“No dejes que los mormones te conviertan,” un amigo me dijo antes de que dejara Filipinas para vivir en Utah en 1987.
No hice caso al consejo. Tenía 15, nací y crecí como católica. Mi familia era devota, siempre se sentaba en la primera fila de la misa cada domingo. Como adolescente, me gustaba pasar por una iglesia católica vacía después de la escuela solo para hablar en silencio con Dios. Además, ni siquiera sabía quiénes eran los mormones. Quizá los mormones eran como los Testigos de Jehová que a veces venían a mi puerta, me daban una revista que educadamente recibía pero ni leía.
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En julio de 1987, el jefe de mi madre la envió a la Universidad Estatal de Utah (USU) en Logan, Utah, para una capacitación. Siendo hija única en casa, fui a América, me quedé en la casa de mi tío en L.A. durante algunas semanas antes de ir con mi mamá. Mamá trabajaría en su maestría mientras yo terminaba mi licenciatura.
En el aeropuerto, una señorita acompañó a mamá a recogerme. Ella tenía una voz tan suave que tenía que inclinarme hacia ella para poder entenderla pero una vez me abrazó, me gustaba que se mantuviera lejos. Mi mamá me presentó a “Madre Rosa Croshaw,” la mamá de uno de sus compañeros de la capacitación. Ella había tratado a mamá como si fuera su propia hija. Además, era mormona. Durante los siguientes cuatro años, Madre Rosa y su familia nos recibieron en las festividades y nos ayudaron con cosas como obtener trabajo y llevarnos a diferentes lados hasta que pudiéramos obtener una licencia de conducir.
CURSO INTENSIVO SOBRE LOS MORMONES
Ir a USU fue como recibir un curso intensivo sobre los mormones.
Descubrí que “Mormón” era un sobrenombre para los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días o Iglesia mormona. Los mormones no bebían ni fumaban, algo que de verdad valoraba, viniendo de una cultura donde ambas cosas prevalecían.
Aunque era divertido saber más sobre una religión predominante, me resistí a la idea de acercarme mucho a ella, con las palabras de mis amigos revoloteando en mi mente “no dejes que los mormones te conviertan.”
Y, todavía, eso estaba pasando lentamente. Oh, nada estaba declarado. Nadie me arrinconó ni me impuso su doctrina. Hubo un misionero retornado que me regaló un Libro de Mormón con su testimonio escrito. Además, viviendo entre mormones como Madre Rosa durante cuatro años, noté su estilo positivo de vida.
¿LAS FAMILIAS PUEDEN ESTAR UNIDAS POR SIEMPRE?
Una noche de invierto, mientras Madre Rosa y su nieta viajaban, sufrieron un accidente y murieron. La noticia golpeó a mamá y a mí como si hubiéramos perdido a un familiar de sangre. Con el corazón roto asistimos a su funeral. Para mi sorpresa, los hijos mayores de Madre Rosa mostraban paz y parecían estar más consolados.
Mientras secaba mis lágrimas, estaba desconcertada. ¿No habían perdido a un ser querido? Si, lo sabían, pero me hablaron sobre el Plan de Salvación. Testificaron que algún día su familia se uniría otra vez.
En la iglesia católica, los esposos prometen estar juntos “hasta que la muerte los separe.” En esa perspectiva, estaba impresionada con este principio mormón sobre las familias eternas. Durante las siguientes semanas, conocí a un sacerdote católico que hizo su mejor esfuerzo para responder a mis dudas pero solo me dejó más confundida.
En medio de mi confusión espiritual, conocí a Drew Allen, un nativo de Utah que había retornado de la misión Corea del Sur. Pronto, nuestra amistad se convirtió en un profundo afecto. El único problema era que él era mormón y yo, católica. Por un tiempo, nos turnábamos para ir a la iglesia del otro. Aunque él le agradaba mucho a mamá, ella se oponía a que investigara la iglesia mormona. Las reuniones con un misionero retornado finalmente, parecían no llegar a nada.
MUDARME Y DECIDIR POR MÍ MISMA
En mi último año de universidad, tuve la oportunidad de trabajar como practicante para el Senador de Utah, Jake Gran, en Washington D.C. No solo fue una gran experiencia de aprendizaje en la capital de EE.UU. sino un momento de respiro de mi novio mormón y mi madre. Deseaba ser capaz de asistir a las reuniones de la iglesia sin la presión de ninguno de los dos.
