Vi una publicación en Facebook en la que una mujer y su esposo explicaban por qué estaban dejando la Iglesia. Claramente, esa fue una decisión difícil para ella.
Sin embargo, mientras leía la publicación, algunas preguntas se repetían. ¿Estamos hablando del mismo evangelio?
¿Leemos las mismas escrituras? ¿buscamos entender al mismo Señor? ¿escuchamos a los mismos líderes? ¿sentimos la misma bondad divina? ¿la misma fuerza cuando somos débiles? y ¿el mismo consuelo cuando estamos afligidos?
Lo pregunto porque lo que ella describió como la Iglesia y la doctrina que tuvo que dejar me parece simplemente un malentendido de algunos principios fundamentales.
Es como si tuviera que cargar con la culpa y la vergüenza. Como si tuviera que cargar toda la dolorosa experiencia de la vida terrenal sobre sus propios hombros en lugar de volverse hacia los brazos del Salvador en busca de alivio.
Nuestro verdadero refugio seguro
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Ella escribió que el viaje de su vida le había presentado desafíos difíciles. Descubrió no solo que la Iglesia no respondía a sus preguntas, sino que era la causa de los mayores desafíos de su familia.
Ella dijo:
“Llegamos a ver que vivimos toda nuestra vida con la culpa y la vergüenza causadas por el lente de la doctrina, a través del cual nos considerábamos menos que el polvo de la Tierra.
Dejar la Iglesia significa que nos consideramos inherentemente valiosos y buenos.
Significa ver los errores como etapas esenciales del aprendizaje. Significa autenticidad total con nosotros mismos y con los demás, significa vivir sin miedo”.
Para ella, alejarse era la forma de derribar los muros de la vergüenza y el temor.
Lo que menciono aquí es lo que muchos de nosotros sentimos.
“El Señor pide mucho y yo nunca estoy a la altura, así que vivo en la vergüenza. La vida me ha lastimado, por eso vivo con dolor. El Señor desprecia mis vulnerabilidades.
Tengo que llevar mis errores conmigo en lugar de entregárselos al Señor. Él no me aceptará por lo que soy. No me valora. Mis esfuerzos son demasiado pequeños para que Dios los aprecie. Estoy exhausta”.
Este tipo de agotamiento, común a la vida terrenal, no es una señal de que debamos huir de la Iglesia o del Señor, que es nuestro refugio seguro.
De hecho, es una invitación a volver a ver el pensamiento imperfecto que alimenta nuestra mentalidad basada en la vergüenza en un mundo herido.
Las mentiras del adversario
Si hay pensamientos retorcidos y mentiras que el adversario quiere que tengamos, se trata de la naturaleza de Dios.
Muchos describen a Dios como alguien a quien le gusta ver a la gente cometer errores. O, que es imposible agradarle, que le encanta vernos atrapados en nuestra debilidad.
¿Quién no querría huir de un Dios así?
Sin embargo, este no es el caso. José nos presentó a un Dios que quería mostrarse, hablar con Sus hijos. Un Dios que conoce nuestros nombres y cuya naturaleza misma está diseñada para traernos de regreso a Su presencia.
El padre de las mentiras
Veamos el ejemplo de Moisés.
Cuando es llevado a la gloria de Dios, Moisés recibe una visión magnífica, donde se le muestra “el mundo y sus confines” y donde “se maravilló y asombró grandemente”.
Entonces, ¿quién lo llamó sino Satanás, diciendo: “Moisés, hijo de hombre, adórame” Estaba fingiendo ser Dios, al igual que lo hace con nosotros.
No hay duda de que Satanás busca engañarnos. A Satanás le gusta disfrazarse de Dios. Le gusta actuar en nombre de Dios, finge que está cuidando de ti.
“Abandona el evangelio. Te sentirás mucho mejor” o “Confía en mí”, dice mientras trata de persuadirnos.
Sin embargo, cuando venga Satanás, debemos estar preparados. Al igual que Moisés, podremos resistir con firmeza inquebrantable.
Moisés sabía quién era.
“Porque, he aquí, yo soy un hijo de Dios, a semejanza de su Unigénito. ¿Y dónde está tu gloria, para que te adore?”
Moisés conocía su identidad divina porque vio a Dios.
