En 1969 viajé a México con tres socios comerciales. Los tres eran importantes hombres de negocios y cada uno tenía una considerable fortuna. De hecho, se informó que uno era una de las personas más ricas de todo el mundo. Los cuatro nos sentamos juntos en el lujoso compartimiento de un jet privado: un multimillonario, dos millonarios y yo.
Mientras viajábamos a México, estos tres ejecutivos adinerados discutían acuerdos comerciales multimillonarios como otras personas hablarían del juego de béisbol de la noche anterior o las últimas películas que vieron. Para ser sincero, me sentí intimidado. Especialmente, cuando el multimillonario giró hacia mí y me preguntó: “Entonces, cuéntame, Ballard, ¿qué es exactamente lo que haces?”
“Después de escucharlos a los tres,” dije, “supongo que no hago mucho.”
Se rieron ante mi comentario. Pero, ninguno parecía estar en desacuerdo con mi evaluación de la situación.
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Sin embargo, a medida que nuestra conversación continuaba, se hizo evidente que, a pesar de que estos eran hombres de buena voluntad que hicieron muchas cosas buenas en el mundo con su riqueza, lo más importante en la vida para el multimillonario era acumular más y más dinero, lo cual parecía ser la fuente de su poder y prestigio.
Parecía ser que la riqueza era lo que le hacía sentir felicidad y orgullo. Por lo que podría decir, era su pasión, su obsesión, su razón de ser. Mientras hablaba sobre su imperio financiero internacional y su impresionante variedad de posesiones mundanas, sentí que debajo de esa colección de materialismo había un fundamento de infelicidad que procedía de la privación espiritual.
El multimillonario no hablaba alegremente de su familia o amigos. Parecía no conocer mucho de la verdadera paz o felicidad. El Evangelio de Jesucristo no era parte de su vida. En un momento de reflexión, me dijo, “No estoy seguro de que exista vida después de que uno muera. Pero, si la hay, me pregunto si algo de esto importará mucho.”
Obviamente, ninguna de las dos opciones – ni la muerte como el final de la existencia ni la vida más allá de la tumba sin acumulaciones mundanas – lo consolaban mucho.
La felicidad es la riqueza más grande
Cuando regresé a casa un par de días después, mi esposa, Bárbara, se reunió conmigo en el aeropuerto y regresamos a nuestro cómodo hogar en Salt Lake City. Cuando me preguntó cuánto había disfrutado mi experiencia en la más rápida de todas las vías financieras rápidas, solo pude suspirar y responder:
“Cariño, puede que no tengamos mucho dinero u otras cosas que algunas personas creen que son importantes. Pero, tengo la sensación de que de esos cuatro hombres en ese avión, yo era el más feliz y, de cierto modo, el más rico. Tengo bendiciones que el dinero simplemente no puede comprar. Y, tengo la satisfacción de saber que las cosas que son más importantes para mí: tú, nuestra familia y mi amor por Dios, pueden perdurar por siempre.”
No pude evitar pensar en las palabras que el Salvador les dijo a sus discípulos:
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Mateo 6: 19-21)
Encontrar paz en un mundo lleno de problemas
El tesoro del que estamos hablando es un sentimiento de consuelo, paz y seguridad eterna.
Debido a que sé que soy parte de un plan sagrado diseñado por un Padre Celestial que ama a todos Sus hijos por igual y desea que todos ellos alcancen el éxito eterno, no siento la presión de competir con nadie por el reconocimiento y los logros mundanos.
Por favor, no lo malentiendan: Hay muchas mujeres buenas y muchos hombres buenos en la Iglesia de considerables medios que conocen y viven el plan eterno del Padre Celestial. Sus contribuciones al reino de Dios, tanto espiritual como financieramente, han sido significativas.
Todos deseamos satisfacer las necesidades de vida de nuestras familias y hacer lo mejor que podamos con los talentos que Dios nos dio. Pero, cuando se considera desde la perspectiva única de la eternidad, la fama y la popularidad no son tan importantes como amar y ser amado; la condición económica no tiene mucha importancia cuando se compara con el servicio; y, adquirir conocimiento espiritual es infinitamente más significativo que adquirir un exceso de riqueza.
Esa es la perspectiva y la tranquilidad espiritual y emocional que se encuentran entre los frutos positivos de conocer, conocer realmente y vivir el Evangelio de Jesucristo. Aclara la relación entre las personas y su Dios, y brinda significado y propósito a la vida de cada persona.
Más allá de ser solo otra manera de adorar, es una forma de vida. Guía cada decisión y enfatiza cada relación, incluso la relación con uno mismo. Verás, nunca podrás mirarte a ti mismo de la misma manera si sabes que eres un hijo de Dios y que Él te conoce, te ama y se preocupa por ti. Además, nunca podrás mirar a los demás sin sentir amor si sabes que son tus hermanos eternos que, como tú, están aquí en la tierra intentando aprender y crecer a través de las experiencias mortales, tanto buenas como malas.
En un mundo en el que abunda la incertidumbre y la frustración, dicho entendimiento brinda tranquilidad, que es un fruto delicioso del Evangelio.
¡Qué comodidad y seguridad proceden de saber que tenemos un propósito de ser!
¡Qué bendición tener un ancla solido de valores específicos mediante los cuales vivir!
¡Qué emocionante es comprender nuestro máximo potencial divino!
¡Qué reconfortante es darse cuenta de que existe una fuente de poder mucho mayor que la nuestra, a la que se puede acceder a través de la fe y la oración personal y por medio del ejercicio justo de la autoridad del sacerdocio de Dios!
Y, ¡Qué motivador es saber que existe una fuente de fortaleza que puede ayudarnos a enfrentar las pruebas diarias y encontrar la paz en un mundo de problemas y confusión!
Este artículo presenta el extracto del libro “Our Search of Happiness” del Presidente M. Russell Ballard, fue publicado originalmente en ldsliving.com con el título “What President Ballard’s Conversation with a Billionaire and 2 Millionaires Taught Him About Happiness.”