Cómo debemos responder cuando el mundo pregunte, “¿No quieres ir también?”
Desde que era pequeño, siempre me encantó el Nuevo Testamento. Me encanta leer sobre el Salvador enseñando a Sus discípulos principios eternos que cambiaron sus vidas para siempre.
Asimismo, me parece fascinante cómo esos mismos principios han cambiado mi vida personal de muchas maneras. Una y otra vez, he visto que cuando aplicamos las enseñanzas del Maestro, nuestras propias decisiones, incluso las pequeñas, a menudo llevan a grandes consecuencias.
Mi “pequeña” decisión
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Hace muchos años, como nuevo gerente, viajé a Sudamérica para asistir a un seminario importante de trabajo organizado por los funcionarios de más alto rango de la agencia gubernamental para la que trabajaba.
La primera noche al final de la conferencia, el jefe de la agencia anunció una actividad especial. Asegurándose de que todos apreciarían su propuesta, dijo con orgullo: “Para demostrarles lo mucho que los apreciamos, invitaremos a todos a una noche especial, visitaremos los bares de la ciudad, que es famosa por un cóctel especial. Todos probaremos las diferentes variaciones de ese trago y votaremos por el bar que prepare la mejor versión. Habrá un concurso y un ganador. No se preocupen, todo corre por mi cuenta, es un regalo especial para ustedes”.
Mientras todos aplaudían su plan, agregó una pregunta retórica: “¿Alguien no irá? ¡Dígalo ahora o nunca!”
Mientras todos aplaudían otra vez, pensé en lo vergonzoso que sería decir algo en frente de todas esas personas para contradecir la expectativa del jefe de que esta era una oferta increíble.
Sin embargo, en cuestión de segundos decidí qué hacer. Levanté mi mano, el único que lo hizo. Luego, de una manera intimidante, el jefe preguntó qué tenía que decir. ¡Nunca antes escuché tanto silencio en mi vida!
Dije: “Señor, le agradezco su generosa oferta, pero no me uniré a ustedes esta noche”.
Después de otro silencio, incluso más silencioso de lo que creí posible, preguntó, “¿por qué?” En ese momento, podría haber inventado algunas buenas excusas, que estaba enfermo o que tenía una llamada telefónica importante que hacer al otro lado del mundo o cualquier otra razón que me salvara de la evidente vergüenza. Pero, simplemente dije la verdad, que como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no bebo alcohol.
“Nos divertiremos sin ti”
Después de reflexionar por un momento, finalmente dijo: “Entonces, nos divertiremos sin ti” y les dijo a los otros: “Síganme. ¡Vamos a divertirnos! Dejémoslo solo”.
Todavía recuerdo el eco de sus risas mientras salían del salón de conferencias y me dejaron solo. Me di cuenta de que muchas veces, escoger al Señor, como enseñó el Presidente Thomas S. Monson (1927 – 2018), se trata de escoger “el difícil bien en lugar del fácil mal”, incluso al arriesgarse a quedarte solo.
Mientras me dirigía a mi habitación, recordé haber escuchado una voz clara en mi cabeza: “¿No quieres ir también?” Me sorprendió por un momento, pero de repente, las palabras de Simón Pedro al Salvador vinieron a mi mente. A esa misma pregunta, respondió, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6: 68).
Con sentimientos de nueva paz, me sentí como si estuviera rodeado de ángeles que me sostenían. Aunque estaba solo, no me sentía solo. Cuando escogí al Señor y defendí mis principios, me di cuenta de que cuando elegimos al Señor, podemos quedarnos solos en el mundo, pero el Salvador nunca nos abandonará.
Pequeñas pero grandes
Las decisiones que tomamos todos los días pueden parecer pequeñas, pero siempre tienen implicaciones reales y consecuencias grandes, para bien o para mal.
De hecho, unos años después de ese día memorable, el mismo jefe visitó nuestra oficina en Roma. Seguía siendo el mismo hombre, lleno de poder y autoridad. Una vez más, a todos nosotros nos pareció intimidante.
Esta vez, después de todas las reuniones, se me acercó de una manera diferente. Sorprendentemente, fue amable. Me dijo que todavía recordaba el día en que defendí mis creencias. Luego, para mi sorpresa, me preguntó si aceptaría convertirme en el gerente de la agencia para toda Europa, que era una gran oportunidad para mi carrera.
