Al estudiar esta clase de la Escuela Dominical entendamos que el objetivo es seguir el ejemplo de los santos de Kirtland, quienes hicieron grandes sacrificios para dar a conocer el Evangelio y permanecieron firmes durante los tiempos de adversidad. Invitamos también a que acompañen este estudio con el libro Revelaciones en Contexto.
El Señor derramó grandes bendiciones a los santos durante el periodo de la Iglesia en Kirtland
Durante este tiempo, los santos fueron muy bendecidos por el Señor ya que se revelaron importantes doctrinas como la ley de consagración, la ley del diezmo, los reinos de gloria, la Palabra de Sabiduría, la Segunda Venida, y el sacerdocio.
Los santos en Kirtland hicieron grandes sacrificios por el Evangelio y su predicación
Otro hecho importante en ese tiempo fue el llamamiento de misioneros para predicar el Evangelio en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. La mayoría de los santos hicieron grandes sacrificios personales para servir una misión.
El Señor prometió a los Doce Apóstoles que les daría el poder para abrir la puerta de las naciones para la prédica del Evangelio “si se humillan delante de [Él], permanecen en [Su] palabra y dan oído a la voz de [Su] espíritu” (D. y C. 112:21–22).
La promesa en este tiempos
El Señor sigue cumpliendo esa promesa, así lo confirma la historia que relató el presidente Thomas S. Monson:
“En 1968, durante mi primera visita a la República Democrática Alemana, encontré mucha tensión; se desconocían la confianza y el entendimiento, y no se había establecido ninguna relación diplomática. En un día nublado y lluvioso viajé a la ciudad de Görlitz, ubicada en el corazón de la República Democrática Alemana, cerca de las fronteras con Polonia y Checoslovaquia. Asistí ahí a mi primera reunión con los miembros de la Iglesia, en un edificio viejo y pequeño. Pero cuando cantaron los himnos de Sión, literalmente llenaron el salón con su fe y devoción.
“Sentí gran pesar al darme cuenta de que los miembros no tenían un patriarca, ni barrios ni estacas, sino tan sólo ramas. No podían gozar de las bendiciones del templo: la investidura o los sellamientos. Por mucho tiempo no habían recibido la visita de un representante de la cabecera de la Iglesia y tampoco podían salir del país. Pero a pesar de todo eso, confiaban en el Señor de todo corazón.
“Me puse de pie ante el púlpito y, con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada de emoción, les hice esta promesa: ‘Si permanecéis fieles a los mandamientos de Dios, podréis gozar de todas las bendiciones de que gozan los miembros de la Iglesia en cualquier otro país’. Entonces me di cuenta de lo que había dicho. Esa noche, me arrodille y le rogué a nuestro Padre Celestial: ‘Padre, estoy atendiendo Tus asuntos, ésta es Tu Iglesia. He dicho cosas que no salieron de mí, sino que venían de Ti y de Tu Hijo. Por favor, permite que esa promesa se cumpla en la vida de esta noble gente’. Y así concluyó mi primera visita a la República Democrática Alemana”.
Ocho años más tarde, el élder Monson ofreció la oración dedicatoria de esa tierra.