Si te acabas de bautizar en la Iglesia de Jesucristo, es posible que estés pensando en cómo será tu vida en el futuro, cuántas palabras diferentes se dicen en clase y cómo debes comportarte.
Pero, ¡calma!
Aprendemos y fortalecemos nuestro testimonio poco a poco. En este artículo, verás 3 cosas que debes saber si te encuentras en esta situación.
1. La conversión es continua
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Cuando me bauticé a los 15 años, recuerdo haber pensado:
“Ahora soy una persona nueva y quiero ser perfecta. Ya no cometeré errores y haré lo correcto”.
Obviamente, después, cometí errores varias veces, ya que somos humanos y los errores son parte de nuestra vida terrenal.
Ejercemos nuestro albedrío y elegimos ser bautizados. Le demostramos al Señor que estamos dispuestos a seguirlo y “nacer de nuevo”.
Sin embargo, “nacer de nuevo” requiere más que el bautismo, es un proceso continuo, como explicó el élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles:
“El nacer de nuevo espiritualmente [descrito en las Escrituras]… por lo general no ocurre de forma rápida ni todo a la vez, sino que es un proceso continuo, y no un acontecimiento único”.
Por lo tanto, el bautismo es la puerta que da acceso al proceso continuo de conversión verdadera y duradera. Un proceso que durará toda la vida.
Después del bautismo, tenemos derecho a la compañía constante del Espíritu Santo, siempre que recordemos al Salvador en todo lo que pensemos, hagamos y seamos.
Nos purificamos y recibimos guía según nuestra intención de seguir a Cristo.
Pero, ¿qué pasa si pecamos después de bautizarnos? ¿Todo está perdido?
En su infinita misericordia, nuestro Padre previó nuestras debilidades humanas. Podemos retomar el proceso de fe y esperanza en Cristo y arrepentimiento sincero.
Sin embargo, esta vez y las siguientes, la ordenanza del bautismo por regla general ya no es necesaria.
Por ello, el Señor creó la ordenanza de la Santa Cena.
Cada semana, esta ordenanza nos da la oportunidad de autoevaluarnos (Véase 1 Corintios 11:28) y depositar simbólicamente nuestros pecados en el altar del Señor mientras nos arrepentimos sinceramente, volvemos a buscar Su perdón y luego avanzamos hacia una vida nueva.
De esta manera, después del bautismo, comenzamos nuestro proceso continuo de conversión. Esto permite el crecimiento espiritual cuando recibimos las ordenanzas y guardamos los convenios que se ofrecen en las ordenanzas del sacerdocio y el templo.
2. El aprendizaje es eterno
Una vez que nos convertimos en miembros de la Iglesia, es posible que nos sintamos un poco perdidos con tanto que aprender y tantas palabras que nunca habíamos escuchado.
Con frecuencia, después de mi bautismo, no entendía lo que se decía en las clases de la Escuela Dominical, por ejemplo.
Había comenzado a leer el Libro de Mormón, pero aún no había terminado.
Fue entonces cuando mis líderes de las Mujeres Jóvenes me dijeron que existía Seminario y que era importante participar porque conocería más a los jóvenes de la Iglesia y aprendería más sobre las Escrituras.
Además de asistir a Seminario, comencé a ir a todas las actividades e involucrarme más con otros jóvenes.
De esta manera, fui aprendiendo sobre la historia de la Iglesia, fortaleciendo mi testimonio con la lectura diaria de las Escrituras.
Me di cuenta de que gradualmente esas palabras que me eran ajenas se convirtieron en algo común en mi vida.
Hasta el día de hoy, 16 años después de mi bautismo, sigo leyendo las Escrituras, sigo aprendiendo y observando cosas que antes no notaba.
La Iglesia ofrece una variedad de programas y cursos para el aprendizaje del Evangelio y el aprendizaje secular, además de las clases dominicales.
El Seminario, para jóvenes, el Instituto de religión, a partir de los 18 años, cursos de Autosuficiencia, entre otros.
Aprovecha las oportunidades de aprendizaje que se presentan en tu barrio, rama o estaca.
Estas oportunidades te permitirán conocer a otras personas, estudiar más el Evangelio y acercarte más al Salvador.
Gordon B. Hinckley enseñó:
“Esperamos que todos aquellos que tengan estos programas a su disposición los aprovechen. Verán que aumenta su conocimiento del Evangelio, se fortalece su fe y disfrutarán de hermosas amistades con compañeros de la misma creencia” (Véase de Gordon B. Hinckley, “Misiones, templos y responsabilidades”, Liahona, enero de 1996, pág. 65).
3. Necesitamos estar dispuestos a servir
¿Has notado que los miembros sirven en la Iglesia, en varios llamamientos y de forma voluntaria? Cuando nos bautizamos, le hicimos promesas al Señor, especialmente para ayudar a los demás en sus necesidades, como leemos en Mosíah 18: 8-9:
“Y aconteció que les dijo: He aquí las aguas de Mormón (porque así se llamaban); y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras;
Sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuvieseis, aun hasta la muerte, para que seáis redimidos por Dios, y seáis contados con los de la primera resurrección, para que tengáis vida eterna”.
Por lo general, en algún momento poco después del bautismo, se invitará a los miembros nuevos a desempeñar un papel más importante en su barrio o rama.
Esto con el fin de que podamos servirnos unos a otros, a través de un llamamiento de la Iglesia, o incluso antes de tener un llamamiento oficial, y participar en proyectos de servicio voluntario.
Todo el trabajo que hacemos por quienes nos rodean nos fortalece, nos bendice y nos acerca más al Padre Celestial, porque esta es Su obra y no estaremos solos.
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Fuente: Mais Fe