Por Al Fox Carraway, un extracto de “Más que una mormona tatuada”
Elegir la felicidad es elegir a Dios y cuando elijes a Dios, todo es posible.
Mientras me adaptaba a esa nueva vida como miembro de la Iglesia, cada día era igual. Me despertaba, y el tiempo que pasaba caminando a la casa de mi padre para almorzar con él, se convirtió en un deseo de saber más y de hacerlo mejor. Tenía mucha sed de conocimiento. No podía dejar de leer y estudiar sobre el Evangelio y cuando tenía que parar, no podía dejar de pensar en eso. Todo fue muy egoísta porque estaba persiguiendo la felicidad. Elegir la felicidad es elegir a Dios y cuando elijes a Dios, todo es posible.
Recibí como regalo un libro de Predicad Mi Evangelio y lo estudiaba todos los días por horas, hasta que las páginas empezaban a caerse por haber escrito tanto ellas y haberlas pasado con demasiada frecuencia. Quería utilizar bien mi tiempo, incluso cuando estaba manejado. Tenía un himnario chiquito en mis manos y lo miraba mientras que manejaba. Escuchaba y cantaba el CD del Coro del Tabernáculo Mormón que los élderes me dieron porque seguro ya se habían cansado de escucharlo. Estaba muy ansiosa por aprender cualquier cosa del Evangelio y de cualquier manera.
¿Qué haces tú, cuando acabas de cumplir 21 años, vives en el centro de Rochester Nueva York, donde la vida nocturna es muy activa y no tienes amigos? Bueno, te lo voy a contar. No sé cuántos de ustedes se han quedado en casa en una noche de viernes o sábado y han pensado, “me siento tonto”, o tal vez no te sentiste así tal vez solamente era yo porque así era como me sentía cada viernes y sábado. El ruido de las fiestas al frente y de todas las discotecas que estaban solamente a una cuadra sonaba muy fuerte en el baño de mi departamento. No es que extrañaba la vida de fiestas nocturnas. Me cansé de eso incluso antes que conociera a los élderes e ir a fiestas nunca fue algo que me gustaba. Pero era muy claro que la gente en esas fiestas tenían amigos que ver, historias que contar y experiencias que vivir. Y aquí estaba yo, sentada en mi casa sola en el medio de la sala escuchando las risas de todos. Entonces, cada viernes y sábado me la pasaba en el piso sola haciendo discursos para la Iglesia para divertirme. ¿Loco verdad?
Me encantaba aprender más acerca de la Iglesia y esas noches que pasé en el piso, estudiando y escribiendo discursos me ayudó en más formas de las que puedo contar, pero igual era difícil. Yo odiaba llegar a mi casa muy tarde en la noche pensando en las vidas sociales de todos y entrando en un departamento vacío. Había muchas veces que llegaba a mi casa llorando como loca porque no quería estar sola. Había un montón de noches en las que suplicaba sentir el Espíritu para facilitar las cosas pero no lo sentía. No lo sentía a Él cuando más lo necesitaba y yo rogaba con lágrimas solamente para sentir paz. Eso me pasó constantemente y en estos momentos cuando no podía sentir el Espíritu pensaba en los tiempos en los que lo sentí y me enfocaba en este pensamiento con toda la energía que me quedaba.
Las cosas no llegaron a ser más fáciles pero me ayudaron a seguir luchando. Leí en 3 Nefi 13:33, “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” Lo leí y todo mi cuerpo empezó a estremecerse. Fue en ese momento que supe que no importaba lo que pasaba si ponemos a Dios en primer lugar, nuestros desafíos y pérdidas, nuestros momentos de soledad se arreglarían. Y no solo se arreglarían, sino que serían mejor de lo que nos imaginamos, incluso mejor que antes de los tiempos difíciles. Fue esta escritura a la que me aferré con toda la energía que me quedaba, cuando sentía que estaba siendo arrastrada de los tobillos en la dirección opuesta. Fue esta escritura que me ayudó a utilizar esta fe que no tenía a veces. Si yo quería conocer a Dios y no solo saber de Él, la mejor manera de hacerlo no era enojándome con él por lo que estaba sucediendo. Tenía que ver lo que podría venir al permanecer cerca de Él y aferrarme a sus promesas sin importar lo oscuro y lejano que parecían.
El 6 de Éter es una perspectiva increíble en esos tiempos en los que sentimos que no podemos respirar o cuando nos encontramos diciendo, ¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué no pasa todavía? ¿Dónde está Dios y por qué no me ha quitado eso todavía? En Éter 6, Jared y su hermano estaban viajando en barcos. Su viaje duró 344 días y probablemente fue mucho más largo de lo que deseaban o anticipaban. Durante el viaje enfrentaron un “viento furioso, grandes y terribles tempestades” y muchas veces estaban “completamente sepultados en las profundadas del mar” (versos 5 a 6). En momentos como este sería fácil para ellos preguntar, ¿Por qué no ha terminado todavía? ¿Por qué nos está pasando esto cuando estamos siguiendo al Señor a la tierra prometida? Dios, ¿por qué no nos ayudas con esta larga y terrible tormenta?
