Hace poco leí que una celebridad entrevistada compartió que se sentía más hermosa cuando estaba con su familia. Mientras apreciaba el sentimiento, una sensación de culpa se deslizó sobre mí sabiendo que yo no sentía lo mismo.
No me mal interpreten, me siento más valiosa y satisfecha cuando estoy sirviendo a mi familia, pero cuando se trata de sentirse hermosa, soy un poco más superficial.
Verán, me he pasado la vida persiguiendo la belleza.
Con una licencia en cosmetología y un título en moda, cuando se trata de apariencia no he dejado piedra brillante sin mover. No recuerdo una época en la que no estuviera experimentando con el maquillaje o coordinando trajes para otros o para mí misma.
No me avergüenzo de mi amor por hacer que las cosas y la gente se vean y se sientan hermosas. Cuando he tenido una noche sin dormir, un lápiz labial brillante la mañana siguiente me ayuda a fingir estar despierta y sentirme un poco mejor.
Hay un poder detrás de la elección de la forma en que me presento al mundo y creo que es parte de mi naturaleza divina como mujer desear la feminidad y hasta la belleza.
¿Por qué entonces me siento vacía después de darme el gusto de leer revistas de moda?
La respuesta está en equilibrar los dos. Siempre me ha encantado el mensaje que la madre de la hermana Susan W. Tanner le dio: “Debes hacer todo lo que puedas para que tu apariencia sea agradable, pero en el momento en que salgas por la puerta, olvídate de ti misma y comienza a concentrarte en los demás”.
Cuando me tomo el tiempo para presentar mi mejor yo al mundo, me veo lo mejor posible. Cuando hago el trabajo de Dios, siento lo mejor que puedo. Una combinación de los dos produce una incomparable, equilibrada belleza.
Este artículo fue escrito por Tiffany Cook en MormonHub y traducido al español por mormonsud.org