Durante mi largo viaje en bus desde Virginia a Washington D.C., leía el Libro de Mormón, lentamente, obtenía un testimonio cada vez más fuerte sobre sus verdades. Cerca de la mitad del camino hacia mis prácticas preprofesionales tuve la oportunidad de visitar el Templo de Washington D.C. Mientras me sentaba ahí durante una hermosa tarde de otoño, un sentimiento familiar de paz me sobrecogió. Reconocí que era el mismo sentimiento que cuando me sentaba en las iglesias católicas vacías durante las tardes cuando era una adolescente. Fue como si encontrara algo que ni sabía que estaba buscando.
Poco después, me topé con Alice, una amiga mormona de USU. Durante el almuerzo, le conté que estuve reuniéndome con los misioneros mormones en Utah y que estaba interesada en volver a reunirme con ellos una vez más. Esa noche, Alice invitó a los misioneros mormones a su casa. Les conté sobre la influencia que tenían Madre Rosa y su familia en mi vida así como de la impresión positiva que tenía de los mormones. “Últimamente, creo que…deseo unirme a la iglesia mormona.” Mi amiga y los misioneros claramente se sorprendieron. De pronto, impactada por este cambio inesperado de eventos dije: “Pero necesito orar al respecto.”
PONERME DE RODILLAS PARA ENCONTRAR UNA RESPUESTA
Esa noche, me puse de rodillas. Nunca había orado tan fervientemente en mi vida. Durante las primeras horas de la mañana, oré, leí las escrituras y escuché algunas canciones de niños mormones. Como si los rayos del sol se filtraran a través de las cortinas de mi departamento, estaba cansada pero calma mientras recibía la confirmación de que unirme a la iglesia mormona era lo más correcto que haría.
Era martes. Llamé a los misioneros y acepté bautizarme el siguiente sábado. Drew estuvo entre los primeros amigos que llamé. Él estaba muy feliz. Aunque un poco triste porque no podría estar en mi bautismo, me animó a seguir adelante con esto.
Algunos minutos después, me devolvió la llamada. Preguntó: “¿Te gustaría que yo te bautice?” Le respondí: “¿Puedes hacerlo por teléfono?”
Resultó ser que sus padres sabían que este era un momento importante en mi vida y le ofrecieron a Drew comprarle un pasaje de avión para que pudiera estar en mi bautismo. Por otro lado, mamá me llamó cada noche entre lágrimas rogándome que cambiara de opinión.
Ese sábado de noviembre por la noche, entré a las aguas del bautismo. Drew realizó la ordenanza. Después, llamé a mamá, expresando mi gozo y asegurándole que esa familia iba a seguir siendo importante para mí. Ella estaba triste pero resignada.
En julio de 1992, Drew y yo nos casamos por civil mientras que yo debía esperar a cumplir un año como miembro para poder casarme en el templo mormón. En noviembre, Drew y yo nos casamos y sellamos por ahora y la eternidad, en el Templo de Salt Lake City.
OBTENER BENDICIONES ETERNAS
Desde entonces, mamá y papá eventualmente aceptaron y me apoyaron en mi conversión. Frecuentemente, nos hacían cumplidos a Drew y a mí por la crianza de nuestros tres hijos. Nuestra hija mayor sirvió en la misión Filipinas. Hasta agosto de 2018, nuestro hijo servirá en Corea del Sur, en donde mi esposo también sirvió. Nuestra hija menor también tiene planes de ir a la misión.
Algunas personas pueden preguntarse cómo permití que mis hijos dejaran mi hogar (18 meses – 02 años) para servir en una misión, donde solo tenemos contacto por Skype durante el “día de la madre” y Navidad además de comunicarnos por correo electrónico una vez por semana. ¿Por qué no podría? Gracias a los misioneros que dejaron temporalmente a sus familias y amigos que plantaron la semilla del evangelio en mi corazón cuando era una universitaria, mi familia y yo podemos gozar de bendiciones ahora y por la eternidad. Por eso, estoy por siempre agradecida.
Para encontrar más información sobre las creencias de los mormones visita: www.mormon.org
Adaptación del artículo originalmente escrito por Jewel Allen y publicado en ldsliving.com con el título “Don’t Let the Mormons Convert You: How One Woman Failed to Listen to Her Friend and Ended Up Mormon.”