Fue constantemente difícil para ellos. La única cosa más constante que las tormentas fue la luz. La luz que salió de las piedras para “brillar en las tinieblas” (versículo 3). ¡La luz que vino directamente del Señor y ellos llegaron! Ellos llegaron sin daño y protegidos. “Cuando eran sepultados en el abismo, no había agua que los dañara” (versículo 7). “y ningún monstruo del mar podía despedazarlos, ni ballena alguna podía hacerles daño y tenían luz continuamente, así cuando se hallaban encima del agua como cuando estaban debajo de ella” (versículo 10).
Fue el Señor, no Satanás, quien hizo los vientos furiosos para empujarles a la tierra prometida. Nunca estuvieron solos. Y aun cuando la tormenta parecía prevenir su progreso, en verdad estaba ayudándoles a viajar al lugar que necesitaban llegar, la tierra prometida. Durante todo eso, ellos siempre estaban progresando con la guía de Dios y siempre con luz. “El viento no dejó de soplar hacia la tierra prometida” (versículo 8). Fácil sería murmurar o enojarse contra Dios pero cuando por fin llegaron no estaban enojados o molestos por las tormentas porque estaban llenos de gratitud. Cuando llegaron, la primera cosa que hicieron era dar gracias (versículo 12). Ellos dejaron mucho para poder ir al nuevo territorio actuando con fe. Sí, fue muy difícil y probablemente muy peligroso pero cuando llegaron las cosas salieron mucho mejor que antes. No importa las comodidades que dejaron y las tribulaciones que pasaron. Después de todo, ellos eligieron dar gracias. Todas sus molestias no importaban, todo su sufrimiento fue completamente reemplazado con la felicidad, con gratitud. Porque pudieron llegar. Porque era mucho mejor de lo que sabían que estaba disponible para ellos, y mejor de lo que incluso ellos sabían que existía. Eso es lo que siempre estará con Dios. Esa es la promesa que Él nos ha dado, la promesa que nunca debemos perder de vista, vamos a hacerlo y todo estará no solamente bien, sino mejor.
En cada desánimo que talvez sientas ahora, toda la tristeza, soledad, oscuridad y las tormentas que están pasando por tu vida, recuerda esta historia. Mira a la luz que tienes, aunque parezca tan pequeña como una piedra. Mira hacia el Señor. Busca su mano, incluso cuando te sientas enterrado bajo las olas de la mortalidad. Él siempre está ahí contigo, siempre guiándote. Es hermoso. Tenemos que confiar que las cosas que hace Dios son para ayudarnos a recibir grandes bendiciones en la vida. Cuando estás procurando hacer lo que Dios quiere que hagas, date cuenta que los tiempos difíciles te están moviendo más cerca a donde Él quiere que estés. Nuestras pruebas nos mueven más cerca a donde las cosas son más grandiosas de lo que jamás podrían haber sido antes. Tu viaje tormentoso puede estar tomando mucho más tiempo de lo que tú deseas o de lo que sientes que puedes soportar, pero no dejes que el desánimo te impida intentar y volver a Él. Los tiempos difíciles estarán constantemente allí, eso no va a cambiar, pero también estará Cristo. Y con él podemos superar y conquistar absolutamente todo, cada sentimiento de soledad, malestar, debilidad, tristeza y tentación. No permitas que tus tribulaciones dicten y alteren tu percepción de las verdades y promesas dadas. Aférrate a lo que sabes, será tu ancla en las tormentas. Él nunca va a renunciar a ti. No renuncies a Él.
“He aquí, mis ojos están sobre vosotros, y los cielos y la tierra están en mis manos, y las riquezas de la eternidad son mías para dar. Os esforzasteis en creer que recibiríais la bendición que se os había ofrecido; mas he aquí, de cierto os digo que existían temores en vuestros corazones, y en verdad, esta es la razón por la que no la recibisteis” (Doctrina y Convenios 67:2-3).
No temas. No olvides que estás en sus manos. No estás solo ni olvidado. Tú no estás siendo castigado. Tú estás siendo conducido. Tú estás siendo guiado y dirigido. Estás protegido. Tú llegarás. Y será mejor de lo que imaginaste.
“No temáis, pequeñitos, porque sois míos, y yo he vencido al mundo, y vosotros sois de aquellos que mi Padre me ha dado” (D&C 50:41).