Mientras intentaba convencerme de que el nuevo trabajo sería atractivo en cuanto al salario, viajes y beneficios, lo que realmente marcó la diferencia fue cuando dijo: “No solo buscamos personas con buenas habilidades. Necesitamos personas con integridad, que defiendan sus principios. Necesitamos personas como usted”.
Me sorprendió escuchar esas palabras, al ver que mi pequeña decisión de defender mis creencias años antes, con el tiempo, tuvo un impacto tan grande en él. Finalmente, mi pequeña decisión resultó ser una gran bendición para mí, tanto temporal como espiritualmente. Irónicamente, como parte de mi nueva asignación, también me convertí en el supervisor de la mayoría de los gerentes que se rieron de mí años atrás.
La decisión correcta
El Presidente Monson dijo, “Al contemplar las decisiones que tomamos en nuestra vida cada día —elegir entre una cosa o la otra—, si escogemos a Cristo, habremos tomado la decisión correcta”.
El apóstol Pablo también enseñó que elegir al Señor siempre es la mejor decisión, a pesar de lo difícil que pueda ser esa decisión: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán juntamente para su bien” (Romanos 8: 28).
Las decisiones que tomemos cada día determinarán en qué nos convertiremos. Si elegimos al Señor, como dijo el Presidente Monson, “habremos tomado una decisión correcta” porque, como señaló Pablo, “sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán juntamente para su bien”.
Muchas veces dudamos en tomar decisiones correctas porque intentamos complacer al Señor sin ofender a Satanás. Pero, no podemos agradar a Dios sin molestar a Satanás. Simplemente no podemos servir a dos maestros. Nuestra decisión final siempre será si debemos vivir los dos primeros grandes mandamientos en el orden apropiado: Servir primero a Dios y, luego, a nuestro prójimo, o poner el segundo mandamiento antes que el primero al intentar complacer a los demás antes que agradar a Dios (véase Mateo 22: 37 – 39).
Ser testigos
El convenio más universal que hacemos cuando nos bautizamos es “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en [que] estemos” (Mosíah 18:9). Ese convenio es una decisión que tomamos una vez y para siempre, a fin de defender nuestras creencias como testigos de Dios en todo momento de nuestra vida. La bendición prometida es que tendremos el Espíritu de manera más abundante sobre nosotros (véase Mosíah 18: 10).
El mundo, nuestros colegas y las personas que no comparten nuestros mismos valores siempre ejercerán cierta presión sobre nosotros, presión que viene cuando nos esforzamos para vivir una ley celestial en un mundo telestial. De hecho, vivir con rectitud en un mundo inicuo no es una tarea sencilla. A veces, puede parecer un gran desafío. A veces, puede parecer un conflicto diario.
Pero, tenemos la promesa de que recibiremos al Espíritu de manera más abundante cuando seamos verdaderos testigos de Dios. Cuando oremos al Padre Celestial, Él nos bendecirá con el poder del Espíritu Santo, proporcionándonos esa ayuda adicional que necesitamos. La gracia divina llenará la brecha espiritual inevitable que todos experimentaremos como seres imperfectos que intentan alcanzar un terreno más elevado y santo.
Consecuencias eternas
Las decisiones que pueden parecer pequeñas en el momento, pueden tener consecuencias eternas. Pero, debido a que hicimos un convenio, tenemos una promesa. Cuando elegimos al Señor – cuando somos testigos en todo momento, en todas las cosas y en todo lugar – todas las cosas obrarán conjuntamente para el bien de los que aman a Dios. A medida que elegimos al Señor, aunque podamos quedarnos solos a veces, los ángeles estarán a nuestro alrededor, sosteniéndonos y ya no nos sentiremos solos (véase Doctrina y Convenios 84: 88).
Testifico solemnemente que en esos momentos sagrados de decisiones pequeñas, pero de consecuencias grandes, solo a través del Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo, encontraremos paz y descanso. Muchas veces, nos preguntarán si iremos con el mundo o defenderemos nuestros principios. Cómo responderemos cuando nos pregunten: “¿no quieres ir también?” ¿Iremos con el mundo o nos quedaremos con el Señor? ¿Nos quedaremos en silencio y actuaremos, o defenderemos nuestras creencias y actuaremos?
Siempre podemos elegir al Señor y responder de inmediato: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Luego, disfrutaremos de las bendiciones de nuestras decisiones justas, temporal y espiritualmente, en esta vida y por la eternidad.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por el Élder Massimo De Feo para la Iglesia y fue publicado en ldsliving.com con el título “What Happened After a General Authority Refused to Go Barhopping with His Boss in Front of His Coworkers”.