Los primeros años de universidad no fueron como yo los imaginaba, además de la pandemia, atravesé diferentes desafíos.
Estos momentos difíciles me hicieron tomar la decisión de volver a la casa de mis padres para concentrarme en mi trabajo y retomar mis estudios cuando me sintiera mejor.
Ese fue el inicio de una experiencia que cambiaría mi vida por completo.
Todos los días experimentaba fuertes e interminables dolores de cabeza que no se iban al tomar una simple pastilla.
Con un falso diagnóstico de migraña y los medicamentos que mi mamá me ofrecía, las cosas empeoraron.
En mi desesperación, decidí acudir al hospital más cercano a casa.
Le conté al doctor los síntomas que tenía y también le conté que uno de los hermanos de mi mamá falleció a causa del cáncer cerebral.
El doctor me recomendó que pasara por un examen de resonancia magnética.
Tras pasar por MRI, todo indicaba que iba a estar bien.
Solo necesitaba una biopsia para entender lo que me estaba sucediendo.
Antes de iniciar este largo proceso, le pedí a mi padre una bendición de salud; él aceptó y también solicitó el apoyo de mi primo.
Dan, mi primo, cuyo padre había fallecido a causa del cáncer cerebral, dejó en claro que no iba a prometerme una cura.
Al llegar el momento de la bendición, le pregunté a Dan si era posible que me hiciera la promesa de que me sanaría, a pesar de su incomodidad, él accedió.
Las primeras palabras que salieron de su boca durante la bendición fueron, “te vas a curar” no solo una vez, sino dos veces.
Es algo que lo dejó impactado, ya que la última vez que bendijo a su padre le resultó imposible decirlo porque no se podía hacer más a causa de su enfermedad.
Tuve que esperar más de una semana para saber si era o no cáncer, mi padre fue el que me confirmó esta noticia.
Lo que no me esperaba de esta enfermedad era saber que estaba en la etapa terminal.
Me dieron un año de vida, pero sabía que iba a vivir gracias a mi fe y capacidad de seguir adelante.
Recuerdo que un domingo de ayuno y testimonio, mi padre y yo les pedimos a todos los miembros de nuestro barrio que oraran por mí para liberarme del cáncer.
Al iniciar mis tratamientos, mis glóbulos blancos disminuyeron, es decir, estaba propensa a tener otra enfermedad, cualquier cosa podía quitarme la vida.
A pesar de que las quimioterapias o radioterapias eran muy fuertes, nunca me enfermé ni sentí agotamiento físico.
Esto sucedía gracias a las bendiciones que mi padre día a día me daba antes de iniciar cada uno de esos tratamientos.
Con el paso de los meses, estos tratamientos ya no funcionaban y era el momento de utilizar el último recurso que podría liberarme del cáncer.
Optune, es una máquina que tenía que ser colocada sobre mi cabeza las 24 horas del día, a pesar de que era algo muy raro, me ayudó a mejorar el estado de esta enfermedad.
Finalmente, la gran respuesta llegó, cuando fui al templo con mi mamá, decidí preguntarle al Señor: “¿Cuándo llegará el día en que pueda curarme?”
En medio de tantos pensamientos, escuche una pregunta: “¿Confías en mí?”. “Claro”, respondí, porque confiaba en Él y sabía que me iba a curar.
Tiempo después, decidí visitar al templo con mi familia, fue uno de los mejores recuerdos que tuve antes de saber la gran noticia.
Sentí la impresión de que el Señor me prometía que el cáncer se iba a ir al mes siguiente.
Cuando llegó el día, deseaba recibir la buena noticia de que el cáncer había desaparecido del todo.
Sin embargo, sucedió todo lo contrario. No me molesté con Dios, no me decepcioné, solo entendí que no era el momento.
Minutos después, el doctor me explicó que ya no tenía cáncer, pero que aun así debía esperar a ver la reacción de mi cuerpo.
Sabía que el Padre Celestial no me iba a decepcionar y que me ayudaría a terminar este largo proceso.
Esta experiencia es una de las más grandes que he tenido en mi vida, se cumplió la promesa de que “la fe mueve montañas”. El Señor siempre estuvo para mí y siempre lo estará.
Fuente: Meridian Magazine