Las historias de la revista Liahona nos ayudan a fortalecernos. Son las experiencias de Santos de los Últimos Días que, al igual que nosotros, se esfuerzan por seguir perseverando a pesar de lo difícil que puede parecer el camino de regreso a nuestro hogar celestial.
Mientras crecía, siempre me quejaba con mis padres de que las cosas no fueran justas y ellos siempre me respondían :“¡La vida no es justa!”.
Esperaba que al menos en el Evangelio las cosas sí lo fueran, como recibir bendiciones inmediatas por guardar los mandamientos y no pesar ni dolor si es que no lo hacía.
Mi hermana, que había dejado la Iglesia, no parecía sufrir como consecuencia de no seguir a Jesucristo e incluso le pasaban cosas buenas.
Por otro lado, yo seguía viviendo el Evangelio pero las bendiciones que yo quería no llegaban. No me parecía justo.
La respuesta era clara: “¡La vida no es justa!”.
Desde entonces, hay algunas cosas que he llegado a comprender.
1. La vida no está hecha para ser justa
Vivir el Evangelio no nos exenta de tener desafíos o sufrir injusticias. De hecho, todos los profetas y líderes de la Iglesia han experimentado aflicciones a lo largo de su vida (1 Nefi 15:5).
Sin embargo, hay promesas que sí podemos esperar de vivir el Evangelio.
Podemos gozar de la compañía del Espíritu Santo y de paz y gozo independientemente de nuestras circunstancias (Alma 36:3).
Nuestro deseo de seguir a Cristo debe venir de nuestro amor por Él y no porque esperamos que nos bendiga.
2. El Salvador vence toda injusticia
Todo lo que es injusto en esta vida se puede resolver gracias a la Expiación de Jesucristo.
El élder Renlund enseñó:
“En las eternidades, el Padre Celestial y Jesucristo resolverán toda injusticia”.
Cuán agradecida estoy por un Salvador que llevó las injusticias más grandes para que yo pueda recibir consuelo en mis aflicciones y usarlas para mi provecho (DyC 122:7).
Para leer el artículo completo puedes visitar la revista Liahona de febrero aquí.