Tú eres mi Hijo
Esta es una poderosa proclamación que aprendió directamente de la boca de Dios. Cuando Moisés estaba en una “montaña muy alta”, Dios se presentó lo más claramente posible:
“He aquí, soy el Señor Dios Omnipotente, y Sin Fin es mi nombre; porque soy sin principio de días ni fin de años; ¿y no es esto sin fin?”
Esta es una introducción impresionante que abarca fuerza, poder, gloria sin fin, y luego el Señor hizo un anuncio aún más conmovedor:
“Y he aquí, tú eres mi hijo”.
Moisés entendió su herencia como un hijo, porque un hijo o una hija pueden crecer para alcanzar los atributos de su Padre.
Se parecía mucho más al Señor de lo que podía entender. Aunque no sintió “nada” después de su gran visión, esto no es algo negativo y autocrítico, sino una sensación de humildad frente a todo lo que vio.
La humildad no debe confundirse con vergüenza, ya que la primera puede ayudar a exaltarnos, mientras que la segunda nos corrompe.
Porque Él nos ama
Ahora el mundo sugiere que la única alternativa a la culpa y la vergüenza es aceptarse a sí mismo como es y buscar ser auténtico.
“Domina tus emociones. Apóyate en eso. Estas son las enseñanzas actuales y modernas de nuestro tiempo. Es una construcción humana. Todo lo que siento es real. Ese es mi punto de vista. Confío en eso”.
Como dijo el escritor:
“Creíamos que las emociones ‘profanas’ como el orgullo, la ira, la irreverencia, el egoísmo y la duda eran pecados que requerían arrepentimiento y, por lo tanto, debían ser suprimidos”.
Esto implica que debemos reconocer nuestro derecho a las emociones negativas, incluso a las dolorosas, y expresarlas.
Es importante aceptarse a sí mismo y el Señor va más allá. Nos pide que nos amemos a nosotros mismos ahora, donde estamos, como somos porque nos ama.
Sin embargo, su amor exige que nos muestre más. Son nuestras debilidades las que nos lastiman y detienen nuestro crecimiento.
Dios sabe que lo que más nos hará daño es detenernos donde estamos, atrapados por nuestras debilidades, visión limitada y deficiencias, mientras nuestro lado divino anhela la libertad.
La autenticidad dice que todos tenemos nuestra propia forma de ser humanos y somos los arquitectos de nuestras propias vidas.
Sé fiel a ti mismo, dice el mundo. Esto también es bueno hasta cierto punto, pero también tiene limitaciones.
Dios nos pide que seamos fieles a algo más elevado que nuestra pequeña y limitada perspectiva. Sé fiel a Dios. Sé fiel a la luz que emana de Él para sentir y comprender la inmensidad del espacio.
Fuimos llamados a algo mejor y más grande que nuestras propias ideas, que se basan en la miopía y la limitación, y las tendencias del mundo.
La expiación como solución
No somos suficientes donde estamos. Nadie lo es. No entendemos todas las cosas y no podemos entender por qué somos mortales y solo estamos aprendiendo.
No digo esto para que nos sintamos indignos, avergonzados o culpables. Esta brecha entre lo que queremos ser y lo que somos ahora no tiene por qué llenarse de culpa o vergüenza.
A medida que llegas a conocer al Señor, comienzas a ver que esta brecha se llena de amor y paciencia.
En lugar de entristecernos continuamente por nuestras debilidades, podemos recordar que el Señor, a través de Su expiación, ya las ha pagado, con amor y pleno conocimiento de quiénes somos, cada tendencia, cada inclinación, cada sorprendente falibilidad.
Esto nos permite respirar y vivir sin vergüenza. No soy perfecto, pero soy amado.
No debemos vernos a nosotros mismos como una identidad fija, que tenemos que defender continuamente, ya que no hay potencial para nuestro crecimiento.
Somos almas en un viaje y todavía no podemos entender quiénes seremos en la eternidad.
Es una ilusión pensar que un día podríamos regresar a nuestro hogar celestial por nuestra propia excelencia.
Siempre supimos que regresaríamos por los méritos y la misericordia del Salvador. Todo lo que tenemos para ofrecer es nuestra buena voluntad.
Cuando se nos dice “sed, pues, perfectos”, no significa no tener defectos. Significa el final de un viaje que hemos hecho a través de la expiación de Jesucristo, con Él como nuestro guía.
Las palabras “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28) no se refiere a algún tiempo en el futuro, sino al aquí y ahora. Para aquellos que buscan consuelo, este es el verdadero alivio.
Fuente: Meridian Magazine
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