Cuando estaba en la escuela, me hacían bullying, especialmente un compañero.
Un mes después de que terminé la secundaria, oré a Dios y le pedí que tomara acciones con respecto a esas personas que me trataron mal.
Exactamente, una semana más tarde, leí en el periódico que ese compañero, el que más me hacía bullying, se ahogó.
Yo no le pedí a Dios que nadie muriera, pero sé que Dios responde nuestras oraciones y a veces contesta de formas inesperadas. ¿Lo que sucedió fue una respuesta del Padre Celestial a mi oración o solo fue una coincidencia?
Respuesta
Lamentamos que hayas tenido que pasar por esa dolorosa experiencia.
Esto sirve como un recordatorio para todos nosotros de que somos humanos y tenemos fallas que con el tiempo se convertirán en fortalezas.
Hace poco, estuve conversando con un amigo sobre este mismo tema y me contó una experiencia parecida a la tuya.
Le pedí permiso para compartir su historia tal como me la contó:
“Crecí en un barrio de clase media en México, donde era típico ver a los niños jugar en el patio, la cancha de fútbol, la cancha de baloncesto, la cancha de béisbol o simplemente en una cancha vacía durante el recreo.
Mientras observaba a estos niños jugar y reír, deseé unirme a la diversión.
Crecí sin tener muchos amigos, pero sabía que podía divertirme jugando como los otros niños del vecindario.
Un día, me armé de valor y le pedí a mi mamá que me dejara jugar con ellos, ella me dijo que sí. Yo estaba emocionado. Sabía que esta era mi oportunidad para hacer amigos, jugar y reír como ellos.
Cuando me acerqué a los niños que estaban jugando fútbol, me quedé a un lado de la cancha y los observé con un verdadero deseo de unirme al juego, pero no dije nada.
Entonces, un niño se acercó y me preguntó si quería jugar, me sorprendí mucho.
En ese momento, el líder del grupo tuvo una idea diferente. Quería ridiculizarme y burlarse de mí delante de todos sus amigos.
Con frecuencia, me sentía impotente y enojado, pero sabía que no podía hacer nada porque no tenía un cinturón negro en karate como él.
Después de eso, si quería ser parte del grupo, tenía que ser humillado y sufrir de bullying hasta el punto de casi llorar. Pero, nunca lloré delante de ellos porque era una señal de debilidad.
Alguna vez deseé que el líder del grupo muriera. A menudo, pensaba: ‘Cuando sea grande aprenderé karate y le patearé el trasero’.
Pasaron los años y mi familia y yo nos mudamos a otro país.
Tres años después, mi madre regresó de visita a nuestro antiguo vecindario y escuchó que el chico que me había hecho bullying durante tanto tiempo, había fallecido de una sobredosis.
Cuando mi mamá regresó a casa, me contó lo que le había pasado a ese chico e inmediatamente sentí una abrumadora sensación de culpa y tristeza.
Me disculpé y me fui a mi habitación, me arrodillé y oré por su alma, por su familia y por perdón.
Sabía que había pecado al desear su muerte y ahora sentía el dolor de ese pensamiento. Poco después de terminar mi oración, sentí paz en mi corazón y una sensación de haber sido perdonado.
Hasta el día de hoy, sigo orando por ese joven y su familia. Además, me esfuerzo por ser amable con los demás y defender a los que sufren de bullying.
No siempre es fácil ‘poner la otra mejilla’”.
Jesús enseñó que el reino de Dios está lleno de personas mansas y humildes de corazón.
Desearle la muerte a alguien o algún tipo de daño debido a sus lamentables actos es comprensible, pero que también podemos mejorar.
Tener el conocimiento de un plan más grande y cómo estamos experimentando la vida aquí en la Tierra como parte de ese plan, nos otorga el poder para hacer el bien, perdonar y servir.
Sí, Dios ciertamente responde nuestras oraciones, Él nos escucha y, de hecho, Él es consciente de nuestra existencia.
La muerte de una persona no es necesariamente una respuesta a nuestras oraciones, pero puede ser el resultado de sus acciones y decisiones.
Que el viaje terrenal de una persona termine, no es el resultado de alguna oración. No existen las coincidencias, sino el tiempo perfecto de Dios.
Fuente: Ask Gramps