuerpo no funcionaba correctamente? ¿Qué de malo había en mí que Él no respondía a mis oraciones?
Aú así seguí yendo a la Iglesia, leyendo las Escrituras con mi familia y cumpliendo con mis llamamientos en la Iglesia. Estudié y aprendí a cuidar mi salud. Mejoré no sólo en mi lectura, sino también en mi estudio personal de las Escrituras.
Lentamente, comencé a sanar tanto física como espiritualmente. Pero tomó tiempo, paciencia, humildad y esfuerzo. Aquí hay 3 cosas que aprendí en el camino.
1. Adquirir humildad y paciencia
Lo primero que tuve que aprender fue humildad, seguida de la paciencia. Estaba segura de saber cuál se suponía que iba a ser el resultado. Y no estaba dispuesta a aceptar que la respuesta pudiera ser no. Eso era lo que me estaba frenando.
El élder Richard G. Scott dijo:
“La humildad es esencial para adquirir conocimiento espiritual. El humilde siempre está dispuesto a aprender; la humildad permite que el Espíritu nos enseñe y que recibamos instrucción de las fuentes inspiradas por el Señor, como lo son las Escrituras”.
Fue difícil para mí confiar en la voluntad y el tiempo del Señor, y fue así hasta que dejé ir mi obstinado orgullo. La hermana Neill F. Marriott enseñó:
“Nuestro lema familiar no dice: “Todo saldrá bien ahora”. Habla de nuestra esperanza en el resultado eterno, no necesariamente de resultados presentes”.
Las Escrituras nos enseñan a “escudriñar diligentemente, orar siempre, ser creyentes, y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien” (Doctrina y Convenios 90:24). Pero la hermana Marriott aclaró:
“Esto no significa que todas las cosas son buenas, sino que para los mansos y fieles, las cosas, tanto las positivas como las negativas, obran juntamente para bien, y el momento apropiado depende del Señor”.
Solo necesitamos tener humildad, confianza en el Señor y paciencia en Su tiempo, incluso si son contrarios a lo que pensamos que deberían ser.
2. Estudiar las palabras de los profetas
Pude dejar atrás mi orgullo al estudiar las palabras de los profetas antiguos y modernos. A veces sentía que los mensajes que compartían en las conferencias generales estaban dirigidos a mí. Uno de los mensajes fue del élder Jeffrey R. Holland, que dijo:
“Cuando lleguen los problemas y surjan las dudas, al tratar de adquirir fe, no comiencen expresando lo mucho que no tienen, empezando, por así decirlo, a partir de su “incredulidad”. ¡Eso es hacerlo más difícil, como rellenar un pavo por el pico! Permítanme aclarar este punto: No les estoy pidiendo que finjan tener una fe que no tienen; les estoy pidiendo que sean fieles a la fe que sí tienen.
A veces actuamos como si una sincera declaración de duda fuese una mayor manifestación de valentía moral que una sincera declaración de fe. ¡No lo es! De modo que recordemos el claro mensaje…: Sean tan francos en cuanto a sus dudas como tengan que serlo; la vida está llena de dudas sobre un tema u otro; pero si ustedes… desean ser sanados, no permitan que esas dudas impidan que la fe produzca el milagro.”.
Nuestra fe solo puede obrar milagros si la alimentamos mediante el estudio de las Escrituras y la oración. El estudio de las Escrituras incluye leer o escuchar los discursos de la Conferencia General.
3. El poder de los himnos
Una de las cosas que comencé a hacer cuando me sentía abandonada y sola era tocar algunos de los Himnos de la Iglesia en el piano. Uno de mis favoritos fue “¡Oh, está todo bien!”.
Tocaba las cuatro estrofas y leía las palabras a medida que avanzaba, a veces con lágrimas rodando por mi rostro. Sentía que el poder del Espíritu iluminaba mi alma.
La introducción del Himnario dice:
“El canto de los himnos muchas veces es en sí un elocuente sermón… Los himnos nos dan ánimo, valor y el empuje para que actuemos correctamente; nos llenan el alma de pensamientos celestiales y nos dan paz espiritual”.
Los himnos en verdad fueron todo eso para mí.
El punto de inflexión de la fe
Después de mucho trabajo y esfuerzo de mi parte, llegó el verdadero punto de inflexión. Nos mudamos a una casa que tenía muy poco espacio para guardar cosas. Mis 4 hijos ocupaban los dos dormitorios pequeños en el nivel principal, mientras que los dos dormitorios más grandes del sótano estaban llenos de cosas.
Mucho de lo que teníamos guardado eran cosas para bebés y niños pequeños. Sin embargo, mis dos hijos mayores querían sus propias habitaciones, y la única forma de hacerlo era desocupando las habitaciones del sótano.
Mi crisis de fe me estaba mirando a la cara. Podía hacer espacio para los hijos que ya tenía, deshaciéndome de las cosas de los hijos que quería tener y a las que me había estado aferrando.
En ese momento, tuve que darme cuenta de que la verdadera fe no es obtener lo que quieres, es aceptar la voluntad del Señor cuando el resultado no es lo que quieres o esperas que sea. En pocas palabras, la fe es un llamado a la acción. Es una elección.
Para mí, fue aceptar Su voluntad y aceptar las bendiciones que tengo. Para otros, puede ser esperar hasta que reciban las respuestas a sus preguntas sinceras. No importa lo que implique nuestra crisis de fe, la pregunta es la misma: ¿Nos volveremos a Dios y confiaremos en Él, haciendo nuestra parte para encontrar la sanación que buscamos?
Este artículo fue escrito originalmente por Lisa Montague y fue publicado originalmente por thirdhour.org bajo el título “Going Through a Faith Crisis? Here Are 3 Things That Got Me Through Mine”