Dios Permite Sufrimiento
El siguiente artículo fue escrito por William J. Monaham para lsdmag.com y traducido por Wendy Vianey Almazan Cano.
Del dolor del divorcio y la muerte, a las complicaciones financieras o la pérdida de la salud, tal vez te has preguntado: Si Dios en realidad me ama, ¿por qué estoy sufriendo?¿Por qué un Dios amoroso permite el sufrimiento? Para muchos, la injusticia inherente de la guerra, enfermedad y desastres naturales parece ir en contra de la imagen del Nuevo Testamento de un Dios amoroso y misericordioso.
Conozcan a Kevin. Kevin fue un devoto padre de pequeños niños, un amoroso esposo y un dedicado oficial de policía de la ciudad de Phoenix. Él creía en Dios y vivía su fe. Jovial por naturaleza y siempre dispuesto a ayudar a otros, Kevin murió trágicamente alrededor de los 30 años; electrocutado mientras ayudaba a un amigo a reparar el calentador de agua. Él dejó a una esposa en duelo e hijos afligidos. Me dije a mi mismo, “esto no tiene sentido. ¿Dónde está el propósito?” En el funeral de Kevin donde cientos se reunieron a honrar su memoria, un sabio obispo ofreció consuelo a los dolientes diciendo: “Nadie está exento de dolor individual, pero nadie está excluido del alivio del sufrimiento mediante la gracia del sacrificio expiatorio de Cristo y de Su amor universal”.
Algunos podrían argumentar que el amor no tiene nada que ver con el sufrimiento: que el destino les jugó una mala pasada, y Dios no es parte de la ecuación. Otros culpan a Dios cuando el sufrimiento emigra de lugares distantes hasta las puertas de su hogar.
Cuando entendemos el plan de felicidad de Dios sabemos que la felicidad definitiva nos espera a aquellos que vienen a Cristo y guardan los mandamientos de Dios. Este plan de felicidad honra la elección, al albedrío, como un precioso obsequio. Sin elección nadie se sometería voluntariamente a la voluntad de Dios o escogería lo correcto (ver 2 Nefi 2:13). Tan preciado es el don de elegir que interferir con él es frustrar el plan de felicidad de Dios, incluso cuando la gente elige dañarse a sí mismo ó a otros. De hecho, sin probar nuestra propia parte de tristeza no podríamos conocer la verdadera felicidad. Por su propia naturaleza, la adversidad nos permite escoger la niebla de la culpa o la vista pura de la gratitud.
Tal vez no sabemos en realidad la profundidad del sufrimiento del doliente, pero Cristo lo sabe. Él ha sufrido por todos nosotros. En el Libro de Mormón, otro testamento de Jesucristo, el profeta Alma enseñó, “ Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto es para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo”. (Alma 7:11) En el ejemplo de la prematura muerte de Kevin, su familia no culpó a Dios. Su amor a Dios y su fe en la Expiación de Cristo no sólo sanó su pena, sino que trajo esperanza de un alegre reencuentro algún día.
El Élder M. Russell Ballard del Quórum de los Doce Apóstoles dijo, “Uno no puede mirar el sufrimiento, independientemente de sus causas u orígenes, sin sentir pena o compasión. Puedo entender por qué alguien que carece de una perspectiva eterna podría ver las horribles imágenes en las noticias de niños hambrientos y la inhumanidad del hombre y sacudir el puño al cielo y llorar, “Si hay un Dios ¿Cómo podría permitir que tales cosas sucedan?” ( M. Russell Ballard, “Respuestas a las preguntas de la vida,” Ensign, mayo, 1995.) Élder Ballard además explica que la naturaleza debe seguir su curso ya que estamos sujetos a los elementos; ambos buenos y malos.
Cuando las puertas de la pena cierran nuestras mentes, las puertas de los cielos pueden abrir nuestros corazones. El Presidente Howard W. Hunter explicó, “Nuestros desvíos y decepciones son el camino recto y estrecho hacia Él” (Howard W. Hunter, “La Apertura y Cierre de Puertas.” Ensign, nov. 1987.)
Para todos aquellos que llevan la carga del sufrimiento, consideren que el plan de felicidad de Dios no eximia a su Hijo Unigénito de sufrir este sacrificio universal de amor que nos permite soportar de manera individual nuestros dolores, con la esperanza de curación definitiva.
Una de las maneras más difíciles y aún efectiva de sanar nuestro propio sufrimiento es servir a otros; para llegar a aliviar a quienes, como nosotros, han sufrido las penas de la vida y necesitan de un amigo que escuche, empatizar, y amar lentamente a la manera de Cristo en un mundo tan desesperado por corazones caritativos. Este es el camino para consolar los corazones rotos y reparar los caminos destrozados, incluso nuestra desmoronada senda.
El Salvador dijo “ Venid a mí todos lo que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” ( Mateo 11:28). Podemos encontrar descanso, no culpando a Dios por nuestros problemas, sino en el amor de Dios el cual brinda esperanza y la fuerza para soportar las cargas y asumir los dolores del vecino y del vecindario.