Me encontraba con un amigo en un restaurante de Provo, Utah, para conversar durante el desayuno. Este amigo mío es un profesor de religión muy respetado en BYU. El joven conoce idiomas en abundancia y tiene mucha energía para el Evangelio y para ayudar a otros de lo que he visto en la mayoría de los seres humanos.
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Mientras nos sentamos y conversamos mientras comíamos burritos, panqueques interminables y algo de jarabe de mantequilla, me habló de su experiencia dentro y fuera de la fe y de la Iglesia, y de su lucha con el lado académico e intelectual del mormonismo, su fe en Dios en general.
Su formación académica tuvo lugar en algunos de los departamentos religiosos más rigurosos y famosos de la Liga Ivy (Ivy League). Él explicó algunas de las expectativas puestas en él mientras investigaba textos antiguos a través del lente de un analista secular y me contó sobre el recorrido que empezó por el camino del cinismo y la duda posterior a eso.
Se volvió tan enfocado en encontrar cada pequeña falta, cada pequeña discrepancia y cada incongruencia en textos antiguos y tradiciones religiosos hasta que lo llevó, a lo que él consideraba, a algunos de sus “días más oscuros”. Mi amigo quedó completamente expuesto a la última advertencia de Moroni en el libro de Mormón.
Antes de enterrar las planchas por última vez, Moroni incluyó algunas palabras en la última hoja, que finalmente se convirtió en lo que hoy se conoce como la portada del Libro de Mormón. Había una última cosa sobre lo que Moroni quería advertirnos cuando este antiguo texto eventualmente saliera a la luz.
“Y ahora bien, si hay faltas, estas son equivocaciones de los hombres; por tanto, no condenéis las cosas de Dios…” (“Portada del Libro de Mormón”).
Eso fue lo último que escribió Moroni, presumiblemente antes de ir a su tumba. Lo que quiso decir fue que “No permitas que los errores de los hombres te alejen de la felicidad que se encuentra a través del simple acto de la creencia y fe.”
Mi amigo, sentado en aquel restaurante, se emocionó un poco al describir cómo él se había permitido empujar cada vez más su fe hacia un rincón oscuro de su cerebro intelectual.
Él me describió cómo se intensificó este período de tristeza, soledad, confusión y desesperación. Parecía que con cada día que aprendía más, en realidad sabía menos. Era como lo describió Pablo, “que siempre [estaba] aprendiendo, pero nunca [pudo] llegar al conocimiento de la verdad.” (2Tim 3:7) o tal vez como James E. Faust describió, “sofocado de información” hasta que se sintió abrumado, incluso paralizado por su incapacidad de descubrir lo que era verdadero o falso.
Con cada día que pasaba, la creencia de mi amigo en Dios se apagaba y disminuía. Esto tuvo lugar en el transcurso de unos años…
Hasta que un día, se preguntó de una manera más lógica: “¿Por qué me siento terrible y en tinieblas por dentro?”
Este gigante intelectual utilizó su cerebro para salir del oscuro abismo en el que se encontraba. Él me dijo: “Hubo un tiempo en el que fui feliz en mi vida. ¿Qué estaba haciendo entonces, y por qué soy tan infeliz ahora?”
Había una respuesta clara y lógica. Creencia. Esperanza. Fe. La Iglesia. Fue claro como el cristal. Esa fue la única diferencia. Esas cosas se habían desvanecido de su mente y corazón eran la clave, fue fácil de precisar. La persistente necesidad académica de buscar los “errores de los hombres” e interpretación bíblica lo habían atrapado.
Me contó acerca de cómo buscó en sus sentimientos y en sus recuerdos un momento en el que era feliz, y sin falta, siempre regresó cuando tenía una creencia en Dios y estaba activo en la Iglesia.
Nunca olvidaré lo que dijo a continuación mientras me explicaba su camino de regreso a la felicidad. Ese mismo camino que lo llevó a sentarse frente a mí en ese restaurante con nada más que su rostro radiante.
Él compartió: “Decidí dar el paso y regresar con Dios, regresar a la Iglesia. Decidí elegir vivir una vida de fe”.
Lo que él hizo fue apostar su vida por Dios y por el mormonismo, puso la apuesta más lógica que pudo hacer con su vida porque había visto cuál era la otra alternativa… y no fue buena para él. Eso era algo que él sabía sin ninguna duda.
Ninguno de los académicos pudo eliminar las marcas indelebles que el Espíritu le había dado en el pasado. Ser feliz otra vez significaba volver a Dios y a las doctrinas de la restauración incluso si él no sabía todo en ese momento. ¿Recuerdas cómo era “la canción del amor que redime”?, Preguntó Alma a algunas personas que perdieron su camino. “¿Podéis sentir esto ahora?” (Alma 5:26).
Recuerda… siente… y luego da ese gran paso.
A mis 22 años, apuesto mi vida, mi propia vida, por el mormonismo. Tenía todo lo que un hombre del mundo desearía, pero lo dejé todo y di el gran paso yo mismo. El motivo fue simple, cuando recosté mi cabeza en la almohada al final de la noche… me encontraba inexplicablemente descontento y no quería que eso continuara para siempre. Eso era todo lo que sabía.
En ese momento, diría que tenía muy poco “conocimiento” de que la Iglesia era verdadera o de que Dios vivía, habían tantas cosas que no sabía. Incluso, hasta el día de hoy todavía hay muchas cosas que no sé.
Pero… hay algo que sé de la misma manera en que sé que la diferencia entre “la luz del día lo es de la obscuridad de la noche.” (Moroni 7:15) Tengo un conocimiento absoluto de mi propia felicidad con y sin una creencia en Dios, y con y sin la iglesia en mi vida. Ese es un conocimiento perfecto para mí, es algo que he experimentado.
Hace 15 años, di el mismo paso y realicé la misma apuesta que mi amigo, el profesor, y a pesar de tener cada pregunta lógica en nuestras mentes, ambos llegamos a la misma conclusión: “¿A quién… a dónde iremos?” (Juan 6:66)
Recuerda… siente… y luego da ese gran paso.
Este artículo fue escrito originalmente por Greg Trimble y fue publicado por ldsliving.com bajo el título: “ After Looking for Every Fault in Mormonism, Here’s What Brought a BYU Professor Back to the Church”