“¿Dónde está tu esposo?”, me preguntó con inocencia y ternura una niña durante un bautismo hace un par de meses.
La pequeña, por supuesto, estaba acompañada de su papá, mamá y hermana, mientras que yo era la única persona en mi banca. Aunque solo atiné a reírme, minutos después me di cuenta que la duda de aquella niña no era una simple ocurrencia.
Porque, desde nuestra infancia, a los Santos de los Últimos Días nos enseñan que el matrimonio es una meta a la que todos debemos aspirar.
“Quiero esforzarme desde hoy, por ser digno ante Dios, para hacer convenios en el templo del Señor”, se escucha en las aulas de la Primaria. Una dulce y conmovedora melodía que evoca a la unión entre el hombre y la mujer no solo por esta vida, sino por toda la eternidad.
Esta hermosa verdad sobre el carácter eterno de las familias, sin embargo, puede convertirse en un abrumador recordatorio de que todavía no has colmado las ‘expectativas’ que Dios tiene sobre ti. Especialmente cuando los años avanzan, pero tu soltería se mantiene.
Bendición antes que obligación
“El matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios”, leemos en “La Familia: Una proclamación para el mundo”, un documento sagrado que establece las creencias fundamentales sobre la familia para los Santos de los Últimos Días.
El matrimonio, entonces, no es una práctica impuesta por el hombre; por el contrario, es un mandato divino. Una orden de nuestro Padre Celestial que si bien podría aumentar nuestra ‘presión’ por hallar a nuestra pareja eterna, también la podemos interpretar de una forma más reconfortante.
Porque todo mandamiento de Dios está diseñado para nuestro beneficio. Aunque las voces del mundo aseguran que la religión es opresiva y nos reprime, en la Iglesia de Jesucristo tenemos un enfoque distinto sobre las leyes decretadas en los cielos. Así lo explicó el presidente Russell M. Nelson:
“Debido a que el Padre y el Hijo nos aman con un amor infinito y perfecto, y a causa de que saben que no podemos ver todo lo que Ellos ven, nos han dado leyes que nos guiarán y protegerán”.
Así que antes de ver el matrimonio como una obligación de Dios, debemos entender que es no solo una de las bendiciones más especiales que nuestro Amoroso Padre ha puesto a nuestro disposición, sino la mayor, de acuerdo con las enseñanzas del élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles:
“La familia es el máximo laboratorio mortal para el mejoramiento y el perfeccionamiento. Cuando nos entregamos al servicio de nuestro cónyuge y familia, descubrimos nuestro verdadero ser. Nos convertimos más en lo que Él quiere que seamos. Y esa es la fuente de la alegría duradera y la verdadera realización personal”.
Dejemos de ver al matrimonio como una meta que la sociedad —incluidos los miembros de la Iglesia— esperan de nosotros. Eliminemos esa innecesaria carga y recordemos que se trata de un privilegio que Dios nos ha confiado. Aunque tu esperanza en el sellamiento decaiga, el Todopoderoso nunca dejará de creer en ti.
Tu estado marital no define tu valor
Pero la presión social, para algunos, no es tan abrumadora como la sensación de insuficiencia que produce la soltería en la Iglesia. De que no podremos alcanzar todo nuestro potencial.
“En la gloria celestial hay tres cielos o grados; y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio; y si no lo hace, no puede alcanzarlo” (Doctrina y Convenios 131:1–3).
Esta revelación al profeta José Smith puede sonar condenatoria para aquellos que genuinamente se esfuerzan por formar una familia. Porque, además, en el siguiente versículo, establece una línea divisora: “podrá entrar en el otro, pero ese es el límite de su reino; no puede tener aumento”.
Aunque es una declaración contundente sobre la necesidad del matrimonio para lograr nuestra condición divina, todavía nos encontramos en la etapa terrenal y probatoria. Si bien en la eternidad existen grados de gloria, aquí en la Tierra todos somos igual de valiosos.
Nadie —incluyéndote— debería reducir tu esencia como amado hijo o hija de Dios por tu soltería. Tampoco serás privado de ninguna de Sus bendiciones mientras sigas en tu preparación para el matrimonio eterno.
A pesar de que llamamientos como el de obispo están reservados para los hombres casados, condición necesaria porque, mediante la revelación de Dios, tendrá que guiar a familias, muchas responsabilidades de liderazgo no exigen un estado marital determinado. Tampoco es un requisito estar casados para recibir una recomendación para el templo.
En un discurso dirigido a las hermanas solteras de la Iglesia, el profeta Ezra Taft Benson declaró con autoridad:
“Los lazos sagrados de la pertenencia a la Iglesia van mucho más allá del estado civil, la edad o las circunstancias actuales. Tu valor individual como hija de Dios lo trasciende todo”.
Nunca rebajes tus estándares
El Padre Celestial conoce los deseos de nuestros corazones. Y, por lo tanto, sabrá juzgar con misericordia las circunstancias de cada persona individualmente.
Porque, a diferencia de los demás mandamientos que ha decretado, el matrimonio es una ley que se cumple entre dos. Y Dios, en su sabiduría, nos entiende. Así lo compartió el élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles:
“Algunos de ustedes no gozan de la bendición de un matrimonio por razones que incluyen la falta de candidatos viables, la atracción hacia el mismo sexo, las discapacidades físicas o mentales, o el miedo al fracaso que eclipsa la fe […]
“[Sin embargo], la Expiación de Jesucristo ha previsto, y al final compensará, todas las privaciones y pérdidas para aquellos que se vuelvan a Él. Nadie está predestinado a recibir menos que todo lo que el Padre tiene para Sus hijos”.
No permitas que las malas decisiones de otras personas o los comentarios negativos del mundo te hagan creer que estás fracasando en la vida si todavía no has hallado a tu pareja eterna.
El matrimonio, insistimos, es la bendición más especial que el Padre Celestial derrama sobre nosotros. No hay un tiempo establecido para alcanzarla; es más, al llevar consigo una promesa tan maravillosa, exige nuestro máximo esfuerzo.
Quizá tus compañeros de la misión o amigos de tu barrio ya estén casados, pero no es una competencia. Es un ritual sagrado que establecemos por la eternidad con Dios. Como exhortó el presidente Benson, no permitas que la presión social minimice su importancia:
“Recuerda, no estás obligada a bajar tus estándares para conseguir una pareja. Mantén tu atractivo, mantén altos estándares, mantén tu autoestima”.
El plan de Dios, tu Amoroso Padre, está diseñado para que seas feliz. Mientras mantengas tu confianza en Él y entregues todas tus fuerzas por cumplir con Sus mandamientos, soltero o casado, jamás estarás solo.
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