La misión es una experiencia que te cambia para siempre. Entre enseñanzas espirituales, amistades eternas y momentos difíciles que nos hacen crecer, siempre queda algo que llevamos de regreso a casa.
Durante este tiempo de servicio, otras aprender estas ocho cosas y que den por seguro vas a recordar y te acompañarán toda la vida.
1. Los compañeros se vuelven familia

Compartir cada día con alguien, en lo bueno y en lo difícil, crea lazos que duran para siempre. Los compañeros no solo son parte de la misión, son amigos para toda la vida. Vale la pena mantener el contacto porque esas experiencias no se repiten en ningún otro lugar.
2. Las fotos son tesoros
Un día volvemos a casa y nos damos cuenta de lo rápido que pasó todo. Las fotos se convierten en recuerdos que nos hacen revivir cada experiencia, cada risa, cada milagro. No tengamos miedo de documentar la misión, un día serán un tesoro.
3. El poder de escribir un diario
Con el tiempo, los días y las semanas se mezclan en la memoria. Pero un diario conserva lo que sentimos, lo que aprendimos y hasta lo que nos costó. Escribir nos ayuda a ver la mano del Señor en nuestro camino.
4. Mantener contacto con las personas que enseñamos

Para quienes conocimos en la misión, el Evangelio sigue siendo nuevo y muchas veces desafiante. Aunque ya no estemos en su ciudad, un mensaje o una llamada puede fortalecerles más de lo que imaginamos.
5. Hablar con todos
En la misión descubrimos que nunca sabemos quién está listo para escuchar. Ya sea en la calle, en un bus o en una tienda, cada persona necesita un poco de la luz de Cristo. Y aunque a veces se sienta incómodo, siempre vale la pena intentarlo.
6. Ser personales al compartir el Evangelio
Los demás se conectan más con nuestras experiencias reales que con un discurso perfecto. Cuando hablamos de lo que hemos vivido con Jesucristo, tocamos corazones de verdad.
7. Escribir a la familia y amigos

Los correos o mensajes semanales no solo son para informar, sino también para inspirar. Muchas veces, lo que compartimos desde la misión toca a alguien en casa y le fortalece en su fe.
8. Disfrutar cada momento
Dos años o dieciocho meses parecen mucho al inicio, pero pasan volando. La misión es única y no vuelve a repetirse. Aprovechar cada día, incluso los difíciles, es lo que hace que al final podamos mirar atrás con gratitud.
Al final, la misión nos deja recuerdos, amistades y enseñanzas que nos acompañan para siempre. Y sobre todo, nos recuerda que seguir a Cristo es la aventura más grande de nuestra vida.



