El mismo día del devocional del presidente Nelson y la hermana Nelson, ocurrió algo inesperado en mi barrio.
Mientras nos encontrábamos en nuestro consejo de barrio de siempre, el élder Gong asomó su cabeza por la puerta. Luego, entró al aula ante el aliento entusiasta de nuestro obispo.
Todos estábamos sentados ahí, sin saber qué hacer con un apóstol en el mismo espacio. Sin embargo, el élder Gong, sí sabía cuál sería su primer movimiento.
Caminó por la habitación, estrechó la mano de todos y nos preguntó nuestros nombres.
Después de saludar a todos, el élder Gong se acercó a nuestro obispo.
Nuestro obispo le preguntó al élder Gong si deseaba compartir alguna enseñanza sobre cómo tener un consejo de barrio efectivo.
El élder Gong consideró la solicitud por un momento y, luego, nos preguntó si conocíamos la diferencia entre “consejo” como una recomendación y “consejo” como un comité.
El apóstol habló por unos momentos sobre la importancia de ver esta reunión dominical de rutina como un momento para escucharnos realmente unos a otros.
Hizo hincapié en permitir que todas las voces se escuchen mientras nos “asesoramos” juntos, en lugar de ver esta oportunidad como una reunión llamada “consejo”.
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Me encantó el pensamiento que compartió el élder Gong. Sin embargo, no pude evitar ver furtivamente a la hermana que estaba sentada cerca de mí.
Quería saber si ella estaba escuchando el amor en su voz, si estaba sintiendo su urgencia y compromiso con esta causa.
Este era su primer consejo en nuestro barrio. Quizás, su primera reunión de consejo de barrio.
Ella tenía 19 años y era nueva en nuestro barrio.
Como su presidenta de la Sociedad de Socorro, la había observado detenidamente. La había visto quedarse en silencio en la parte de atrás de la clase. Sabía que, con un poco de aliento, podría dejar atrás esa actitud vacilante y ser una gran bendición para el barrio.
Antes del consejo de barrio, la llamamos a servir en la Sociedad de Socorro.
Mientras nos encontrábamos en el consejo de barrio con el élder Gong, noté que ella comenzaba a sentarse un poco más erguida. La vi asentir y sonreír. Puede que no haya captado todo lo que dijo el élder Gong, pero vi un cambio en ella.
Cuando terminó la reunión y el élder Gong se había ido, esta hermana se volvió hacia mí y con más emoción de la que jamás había escuchado en su voz, dijo:
“De hecho, tengo algunas ideas para una actividad de la Sociedad de Socorro”.
Luego, añadió con más timidez:
“Y soy buena con los presupuestos”.
Me impresionaron sus palabras y le expresé lo mucho que me alegraban sus propuestas.
No puedo explicar qué fue lo que provocó un gran cambio en mi dulce amiga. Sin embargo, puedo decir que el élder Gong la ayudó a sentir lo importante que era, tanto como persona, así como miembro del consejo de barrio. Incluso, cuando hay personalidades más ruidosas en el aula.
Asimismo, el élder Gong ayudó a enfatizar cuánto deseamos oír su voz en nuestro barrio y, aún más importante, cuánto el Señor desea escuchar su voz.
Después de un rato, el élder Gong regresó al aula y nos pidió tomarnos una foto con él. Juntamos nuestros rostros sonrientes a su alrededor y posamos para la foto.
Tan pronto como mi amiga recibió la foto, se la envió a su familia y dijo muy emocionada: “¡Van a estar muy celosos!”
Espero que ahora mi amiga tenga un mayor sentido de cómo todos somos necesarios en esta obra.
Así como nos enseñó la hermana Aburto en la última conferencia, la Sociedad de Socorro ofrece al mundo “alivio de la pobreza, alivio de la enfermedad; alivio de la duda, alivio de la ignorancia, alivio de todo lo que obstaculiza… la alegría y el progreso”.
Esa es una responsabilidad y un trabajo que necesita las manos y los corazones de todos.
Probablemente, el élder Gong nunca sabrá la diferencia que hizo en el corazón de esa joven hermana, pero yo lo vi y estoy muy agradecida por ello.
Fuente: LDS Living