Cenicienta.
La bella y la Bestia.
Tarzán y Jane.
La Bella Durmiente.
Estas películas animadas fueron mis favoritas mientras crecía.
A través de ellas, aprendí el concepto del “príncipe azul” y el “caballero con armadura brillante”.
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Incluso, a una edad muy temprana, sabía que también deseaba mi historia de “érase una vez” y “vivieron felices por siempre”.
Me probaba los vestidos de mi madre y bailaba mientras imaginaba que alguien se enamoraba de mí.
No pasó mucho tiempo hasta que conocí a alguien que estaría muy cerca de mi corazón durante dieciocho años.
Nuestra relación fue la típica historia de amigos que finalmente se enamoraron.
Nos vimos crecer y cambiar a lo largo de los años. Nos dábamos ánimos el uno al otro. Estuvimos juntos en cada momento importante y cada desafío de la vida adolescente, estudiantil y profesional.
Era ese tipo de amor en el que no importa qué tan lejos estén las dos personas. O, cuánto tiempo pase desde la última vez que se vieron, simplemente saben que pertenecen el uno al otro.
Debido a lo demandante de nuestras carreras, no podíamos mantenernos en contacto con tanta frecuencia como deseábamos.
Nos llamábamos e intercambiábamos correos electrónicos de vez en cuando. No obstante, nuestro enfoque era lograr nuestras metas profesionales.
En mi corazón, sabía que cuando nos volviéramos a ver, podríamos continuar con nuestra relación desde donde nos quedamos.
Después de todo, era una amistad, una conexión y un amor que se había fortalecido durante dieciocho años.
Finalmente, él logró viajar para verme un verano. Pensé que era el momento perfecto para hablar sobre el punto de nuestra relación. Dedicamos muchos años a construir nuestras carreras, así que era hora de darnos tiempo para estar juntos.
“Me casé… hace más de un año”.
Pellizqué mi mano debajo de la mesa para asegurarme de que no estaba soñando. Para mi horror, no fue un sueño.
Contuve mis lágrimas, casi me atraganté. Realmente, nunca supe cómo era la angustia hasta entonces. Todos mis sueños y esperanzas de un “felices por siempre” se hicieron añicos.
Los días siguientes estuvieron llenos de preguntas, tristeza, dudas, enojo, arrepentimiento, decepción, autocompasión y otras innumerables emociones que hacían añicos mi corazón.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses.
Seguir adelante parecía imposible. Sentí que ese amor de la juventud, que creció durante tanto tiempo, era imposible de reemplazar o replicar.
Sin embargo, recordé un mensaje de Spencer W. Kimball sobre el matrimonio, dijo:
“…casi todo buen hombre y toda buena mujer podrían tener felicidad y éxito en el matrimonio si ambos estuvieran dispuestos a pagar el precio”. – Spencer W. Kimball
Sabía que era el Señor quien me hacía recordar que mi deseo de formar una familia propia no tenía por qué terminar por esta decepción.
Sí, fue doloroso, pero el Señor conocía mi dolor y sabía cómo consolarme a través de amigos y familiares. Las personas que más amo escucharon mis interminables razones, intentaron darle sentido a mi realidad y me animaron a continuar.
Dios aumentó mi comprensión de los principios del perdón, la caridad y la oración mientras buscaba respuestas sobre cómo podía seguir adelante.
Él me brindó oportunidades para perderme en el servicio a los demás.
Al derramar mi corazón en oración a Él todos los días, encontré fortaleza al saber que Él conocía la bendición que más deseaba: formar una familia justa con un hombre digno.
Conocí a ese hombre muchos meses después y me casé con él un año después.
En el breve período de nuestro noviazgo, me mostró un amor que es “paciente, bondadoso, no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad. Un amor que se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Una vez le pregunté al Señor por qué me permitió sufrir tanto cuando había sido fiel toda mi vida. Hice todo lo posible para vivir a la altura de mi potencial.
Sin embargo, a medida que conocí a mi esposo durante nuestro noviazgo, me di cuenta de que la respuesta a mi pregunta era porque el Señor quería que encontrara un amor como el Suyo: siempre considerado, abnegado, indulgente y misericordioso.
No creo que mi esposo y yo estuviéramos destinados a estar juntos. Sin embargo, sé que tampoco nos encontramos por casualidad.
Aunque nuestras decisiones personales jugaron un papel importante en todo esto, sé que el Señor estuvo en los detalles de nuestra historia de amor a través de una serie de revelaciones personales, el apoyo de familiares y amigos, y los sucesos aparentemente imposibles que, sin duda, sólo fueron posibles gracias a Él.
Llevamos siete meses casados. Algunos pueden pensar que ha pasado poco tiempo como para terminar esta historia con “vivieron felices por siempre”.
Sin embargo, ambos nos esforzamos cada día para ser dignos de la promesa del Señor de que “todo lo [que se ate] en la Tierra sea atado en los cielos”.
Cuando te rompen el corazón, el Señor comprende perfectamente tu dolor, pero también puede ayudarte a superarlo, hora tras hora y día tras día.
A medida que avanzamos con fe, haciendo todo lo posible para mantener al Señor en nuestras vidas, sirviendo a los demás, viviendo con rectitud y buscando Su ayuda, Él abrirá puertas que ni siquiera sabíamos que estaban allí.
Él puede ayudarnos a sanar y guiarnos hacia un “felices por siempre” que ni siquiera podemos ver todavía.
Sobre todo, recuerda que Él te ama, ve el fin desde el principio y, realmente, desea tu felicidad eterna.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Chona Galletes y fue publicado en faith.ph con el título “How I Found Love After A Heartbreak”.