“No fue fácil criar a Ronnie Rasband, déjame decirte. Estaba lleno de vida. En otras palabras, sé que fui muy revoltoso”. – Ronald A. Rasband
En gran parte, estoy aquí hoy por los testimonios de mi querida y dulce esposa, Melanie, y mi ángel, mi madre, Verda.
No fue fácil criar a Ronnie Rasband, déjame decirte.
Más de una vez, mis maestros de la Primaria detuvieron a mi madre, que era la presidenta de la Primaria de estaca, para contarle lo que Ronnie estaba haciendo.
Estaba ocupado y lleno de vida. En otras palabras, sé que fui muy revoltoso.
Mi querida hermana, Nancy, me contó la historia de cuando tenía unos 7 u 8 años. ¡Digamos 7 porque eso sería antes de la edad de responsabilidad!
Un día, quería que mi madre me prestara atención, pero ella estaba ocupada en la sala de estar con un cliente potencial.
Mi madre hacía hermosas muñecas de porcelana. Tenía un horno en el sótano de nuestra pequeña y modesta casa, y les enseñaba a otras personas sus habilidades.
Ese día, ella estaba exhibiendo las muñecas en una mesa para que su invitado las viera.
Después de solicitar varias veces su atención, me frustré y créelo o no, derribé la mesa.
Las muñecas cayeron al suelo y se hicieron añicos. Mi madre, como era de esperarse, estaba furiosa conmigo y bastante seria.
Ella tenía una buena razón para sentirse de esa manera y debo admitir que esa no fue una de mis mejores épocas.
Mi papá trabajaba conduciendo un camión de Wonder Bread. Se levantaba aproximadamente a las 4 a.m. y regresaba a casa a las 6 p.m.
Trabajaba muchas horas y su ejemplo no pasó desapercibido para mí.
Mi madre se quedaba en casa y generaba ingresos para la familia como podía. Hacía muñecas de porcelana y cuidaba del pequeño Ronnie.
Me enseñó a trabajar y cumplir con mis responsabilidades.
Trabajé en casa hasta que tuve la edad suficiente para conseguir un empleo y esa capacitación marcó toda la diferencia para mí cuando comencé a abrirme camino en el mundo.
Mi madre sirvió en posiciones de liderazgo de la Iglesia tanto a nivel de estaca como de barrio. Ella me enseñó a amar las Escrituras y recurrir a ellas como al Señor en busca de respuestas.
Una y otra vez compartió su testimonio conmigo. Su ética de trabajo era extraordinaria. Sin embargo, los convenios que hizo con su Padre Celestial fueron la fuente de su fortaleza, y ella esperaba lo mismo de mí al igual que de mis hermanos y hermanas.
Un día, cuando había crecido lo suficiente como para meterme en problemas, tuvimos una conversación muy sincera. Mi madre me pidió que le prometiera que siempre obedecería la Palabra de Sabiduría.
Le prometí que lo haría y decidí que nunca la decepcionaría.
Esa promesa se quedó conmigo, la recordaba cada vez que surgían cosas que podrían haberme desviado del camino. Desde entonces, he intentado nunca desviarme de esa promesa, porque le di mi palabra a mi madre.
Cuando me llamaron para presidir la Misión Nueva York, Nueva York Norte, el presidente James E. Faust, que fue presidente de mi estaca durante mi infancia, nos invitó a la hermana Rasband y a mí a su oficina.
Ahí nos extendería el llamamiento y nos diría el lugar de nuestra asignación.
Cuando terminó la reunión, dijo:
“Ronnie, ¡llamemos a tu madre, Verda, y cuéntale las buenas noticias!”
El presidente Faust había servido como presidente de mi estaca en el tiempo que mi madre servía como presidenta de la Primaria de estaca.
Él sabía que la influencia de mamá me había ayudado a ser capaz y digno para mi servicio misional. Ella había seguido su sabio consejo:
“Ciertamente, no hay obra más importante en este mundo que preparar a nuestros hijos para que sean temerosos de Dios, felices, honorables y productivos”.
Como lo mencioné anteriormente, estoy aquí hoy gracias a una madre justa que me enseñó el camino hacia mi Padre Celestial.
Creo que por designio divino eso formó parte de su propósito en la vida terrenal.
Mi Padre Celestial me envió con Verda y Rulon Rasband, ambos divorciados y padres solteros durante muchos años antes de contraer un maravilloso segundo matrimonio.
Nací dentro del convenio que hicieron en el altar del templo. Debido a ese sagrado compromiso, estoy sellado a ellos por este tiempo y por toda la eternidad.
Nuestra conexión familiar continúa junto con los convenios que mi esposa y yo hicimos en el templo y nuestros hijos también.
*Portada: Imagen de Canva
Esta es una traducción del artículo que fue publicado originalmente en LDS Living bajo el título “Lessons learned when young Ronald A. Rasband shattered his mother’s handmade porcelain dolls”.