Considero a mis amigos como una gran bendición en mi vida, aún más: como un regalo del Cielo. Son personas sin cuya ayuda o influencia no hubiese podido vencer algunas pruebas en mi vida. ¡Qué tesoro son los amigos! Quizás no fui yo con ellos tan buen amigo como ellos lo fueron conmigo, pero me esmero en ser mejor persona y mejor amigo cada día; aun, más considerado y más fiel.
Desde mis amigos de la niñez y juventud, hasta los últimos que he hecho en estos momentos, son todos preciados y amados. Todos enriquecieron de alguna manera mi vida. Sentí y siento en ellos compañía, entendimiento, generosidad, y aun el deseo de compartir conmigo momentos muy queridos de las suyas, sus logros, sus decepciones, sus alegrías, sus tristezas, sus esperanzas.
A veces damos por hecho la bendición de la amistad, sin entender que la mayoría de las veces son puestos por Dios, como ángeles ministrantes para que nos ayuden y orienten. Pero si no lo entendemos, pasa como los dones del Espíritu Santo: se desvanecen hasta desaparecer. Debemos cuidar y cultivar el don de la amistad como una joya de grande valor que no deseamos perder.
Nuestro Señor Jesucristo tenía un alto concepto de lo que significa un amigo. En sus palabras registradas en Juan: “Éste es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos”. Además, recuerdo las palabras del Salvador cuando en esta dispensación del Evangelio dijo a sus apóstoles: “Y además, os digo, mis AMIGOS, porque desde ahora os llamaré mis AMIGOS…” (D. y C. 84:77; énfasis agregado). ¡Qué maravilloso sería si en el día del Juicio Final, Él nos tomara en Sus brazos y nos dijera: ‘Gracias mi amigo fiel, sobre poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré! ¡Entra en el reposo de tu Señor’!
Y qué tristeza me da cuando recuerdo que de entre aquellos a quien el Salvador consideraba sus amigos, uno lo traicionó. Como se registra en Mateo:
“Mientras todavía hablaba, he aquí llegó Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y con palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo bese, ése es; prendedle. Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: Salve, Maestro. Y le besó. Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron, y echaron mano a Jesús y le prendieron”.
Y otro, por un momento, ¡lo negó! Como se registra en Lucas 22:55-57: “Y habiendo encendido fuego en medio del patio, y sentándose todos alrededor, se sentó también Pedro entre ellos. Y cuando una criada le vio que estaba sentado al fuego, se fijó en él y dijo: Éste estaba con él. Entonces él lo negó, diciendo: Mujer, no le conozco”. Por favor, oh Dios, que yo no sea contado de esta manera.
El cuidar y cultivar la amistad es una tarea constante, de vivir cada día una vida recta y totalmente de acuerdo con los atributos del buen cristiano, viviendo lo mejor posible todos los mandamientos de Dios y siendo fiel a los convenios del bautismo, del Evangelio, y de las enseñanzas de La Iglesia de Jesucristo.
Lo siento, lo digo y lo testifico en el Santo Nombre de Jesucristo. Amén.
Este artículo fue escrito por
Eric Loesener
Eric Loesener, es el mismo Heriberto Loesener que nos escribió otros artículos. Sus padres, alemanes luteranos, desearon llamarlo Eric, pero por razones de la ley en Argentina, tuvieron que llamarlo Heriberto; pero en su hogar siempre fue ERIC. Él es un fiel miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.