Estaba en una pequeña isla del Pacífico Central. Mi compañero, el Élder Mattison, y yo despertamos una mañana despejada y soleada con planes de realizar un proyecto de servicio para un miembro del barrio en conjunto con los miembros del Quórum de Élderes.
Montamos nuestras bicicletas y partimos para reunir a algunos de los hermanos y hacerles saber que era hora de empezar. Nuestra primera parada fue la casa de Beeria, un miembro mayor y soltero que parecía una versión isleña de Robin Williams.
Cuando nos acercamos a su casa, nada podría haberme preparado para lo que sucedería después.
La casa de Beeria
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La casa de Beeria se parecía más a una fortaleza medieval que a las tradicionales chozas que por lo general encuentras en las islas. Era diferente a todo lo que vi durante mis dos años ahí.
Beeria construyó cuidadosamente un muro con rocas del océano, que recogió y cinceló con sus propias manos. Este muro rodeaba gran parte del recinto.
Detuvimos nuestras bicicletas y lo llamamos desde la vereda. Pero, no escuchamos ninguna respuesta. Otra vez, “¡Beeria!” Ninguna respuesta. Luego, sus dos perros enormes corrieron hacia el frente de su casa, donde estábamos. Beeria nunca iba a ninguna parte sin sus perros, así que sabíamos que debía estar cerca.
Decidimos dar la vuelta otra vez y ver si podíamos encontrarlo. Con el Élder Mattison a la cabeza, pasamos caminando por un lado de su casa hacia su enorme patio trasero.
Vimos a la distancia que estaba descansando en su hamaca. Había un montículo de tierra y una pala a su lado, lo que indicaba que estuvo trabajando arduamente.
Por un momento, pensamos si debíamos o no ir a despertarlo. Por un lado, claramente, estaba cansado por haber trabajado en su jardín. Por otro lado, aún éramos pocos y necesitábamos toda la ayuda que pudiéramos obtener para el proyecto de servicio.
Al saber de la actitud amable y la voluntad para servir de Beeria, mi compañero decidió que despertarlo era la mejor opción.
El Élder Mattison se acercó lentamente para despertar a Beeria, llamándolo por su nombre en el proceso. Beeria no se movió. Al observarlo, era evidente que estaba inconsciente. No se veía ninguna subida ni bajada de su pecho. El Élder Mattison me miró con un rostro apesadumbrado y dijo, “está muerto”. Me senté en un tronco que estaba cerca, mi corazón latía más fuerte que el sol de media mañana.
Causa de la muerte
Los vecinos sospechan que Beeria bebió accidentalmente una bingita, una especie de mosca española, que contiene una toxina mortal. Se sabe que estos insectos caen en las botellas de karewe, ponche de coco, que se colocan en las copas de las palmeras cocoteras. El karawe es una bebida muy popular de esta región del Pacífico.
Después de examinar su cuerpo, los efectos secundarios de consumir un insecto de ese tipo apuntan a que esta fue la causa de su muerte.
Era anciano y no tenía la mejor vista, por lo que debió haberlo bebido sin saberlo mientras trabajaba. Cuando se cansó de cavar y descansó en su hamaca, el veneno comenzó a actuar y tuvo un ataque mortal.
Beeria vivió solo durante años y no tenía familia cercana, lo que explicaba por qué fuimos los primeros en encontrarlo. Nadie sabe cuánto tiempo estuvo ahí antes de que llegáramos.
Un hombre fiel
Al reflexionar sobre esta experiencia, me siento agradecido de haber conocido a este hombre fiel y por conocer el plan de salvación. A pesar de que puede ser sorprendente para nosotros los mortales, creo en el tiempo del Señor para todas las cosas.
Beeria fue uno de los primeros conversos de esta isla remota y se mantuvo muy activo hasta su muerte. Le encantaba pasar la Santa Cena y bailar en las fiestas del barrio.
Todas las semanas iba en bicicleta al extremo norte de la isla a ver aterrizar los aviones. Le fascinaban los Estados Unidos, especialmente aprender sobre los soldados y la guerra. Beeria era un hombre increíble.
La muerte no es el final
Debido a la expiación y la resurrección de Jesucristo, podemos consolarnos al saber que la muerte no es el final. Existe la “redención” para aquellos que murieron.
“Y si Cristo no hubiese resucitado de los muertos, o si no hubiese roto las ligaduras de la muerte, para que el sepulcro no tuviera victoria, ni la muerte aguijón, no habría habido resurrección. Mas hay una resurrección; por tanto, no hay victoria para el sepulcro, y el aguijón de la muerte es consumido en Cristo. Él es la luz y la vida del mundo; sí, una luz que es infinita, que nunca se puede extinguir; sí, y también una vida que es infinita, para que no haya más muerte” (Mosíah 16: 7 – 9).
Qué agradecidos estamos el Élder Mattison y yo por esta verdad que vivimos ese día impactante en una isla en el medio del Océano Pacífico.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Erik Parry y fue publicado en thirdhour.org con el título “The Day We Found a Dead Man on My Mission”.